En un reportaje fechado en la población cubana de Mariel, 40 kilómetros al oeste de La Habana, la revista británica The Economist señala que el nuevo megapuerto enclavado al otro lado de la bahía, con una flamante terminal de contenedores y planes para establecer una zona económica especial como las que China desarrolló desde los años 80, forma parte de una visión del gobierno cubano que ayudaría a la economía nacional a depender menos de las remesas de los emigrados y más de la inversión extranjera.
"Sin embargo, Carlitos" ─un residente local que vivió los actos de repudio contra los que abandonaban el país por esa misma bahía─ "no da rienda suelta al entusiasmo", después de ver que a los constructores que levantaron la terminal les pagaban 250 pesos mensuales, unos 10 dólares.
The Economist observa que aún no se ha concedido la primera de las 23 licencias para invertir en la zona económica especial que se han solicitado hasta ahora. Incluso economistas oficialistas como el presidente del gremio, Joaquín Infante, urgen al gobierno a acelerar la aprobación de los permisos para invertir. “Tenemos que ser más flexibles y asumir más riesgos", dijo Infante a la revista.
La publicación toma nota del contraste entre los cambios que han traído las reformas a la economía interna en materia de restaurantes, alquiler de casas particulares y nuevas cooperativas no agropecuarias, y una macroeconomía que, dice, está "virtualmente paralizada". Destaca que en el primer semestre de 2014 el PIB creció sólo un 0,6%, lo que obligó al gobierno a reducir a 1.4% su pronóstico para el año .“Eso es inferior a la media anual de 2,7% registrada desde que Raúl Castro asumió la presidencia en 2008”, apunta el reportaje.
Agrega que la raíz del problema son las inversiones, y cita un informe publicado en julio por dos economistas cubanos, Omar Everleny Pérez Villanueva y Ricardo Torres, según el cual el capital social de Cuba (maquinarias, edificios) cayó el año pasado a 7,8% del PIB, acercándose al nivel de 5,4% registrado en 1993, cuando la economía atravesaba su peor encrucijada. (El promedio latinoamericano está por encima del 20%.). "La economía está j.....", concluye un diplomático apostado en La Habana.
Mientras los partidarios del régimen argumentan que las reformas sólo necesitan más tiempo, los críticos ven un defecto fundamental en el modelo reformista: aunque se ha dado más libertad para hacer y vender, el Estado mantiene bajo estricto control los insumos que se necesitan: semillas para cultivar; salsas y especias para los restaurantes; o piezas de repuesto para los taxis, Y además está reprimiendo a las "mulas" que llevaban a la isla estos artículos como parte de su equipaje personal, al regreso de viajes al exterior.
Diplomáticos citados por la publicación británica auguran que tales contramedidas harán más difícil que Cuba pueda atraer los 2.500 millones de dólares anuales en inversión extranjera que necesita para empezar a desarrollarse. Algunos también apuntan a las mayores dificultades financieras que enfrentará la isla a partir de la abultada multa impuesta por EE.UU. contra el banco francés BNP Paribas, por violar el embargo.
Bajo su titular, Renovando viejas amistades el reportaje de The Economist advierte que "Cuba vuelve a recurrir a la geopolítica para apuntalar una economía tambaleante".
Señala que observadores de la economía cubana están prestando mucha atención a las recientes visitas del presidente de Rusia, Vladimir Putin, y el de China, Xi Jinping. "Aunque dejaron pocas inversiones concretas, ofrecen la oportunidad al régimen de empezar a reducir su dependencia de Venezuela, cuyo gobierno ha sido sacudido este año por la inestabilidad", apunta.
Un diplomático comenta que La Habana prefiere las inversiones rusas o chinas a los capitales occidentales, en los que ve un "caballo de Troya".
Un economista cubano por su parte encuentra paralelismos con la época de la Guerra Fría. "La mentalidad de los que toman las decisiones es conversar con Rusia y con China, y hacerles ofertas especiales basadas en la política", dijo a The Economist.
"Es la misma mentalidad que teníamos en el pasado ... y no nos ayudó mucho a mejorar la productividad", concluyó.