El presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de la República de Cuba se sometió recientemente a una cirugía estética para retocarse la papada. El jefe de los comunistas cubanos quiso rejuvenecer para que los jóvenes no se sientan gobernados por un anciano de 86 años.
Lo absurdo es que, un proceso tan normal y cotidiano, adquiera en la isla la insólita dimensión de “Secreto de Estado”. El problema que se deriva de tal “misterio” es que al tratarse de una figura pública reconocida estará bajo la lupa de un público observador que, a partir de este momento, comparará su aspecto actual con antiguas fotografías suyas.
Al parecer -y esto no ha podido ser confirmado- el paciente Raúl Castro no aceptó recibir anestesia general por temor a terceras intenciones. Lo cierto es que la intervención del mandatario corrió a cargo de una eminencia cubana de la cirugía estética, una celebridad en el gremio, de quien solo debo adelantar que es profesor asistente y especialista de primer grado en cirugía plástica y quemados, pues intento proteger su identidad de ataques futuros o empecinada cacería de brujas. Hace algún tiempo tuvo problemas en el hospital CIMEQ y luego comenzó a trabajar en uno de los hospitales docentes más conocidos de La Habana.
El general Raúl Castro es un hombre de apetitos particulares que crecieron con el tiempo, la influencia del alcohol y la real liviandad. Es normal que con esta cirugía pretenda corregir las huellas de sus excesos, pero sin exagerar ni abandonar su desagradable aspecto natural. No obstante, no es el primer mandatario, tampoco el último, que intenta mejorar la imagen usando métodos quirúrgicos.
La cirugía plástica (“plástico” se deriva del griego “plastikos” que significa moldear o dar forma) es la especialidad médica que se ocupa de la corrección o restauración de la forma y funciones del cuerpo a través de técnicas médicas y quirúrgicas.
En 1994, mientras Libia vivía un embargo internacional, un grupo de médicos brasileños viajaron a Trípoli, vía Túnez, para realizar un implante de cabello y una cirugía de cuello al difunto Muammar Kadafi.
En 2011, el ex primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, fue sometido a una larga cirugía estética de maxilar que, según cuentan los informes de su médico personal, duró más de cuatro horas.
Cristina Fernández de Kirchner, ex presidenta de Argentina, cayó también en las redes de la vanidad y la remodelación valiéndose del bisturí.
Y aunque voceros del Kremlin aseguran lo contrario, solo hay que mirar fotos o imágenes de años anteriores del presidente Vladímir Vladímirovich Putin, y compararlas con las recientes. El cambio es evidente.
Es normal, la Guerra Fría estimuló el pulso entre las ideologías y los líderes de entonces necesitaron imponerse a golpe de estrategia y sabiduría. Luego, con la llegada de la globalización, los discursos nacionalistas perdieron fuerza política; y hoy, en el mundo actual, varios líderes, unos como bravíos y otros como bravucones, prostituyen sus fines políticos prestando especial atención a la autopublicidad en internet y las redes sociales.
Raúl Castro no puede escapar a la tendencia de lucir como un viejo moderno y se somete a discretos retoques con la truculenta intención de mostrarse menos despreciable.