Cientos de metros salpicados de negocios, jardines y gente comparten desde hace más de un mes espacio con escombros, neumáticos y alambre en la calle Carabobo de San Cristóbal, una auténtica avenida de las trincheras donde hay espacio para la lucha y para la solidaridad.
Cualquier cosa es válida para impedir el paso de las fuerzas de seguridad en una de las principales arterias viales de la capital del occidental estado Táchira, fronterizo con Colombia, ya sea un colchón, un bidón, una mesa, árboles o un tanque ornamental que los mismos inconformes movieron para obstaculizar una de las vías de acceso a la avenida.
Desde que hace más de un mes una protesta estudiantil en la ciudad degenerase en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad, el número de barricadas se ha ido multiplicando tanto en la Carabobo como en los alrededores para sumarse a la “guarimba”, término con el que se conoce en Venezuela a esta forma de protesta.
Para llegar hasta el lugar por cualquiera de las calles que desembocan en la extensa avenida hay que pasar barreras formadas con todo tipo de objetos que dejan entrever el pasado de los ciudadanos partícipes.
Más allá, detrás de la última antes de llegar, se ve a un grupo de personas, vigilantes de turno encargados de dar la voz de alerta en caso de que cualquiera de los efectivos de seguridad del Gobierno central o los temidos “colectivos” chavistas, algunos de ellos acusados de paramilitares, hagan acto de presencia.
Apenas sobrepasados los 20 años, Cristopher Vivas dista mucho de ser el típico adolescente en busca de chicas y fiesta.
Lleva entre trincheras desde el 8 de febrero, y organiza los turnos de vigilancia así como las guardias, con rigor y pocas palabras bajo un sol de justicia.
“Las redes sociales son nuestra principal información”, dice escuetamene a Efe.
Sabe del control de otras áreas de la ciudad porque mantiene contacto con otros organizadores en esas zonas y asegura haber llegado a conocer las horas más delicadas para sus subalternos.
“Entre las 3.00 y las 6.00 de la mañana nos atacan (las fuerzas de seguridad) porque saben que estamos más cansados”, argumenta.
Habla desde el punto neurálgico de la Carabobo, un campamento donde se reúnen varios de los simpatizantes y vecinos y donde se practican primeros auxilios; hay colchones, así como bebida y algo de comida. Y un bidón de 25 litros lleno de billetes hasta la mitad.
“Es para la familia de Daniel Tinoco, para que tengan algo”, revela la mujer que se encarga de controlarlo.
Tinoco [estudiante de Ingeniería Mecánica de la Universidad Nacional Experimental, filial de Táchira] falleció tras recibir un impacto de bala la noche del lunes en el marco de estas protestas, cerca de donde se encuentra la carpa, y las versiones sobre lo ocurrido corren como la pólvora entre la gente. Un ramo de flores justo enfrente del campamento lo recuerda.
“Pilas (atentos), hay que estar pilas”, grita uno de los presentes, al reclamar a un grupo de vigilantes su desatención en una de las intersecciones.
Llega una delegación de la Policía científica al lugar a realizar las pesquisas por la muerte de Tinoco. Al ser confundidos con los cuerpos encargados de enfrentar a los manifestantes, se levanta un revuelo de carreras, gritos y preparativos de defensa de la zona.
Pasada la falsa alarma regresa la calma y las trincheras son reforzadas y revisadas.
“No tenemos miedo” reza la camiseta de la venezolana emigrada hace más de cinco años del país y que al regresar de vacaciones hace un par de meses a San Cristóbal, ya iniciada la protesta, decidió quedarse.
“Quiero recuperar las oportunidades que nos robaron”, dice sin revelar su nombre por temor, en referencia a la falta de oportunidades para desarrollarse que, según dice, padecen los jóvenes en Venezuela , uno de los motivos por los que decidió sumarse a la protesta.
Bajo el sol del mediodía, dice no entender la falta de apoyo internacional a su protesta, pero asegura que está dispuesta “a morir si es necesario”.
Decenas de negocios, varios de ellos saqueados, muestran solo sus rejas o sus escaparates vacíos, ante la difícil situación que les han generado a los propietarios tantos días de protestas en el lugar, y que les han impedido abrir.
“No nos gusta pero nos ha tocado, porque es la única defensa que tenemos”, dijo a Efe una mujer mayor que no quiere identificarse al ser preguntada por las barricadas y el cierre de los negocios.
“Estoy de acuerdo, porque tenemos que salir del régimen”, agrega , en referencia al Gobierno de Nicolás Maduro. (EFE).
Cualquier cosa es válida para impedir el paso de las fuerzas de seguridad en una de las principales arterias viales de la capital del occidental estado Táchira, fronterizo con Colombia, ya sea un colchón, un bidón, una mesa, árboles o un tanque ornamental que los mismos inconformes movieron para obstaculizar una de las vías de acceso a la avenida.
Desde que hace más de un mes una protesta estudiantil en la ciudad degenerase en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad, el número de barricadas se ha ido multiplicando tanto en la Carabobo como en los alrededores para sumarse a la “guarimba”, término con el que se conoce en Venezuela a esta forma de protesta.
Para llegar hasta el lugar por cualquiera de las calles que desembocan en la extensa avenida hay que pasar barreras formadas con todo tipo de objetos que dejan entrever el pasado de los ciudadanos partícipes.
Más allá, detrás de la última antes de llegar, se ve a un grupo de personas, vigilantes de turno encargados de dar la voz de alerta en caso de que cualquiera de los efectivos de seguridad del Gobierno central o los temidos “colectivos” chavistas, algunos de ellos acusados de paramilitares, hagan acto de presencia.
Apenas sobrepasados los 20 años, Cristopher Vivas dista mucho de ser el típico adolescente en busca de chicas y fiesta.
Lleva entre trincheras desde el 8 de febrero, y organiza los turnos de vigilancia así como las guardias, con rigor y pocas palabras bajo un sol de justicia.
“Las redes sociales son nuestra principal información”, dice escuetamene a Efe.
Sabe del control de otras áreas de la ciudad porque mantiene contacto con otros organizadores en esas zonas y asegura haber llegado a conocer las horas más delicadas para sus subalternos.
“Entre las 3.00 y las 6.00 de la mañana nos atacan (las fuerzas de seguridad) porque saben que estamos más cansados”, argumenta.
Habla desde el punto neurálgico de la Carabobo, un campamento donde se reúnen varios de los simpatizantes y vecinos y donde se practican primeros auxilios; hay colchones, así como bebida y algo de comida. Y un bidón de 25 litros lleno de billetes hasta la mitad.
“Es para la familia de Daniel Tinoco, para que tengan algo”, revela la mujer que se encarga de controlarlo.
Tinoco [estudiante de Ingeniería Mecánica de la Universidad Nacional Experimental, filial de Táchira] falleció tras recibir un impacto de bala la noche del lunes en el marco de estas protestas, cerca de donde se encuentra la carpa, y las versiones sobre lo ocurrido corren como la pólvora entre la gente. Un ramo de flores justo enfrente del campamento lo recuerda.
“Pilas (atentos), hay que estar pilas”, grita uno de los presentes, al reclamar a un grupo de vigilantes su desatención en una de las intersecciones.
Llega una delegación de la Policía científica al lugar a realizar las pesquisas por la muerte de Tinoco. Al ser confundidos con los cuerpos encargados de enfrentar a los manifestantes, se levanta un revuelo de carreras, gritos y preparativos de defensa de la zona.
Pasada la falsa alarma regresa la calma y las trincheras son reforzadas y revisadas.
“No tenemos miedo” reza la camiseta de la venezolana emigrada hace más de cinco años del país y que al regresar de vacaciones hace un par de meses a San Cristóbal, ya iniciada la protesta, decidió quedarse.
“Quiero recuperar las oportunidades que nos robaron”, dice sin revelar su nombre por temor, en referencia a la falta de oportunidades para desarrollarse que, según dice, padecen los jóvenes en Venezuela , uno de los motivos por los que decidió sumarse a la protesta.
Bajo el sol del mediodía, dice no entender la falta de apoyo internacional a su protesta, pero asegura que está dispuesta “a morir si es necesario”.
Decenas de negocios, varios de ellos saqueados, muestran solo sus rejas o sus escaparates vacíos, ante la difícil situación que les han generado a los propietarios tantos días de protestas en el lugar, y que les han impedido abrir.
“No nos gusta pero nos ha tocado, porque es la única defensa que tenemos”, dijo a Efe una mujer mayor que no quiere identificarse al ser preguntada por las barricadas y el cierre de los negocios.
“Estoy de acuerdo, porque tenemos que salir del régimen”, agrega , en referencia al Gobierno de Nicolás Maduro. (EFE).