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Sesenta años de tiranía 


En esta imagen tomada en 1962 una miliciana custodia una calle de La Habana.
En esta imagen tomada en 1962 una miliciana custodia una calle de La Habana.

En estos últimos sesenta años el pueblo de América Latina que menos ha progresado ha sido Cuba, país que ha retrocedido a los tiempos más oscuros de la edad media en lo que respecta a derechos, libertades ciudadanas y condiciones de vida de su población.

Cierto que en la mayor de las Antillas 21,900 días atrás, tampoco había democracia, sin embargo, aunque no es consuelo, la economía estaba pujante y las condiciones materiales de vida y sociales en franco progreso.

Desafortunadamente, en las últimas elecciones plurales de su historia, según observadores de la época, el gobierno cometió fraude, si bien, en menos de dos meses, dejó un vacío de poder que ocupó la tiranía más cruel e ineficiente de toda la historia americana.

En estos 720 meses desaparecieron los partidos políticos y todos los organismos de la sociedad civil. Se estableció un absoluto control sobre los medios de comunicación y la educación. Las tradiciones fueron quebradas. La gestión económica se estatizó hasta destruir la economía nacional y empobrecer a niveles sin precedentes a la población.

Se militarizó la sociedad, al extremo de que la calificación de desertor se le asigna a quien abandone una delegación oficial, así sea un artista, deportista o médico. La intolerancia y la sumisión a las consignas fueron las nuevas normas. Se impuso un paradigma nacional que promovía el odio y el tableteo de las ametralladoras.

Decenas de miles fueron a prisión. Miles más partieron al exilio. La libertad intelectual desapareció. Se estableció un estricto control de los medios de información. Las religiones enclaustradas en sus templos. Una especie de nueva devoción impuso sus propias tradiciones, cultos, lutos y fiestas.

Sin dudas la destrucción del país y la profunda crisis de nacionalidad que enfrenta Cuba es consecuencia de la visión mesiánica que Fidel Castro tenía de sí mismo, delirio que se acrecentó al triunfo de la insurrección por el amplio respaldo popular a sus propuestas y la adoración a su persona que rendía la mayoría de la población, incluyendo notables personalidades de la clase dirigente en la que destacaban industriales, ganaderos, artistas, periodistas y hasta figuras de la política nacional.

Para sorpresa de cualquier observador no contaminado por el influjo de la ilusoria épica de la Sierra Maestra y para los que miran en el presente retrospectivamente los meses iniciales del proceso, es inconcebible que el discurso de populismo extremo del nuevo caudillo pudiera cautivar por igual al pueblo llano y a las élites económicas y políticas, era un festín de fe en la que los iniciados acataban devotamente los mandatos de la Revolución y Fidel, el único con derecho a interpretar las necesidades de la Patria.

Quizás toda esa popularidad hizo que Castro se viera a sí mismo como un José Stalin construyendo la Unión Soviética, o un Adolfo Hitler, su modelo político para acceder al poder por medio de la violencia. Es posible que fuera entonces cuando se imaginó construyendo una especie de Tercer Reich dinástico, con él como referente clave, una monstruosidad que penosamente y por desgracia le sobrevive.

Castro agarró el poder con todo su cuerpo, al extremo que pudiera decirse que lo engulló. Construyó una maquinaria represiva para garantizar su autoridad y extenderla a todas las dimensiones. Dispuso sobre vida y obra. Fue político, ejecutor, ingeniero, biólogo, estratega militar, consejero de familia, constructor, juez y verdugo, especialista en todas las disciplinas y “excepcionalmente capacitado” para implementarlas.

Los abusos del régimen generaron una oposición sin precedentes que se gestó y manifestó en el mismo año del triunfo de la insurrección porque en justicia, ante la mayoría que ciegamente se entregaba al pérfido tirano, una minoría sin las condiciones necesarias, en contra del más elemental sentido común, pero comprometidos con los ideales democráticos, inició un proceso de confrontación que no ha cejado nunca en su empeño por terminar con la opresión.

La lucha en aquellos primeros años fue a sangre y fuego. Hombres y mujeres se alzaron en armas en llanos y montañas de todas las provincias. Un poderoso movimiento clandestino se orquestó en todo el país con el apoyo decidido de quienes habían partido al exilio, muchos de los cuales retornaron con las armas en las manos entregando sus vidas a sus ideales.

​La resistencia que se inició en 1959, dentro de la isla como en el exterior, ha marcado pautas trascendentes. El resultado ha sido cruento. Miles de fusilados, cientos de miles han pasado por las prisiones, otros tantos marcharon al exilio, el ostracismo interno es también numeroso.

La dictadura ha durado 60 años pero los que se le oponen llevan el mismo tiempo de lucha en su contra. La prisión política a lo largo de estas décadas es muestra fehaciente de esta oposición.

Mientras no haya libertad, habrá Resistencia.

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    Pedro Corzo

    Pedro Corzo, Santa Clara, 1943. Trabajó en Radio Martí desde 1998 hasta el 2021. Conferencista y escritor. Residió en Venezuela durante doce años y colaboró allí en varios medios de información.

    Es presentador del programa Opiniones de WLRN, Canal 17 y columnista de El Nuevo Herald. Ha producido varios documentales históricos, entre ellos Zapata, Boitel y Los Sin Derechos.

    Entre sus libros se cuentan Cuba, Cronología, Perfiles del Poder, La Porfía de la Razón, Guevara Anatomía de un Mito,  Cuba, Desplazados y Pueblos Cautivos y El Espionaje Cubano en Estados Unidos. 

    En mayo del 2017 recibió la Medalla de la Libertad que otorga el gobernador del estado de la Florida.

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