Si lo de la ex presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner, al no presentarse en la trasferencia de poder, no tiene paralelo en la historia, lo que está haciendo el todavía mandatario Nicolás Maduro es de tomar en cuenta para manuales de incivismo.
Echarle en cara al pueblo que será castigado por no votarle es sumamente rabioso, infantil, y avergüenza a la ciudadanía de Venezuela. No ha tenido pelos en la lengua Maduro para decir, públicamente, que no construirá viviendas como castigo, pura demagogia, y en el peor de los casos, como se pude observar, un populismo enfocado al revés. Es el choque frontal de un poder ejecutivo cuando ve que el tiempo se le agota, ante la absoluta derrota por vía de las urnas en unas elecciones legislativas que conseguirá destituirlo, más temprano que tarde.
O de lo contrario, a juzgar por el lenguaje del presidente, Maduro sugiere que habrá sangre en el proceso legal para desmontar el chavismo.
Coincidencias o no de la vida, más abajo, en Argentina, su colega populista perdía el poder más rápidamente, mediante elecciones presidenciales. Ajustadas, todo hay que decirlo. Pero también se negó a hacer lo que correspondía, que era un traspaso limpio y sin rabietas. Este jueves, Mauricio Macri, el presidente electo, asumió la dirección del país contra viento y marea.
Tuvo que pedir a una jueza que aplicara una medida cautelar a Cristina Fernández de Kirchner para que entregara el mando, según plantea la ley. El país estuvo 24 horas con un presidente interino porque la señora no soltaba el cetro, como una lapa asida a una piedra en el fondo del mar. Finalmente no asistió a la investidura de Macri y utilizó el sarcasmo ante la ausencia de mejores recursos: “A las doce de la noche me convertiré en calabaza”, dijo ante una muchedumbre en la Plaza de Mayo, en el papel de Evita Perón que ha querido encarnar de todas maneras. Y se marchó en helicóptero dejando un sonido sordo en el aire.
Macri en su investidura aseguró que la nación Argentina no está dividida. Su camino para combatir la pobreza, derrotar al narcotráfico y unir a los ciudadanos no será nada fácil. Doce años de kirchnerismo conectaron al país a un motivo propagandístico que solo se sustenta con el chavismo, un sistema político muy particular.
El régimen de La Habana, para fabricar eso que llamó “Socialismo del Siglo XXI”, usó a Cristina Fernández y a Nicolás Maduro y ahora los soltará como trapo ajado, sin al menos proporcionarle un guión de cómo salir de escena adecuadamente. Cada uno de ellos lo hace como puede y ya vemos los modales. Esto dice mucho de cómo han gobernado y de la indefensión ideológica en la que dejan a sus seguidores.