Este es Michael H. Miranda quien, entre libros y con sombrero, nos cuenta por qué tuvo que huir del "paraíso" cubano y abrirse paso, a fuerza de talento y perseverancia, para crearse un lugar en este "otro lado" del mundo. Poeta, escritor, profesor universitario, Michael es otro miembro de este numeroso ejército de cubanos transterrados que debimos reaprender y convertirnos, cada uno de nosotros, en la Patria.
¿Cuál fue el detonante que te impulsó a marcharte de Cuba?
Mi absoluta incompatibilidad con aquel régimen. No encontrar cabida en aquel status quo, que sigue vigente. No poder responder con libertad a los numerosos desafíos de la vida cotidiana. No poder elegir cómo alimentarme, no digo ya saludablemente. No poder leer lo que quería y como quería. Tampoco podía seguir ni un minuto más en contacto con gente carcomida por el miedo y la doble moral, gente que, además, tenía poder sobre la vida de uno.
No poder acceder a una mejor educación para mis hijos, y no me refiero sólo a la instrucción. La educación en libertad, esa que (si vamos a ser binarios, como hasta ahora) sólo la sociedad capitalista es capaz de proveer, te permite contrastar el conocimiento y esa es la garantía del crecimiento personal. Una característica que tiene el socialismo es que sus cimientos teóricos y su puesta en práctica no resisten el más mínimo análisis crítico: basta leer un sólo libro para decidirte a saltar el muro.
Ante una sociedad obsesionada con el compromiso, como fue y es la cubana, la mejor manera de comprometerse es darse a la fuga.
¿Qué esperabas encontrar del “otro lado”?
Ni más ni menos que lo que atesoro hoy en día: un espacio digno donde vivir, un trabajo decoroso con el que pago mis cuentas y hago mis compras, una familia que no tiene que separarse por motivos políticos ni temer por una detención o uno de esos secuestros exprés que aplican hoy en Cuba. No tengo que vivir con el sobresalto de que mi correspondencia sea requisada. No tengo que mirar a los lados para dar una opinión ni callarla. Hoy los desafíos para mí son otros y tienen que ver con mi visión del mundo, mis capacidades y las oportunidades que tengo para ponerlas en práctica.
Por supuesto que nada de esto es perfecto. Abandoné Cuba con 33 años y muchos libros en la maleta. Creía que dominaba el idioma inglés hasta que alguien me habló y no entendí nada. El aprendizaje siempre es arduo. La adaptación también. Sé cuál es mi lugar y cuáles son mis retos y limitaciones.
¿Qué encontraste?
Encontré todo lo que deseaba y quizá más. Me encontré a mí mismo. Me despojé de todas las prácticas habituales de cuando se vive en el totalitarismo: el Estado allí es el proveedor de los premios y los permisos, es el dueño de los elementos, marca hasta la respiración. En dos palabras: la vida.
Encontré la forma de adquirir ciertos modales tan incompatibles con la vulgaridad de la vida cubana, la privacidad, el respeto por el otro, una solidaridad real despojada de ideologías.
Encontré la Cuba que menos me agrede. Cuba es ruido y hoy necesito un silencio profundo, un silencio de Cuba, un silencio de campo, pero también un alboroto de Torre de Babel, uno que me reconcilie con cosas importantes para mí.
¿Qué has aprendido durante el proceso?
Aprendí a ser y a estar. Aprendí que hay que despojarse de ciertas pieles y no sentir remordimiento por ello. Que hay que ser pacientes, sobre todo cuando te sumerges en una sociedad desconocida en la que tienes que comenzar de cero. Las expectativas pueden ser muy altas, pero no hay que temer a ellas por no poder cumplirlas. Algo asimilarás en el camino.
Aprendí que una sociedad democrática y abierta puede ser también un campo de batalla con unos sectores muy dogmáticos y altamente ideologizados que pujan por alcanzar el control total del aparato del Estado y la imposición de una agenda muy parcializada y excluyente. Su verdadera apuesta es por la total homogeneización de la vida en sociedad y dotar a ésta de una uniformidad que ha sido una vieja aspiración de cierta concepción del mundo.
¿Qué es para ti La libertad?
Como concepto, incluso como abstracción, puede que sea la gran interrogante de una vida. Diría que es algo que uno debe ir descubriendo y sometiendo a crítica a diario. Pero para mí no es más que la libertad de leer y construir la biblioteca. Si leo es porque aspiro a ella.
Cuando miro atrás me veo leyendo por horas acostado en una cama, algo que ahora sólo hago de noche ya que hoy tengo un bernhardiano sillón mullido, aunque sin orejas. Escribo estas respuestas en el medio de mi biblioteca en calma donde “quiero seguir en círculos creciendo”, como escribió Lorenzo García Vega.
Es ese el momento en el que pienso y sé que el viaje ha servido para algo. De manera que para mí el acto de leer está ligado a un estado primario de libertad inocente, más que a una primera juventud desprovista de demasiadas preocupaciones. Y cuando leo vuelvo a ser de algún modo un lector que se desprende de todo atisbo de nostalgia en beneficio de la memoria, que inquiere porque no comprende y aspira a seguir y a comprender.
¿Las experiencias vividas han cambiado en ti el concepto Patria? ¿Piensas a menudo en “Ella”?
La palabra patria es de una gravedad insoportable. Y tan tramposa como cualquier mecanismo identitario que nos fuerza al gueto. No debe ser confundida con el lugar en el que por accidente vino uno al mundo. Pienso en Kafka, pienso en Canetti.
Yo nací en el Oriente de Cuba y allá descansan los restos de mi padre y mis abuelos. Algo quedará y repito con Thoreau: El monumento de la muerte perdurará más allá de la memoria de los muertos.
De modo que yo, pesimista con la razón, pero optimista con la voluntad (tampoco tanto), cual diría Magris, no sé si me volveré a encontrar con ella. Pero tampoco es algo que me quite el sueño, ninguna filopatría en ese sentido.
Patria es la biblioteca. Patria es mi memoria y sus escenas, una banda sonora, unos amigos. Todo eso de alguna manera viaja y vive conmigo por encima de todos los decretos y discursos de un gobierno espurio como el que rige allí.