Nos tienta decir que Odette Alonso y quien escribe estas líneas forman parte de una generación perdida, pero sería injusto. Perdida porque nos partieron a la mitad (la vida, quiero decir), y porque alguna vez soñamos con ser profesionales en Cuba para luego responder a eso con una pregunta: ¿para qué?
Estamos en los 50, una edad maravillosa en la que, como es el caso de ella, se disfruta mucho el camino recorrido, sobre todo porque ha costado fuego y lanza; lejanía y recomposición del tiempo y el espacio. Odette en México ha escrito una obra muy personal, que va desde la poesía hasta la narrativa, pasando por el mantenimiento de un blog. Su libro de relatos Hotel pánico (Editorial UV, 2013) ha sido vendido desde la perspectiva visual del terror, según se puede apreciar en el video promocional.
Este jueves 19, a las 7 de la tarde, Odette Alonso presenta este título en la Feria del Libro de Miami, en el espacio Contar el cuento, junto a la escritora uruguaya Claudia Amengual y a la escritora venezolana Naida Saavedra. Martinoticias conversó con la autora de Hotel pánico, nacida en Santiago de Cuba.
Presentas en la Feria del Libro de Miami tu volumen de cuentos Hotel Pánico. Leemos en la prensa que algunos textos están ambientados en México y otros en Cuba. La pregunta se hace inevitable: ¿Hasta qué punto es una hipérbole pensar que vivir en México es jugarse la vida?
Vivir es jugarse la vida. En dondequiera que estés. Somos sobrevivientes de la infancia, de la adolescencia, de Cuba, del exilio y día a día sobrevivimos en un mundo violento, imprevisible. No hay hipérbole. Como dice un poema mío: Vivimos en el desierto y el olor a pólvora se pega a la piel como advertencia.
¿Cómo ha sido tu exilio en esa gran ciudad, el Distrito Federal, que se define por sí misma como la capital cultural de América Latina?
A ratos difícil, sobre todo en los inicios, porque no es tan sencillo asentarse en otra tierra con otra cultura, otras costumbres, otros modos de vivir y de relacionarse. Pero la posibilidad de emigrar ha sido una fortuna: es fascinante comprobar que el mundo es mucho más que una pequeña isla, que siempre hay algo más allá del horizonte. Eso, para mí, es un privilegio.
1992 es un año que suena lejano. Para mucha gente que sigue el deporte es el año de las olimpiadas de Barcelona. ¿Para ti qué es?
1992 marca el inicio de la segunda etapa de mi vida. Ese año, como sabes, llegué al sureste mexicano y meses después finqué residencia en la ciudad de México, a la que me une una fuerza entrañable, indescriptible, telúrica. En esta urbe caótica y gigantesca he tenido que abrir camino al andar, al decir de Machado. Y eso sigo haciendo: trabajando incansablemente en mi literatura, en promover la de los otros y en allegarme los medios de subsistencia que permitan el cumplimiento de los proyectos profesionales y personales.
Nuestra generación está casi toda fuera de Cuba, según nos da cuenta Facebook. ¿Crees que nos pasará lo mismo que a la gente que marchó en los años 60, que no volvió jamás?
Regresar a Cuba es cada vez más frecuente y natural. Se puede constatar en las redes sociales donde con regularidad, y especialmente en los períodos vacacionales, abundan las fotos de cubanos residentes en el extranjero visitando a su familia y paseando por las calles de la isla. ¿Regresar a vivir definitivamente? No lo sé: a mí, por lo pronto, no me interesa.
¿Por qué se desinfló el ánimo blogger cubano de los años 2006/2007 que llegó a ser uno de los más grandes per cápita del mundo, además de ser espontáneo?
Porque empezó el auge de las redes sociales que permiten un contacto y un intercambio comunicacionales más directos, inmediatos y efectivos. No sólo le pasó a la llamada blogósfera cubana, ha sido un fenómeno global: los blogs son cosa del pasado. Lo bueno es que siguen colgados en la red; ahí hay una época y una mirada aguda, analítica, crítica, que en buena parte de los casos merece una revisita y hasta un estudio más cuidadoso.
¿Dónde escribes poesía en México, en los cafés?
La poesía sorprende cuando menos se le espera. Puede llegar mientras preparo el desayuno o me ducho en las mañanas, mientras camino hacia la estación o en medio del gentío del Metro, o despertarme en plena madrugada. Siempre tengo una libreta a mano porque verso que no se anota, se pierde para siempre. El proceso siguiente, el de la relectura y la edición, esa labor de orfebre, suelo hacerlo en la oficina donde cumplo un larguísimo horario laboral.