Seguir la caravana que transporta las cenizas de Fidel Castro de La Habana a Santiago de Cuba, donde será enterrado mañana domingo, es el trabajo de decenas de periodistas desplazados a la isla caribeña para cubrir la muerte
del que fuera líder indiscutible del país durante décadas.
A pesar de la relativa lentitud a la que viaja desde hace cuatro días el furgón militar que transporta los restos de Fidel, escoltado por varios vehículos también de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), seguir la caravana no es siempre fácil.
Los periodistas no pueden seguir la comitiva fúnebre ni, por supuesto, adelantar al cortejo. Además, los cruces de la Carretera Central son bloqueados horas antes y después de la llegada de la comitiva.
Alrededor de un millar de periodistas de todo el mundo se ha desplazado a la isla caribeña desde que se anunció la muerte de Fidel Castro para cubrir la noticia y las honras fúnebres del controvertido líder cubano.
Así que aquellos que han decidido documentar el último viaje de Fidel tienen que adelantarse varias horas a la comitiva, esperar el paso de la caravana en una localidad y luego acelerar por carreteras alternativas a la Central para poder anticiparse al cortejo fúnebre.
El problema es que las precarias carreteras secundarias cubanas no son especialmente las ideales para lanzar un vehículo a toda velocidad.
A los pocos kilómetros de la salida de La Habana, el primer toque de atención: un retén de la Policía para el vehículo del equipo de Efe por exceso de velocidad.
Por suerte, los agentes cubanos comprenden, aunque no condonan, las razones del "pecadillo" de los periodistas y, tras hacer entender a los agentes que cada minuto extra de retención significará tener que aumentar aún más la velocidad, la Policía libera al grupo.
Noventa minutos antes del paso de la caravana por Matanzas, los informadores están en posición.
Tras hora y media aguardando bajo un sol de justicia, la caravana con los restos del expresidente pasa con más rapidez de la esperada, vista y no vista: en poco más de tres segundos, los restos de Fidel han pasado.
La carrera se repite entonces para transmitir las imágenes e información antes de partir a toda velocidad a la siguiente etapa del viaje.
Es precisamente lograr la rápida transmisión de texto, fotografías y video otra de las heroicidades de quienes informan estos días sobre la muerte de Fidel, en un país con una de las menores tasas de penetración de internet del mundo.
El horario se cumple a la perfección hasta que el equipo de periodistas se topa con la caravana de vehículos de reserva a los de la comitiva fúnebre. Como si fuese la comitiva oficial, esta caravana avanza a escasa velocidad y también está prohibido adelantarla.
Durante 20 kilómetros, estamos obligados a seguir a marcha lenta la caravana paralela. Cuando finalmente se puede escapar por una ruta alternativa, un
bloqueo inesperado obliga a los periodistas a retroceder 50 kilómetros y buscar otro punto de acceso a la autopista Ocho Vías para llegar a tiempo a Cienfuegos.
El desvío significa lanzar el vehículo a más de 100 kilómetros por hora por una carretera llena de baches. Repentinamente, el automóvil se para en mitad de la carretera.
El vehículo no parece tener fácil arreglo. Varios cubanos paran sus autos para intentar ayudar, pero en vano. El automóvil está muerto a una hora de Santa Clara, el final de la primera jornada del viaje de las cenizas de Castro, el pasado miércoles.
De repente, un destartalado automóvil que parece salido de los tiempos de la Revolución cubana, se para frente al vehículo de los periodistas.
Domingo, un lugareño en sus cincuenta, convence al equipo de informadores para atar una cuerda entre los dos vehículos para arrastrar el automóvil estropeado hasta la "civilización" más cercana, el municipio de Aguada de Pasajeros.
"Yo no freno, frene usted", advierte Domingo al conductor, consciente de que el más ligero toque acabará la vida del veterano Chevrolet que maneja.
El plan funciona. Tras 20 minutos de arrastre, a unos 80 kilómetros por hora, los dos vehículos llegan a un taller donde prometen reparar el automóvil de la prensa.
Domingo desata la cuerda y se despide de los periodistas que le intentan compensar por sus molestias y agradecer su solidaridad con unos pesos convertibles en divisa.
"No hace falta. Soy millonario", sonríe Domingo antes de arrancar entre una negra humareda tóxica su heroico Chevrolet.