La escuela primaria donde estudió Alejandro Castro Espín es un conjunto de casonas de la "burguesía" que pasaron a manos de la dictadura. Son casas unas frente a otras –todas de dos o tres plantas– de la calle 26 (paralela a la avenida de igual número), con espléndidos framboyanes que daban sombra en ese tramo de la vía, aunque los majestuosos árboles también tenían la potencia necesaria para levantar la acera.
Y así estuvo mucho tiempo mientras estudié allí. La acera levantada, muy probablemente en el mismo punto donde permanecía un hombre leyendo el periódico. Luego ese hombre –un escolta– llevaba al hijo del general Raúl Castro de vuelta a casa, en un vehículo rojo, si no recuerdo mal.
En esa escuela, cuyo nombre es Gustavo y Joaquín Ferrer, estudiaban casi todos los hijos de ministros y altos funcionarios del Gobierno que vivían por la zona de Nuevo Vedado, un barrio de clase media/alta que se urbanizó a finales de los años 40 y durante toda la década de los 50, con inmuebles modernos. Algunas casas obtuvieron premios de arquitectura.
La directora de la escuela, Delia, perduró toda la vida, mucho más tiempo luego de graduarse el hijo del General. El proyecto era darle cobertura y seguridad a hijos de altos funcionarios que continuaban residiendo en el barrio, aunque con el tiempo la denominada élite "revolucionaria" se trasladó hacia el oeste de la ciudad, a barrios como Cubanacán que eran más privados, más periféricos y reservados.
Por seguridad, nuestra escuela de primaria no asistía al plan de campamentos en Tarará (playa hacia el este de La Habana), donde los estudiantes eran desplazados de sus padres algunas semanas para continuar las clases. Tal vez el plan era muy riesgoso, pero sí nos desplazaron una vez hacia el Parque Lenin para inaugurar un parque de atracciones y un campamento con el sugerente nombre de "Volodia".
Allí dormimos en tiendas de campaña. La casualidad quiso que me tocara al lado de uno de los escoltas y alguna noche vi esconder su pistola debajo de la almohada.
En esa escuela primaria estudiaron los hijos del general Raúl Castro, escalonadamente. La infraestructura, la logística estaban montadas para que todo funcionara con seguridad al tiempo en que no se hacían demasiados aspavientos. Todos los vecinos sabían quiénes estudiaban allí junto a sus hijos. Si algo positivo hay que decir de esa familia (luego de 50 años de estas memorias todavía la casta sigue en el poder) es la austeridad visual.
Al concluir el sexto grado y pasar a la secundaria básica, se les iba de las manos esa "zona congelada" donde, aparentemente, todo transcurría con total sencillez. Entonces, habilitaron una mansión en las alturas del barrio, justamente al lado de la parroquia donde mis padres prohibieron a una tía abuela que me llevara. Se veía muy mal entrar a la iglesia. Era peligroso.
La mansión habilitada como escuela secundaria quedaba en una zona mucho más reservada que el conjunto de casas anteriores. Se veía un sólido inmueble cercado, muy próximo también de la vivienda de Vladimiro Roca, el connotado disidente –hijo del comunista Blas Roca–, que sería acosado pocos años después con actos de repudio a pie de calle, protagonizados por turbas paramilitares de la "sociedad civil".
A la mansión –sus dueños originales, de la familia Kolly, viven en Miami– pasaron todos los estudiantes que terminaron la primaria, menos este que escribe que, un año antes, fue destinado a una escuela de "preparación de cuadros pioneriles", ubicada justamente en Cubanacán. Allí la labor (decimos labor porque yo era hijo de vecino, no de miembro de la élite comunista) era acompañar, en otra escuela especial, a un hijo de Fidel Castro contemporáneo conmigo.
Pero este año, que fue el quinto grado, forma parte de otra historia.
Luego, al pasar a la secundaria básica –que bien podía haber ido a la mansión, pero no fue así– me internaron en una "beca" en el campo, donde me robaban hasta los cepillos de dientes, donde un pequeño delincuente me rompió el tímpano derecho con un palo de trapear.
Los hijos de Fidel y Raúl Castro nunca fueron presentados al pueblo, hasta ahora que lo están haciendo como quien no quiere las cosas.
El general Raúl Castro acaba de presentar a su hijo Alejandro al Santo Padre, en una visita oficial a la ciudad de El Vaticano. De esta manera, digamos que, por fin, se ha hecho una presentación oficial. Pero no al pueblo.
Seguimos esperando.