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Vargas Llosa: Sean Penn y el amor de los millonarios de Hollywood por tiranos


El actor Sean Penn con su amigo, ya fallecido, Hugo Chávez.
El actor Sean Penn con su amigo, ya fallecido, Hugo Chávez.

El amor de los millonarios del espectáculo por atroces dictaduras, el escritor estadounidense Humberto Fontova lo documenta eficazmente en su exitoso libro "Fidel: el tirano favorito de Hollywood".

El caso de Sean Penn sólo se entiende por la extraordinaria frivolidad que contamina la vida política de nuestro tiempo, en el que las imágenes han reemplazado a las ideas y la publicidad determina los valores y desvalores que mueven a grandes sectores ciudadanos.

Elogiar a Fidel Castro, "el hombre más sabio del mundo" según Oliver Stone, es una patética exhibición de cinismo e ignorancia, equivalente a sentir admiración por Stalin, Hitler, Mao, Kim Il-sung o Robert Mugabe, y defender como modélica a una dictadura de más de medio siglo que ha convertido a Cuba en una prisión de la que los cubanos tratan de escapar como sea, incluso desafiando a los tiburones.

Y no lo es menos considerar una estrella política planetaria al comandante Chávez, cuyo régimen transformó a Venezuela en un país pobre, violento y reprimido, cuyos niveles de vida caen cada día más por culpa de una inflación galopante –la más alta del mundo– y donde la corrupción y el narcotráfico se han enquistado en el corazón mismo del Gobierno, escribe este domingo en el diario español El País el premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa.

Sean Penn es muy buen actor y tiene fama de "progresista", término que, tratándose de gente de Hollywood, suele significar una debilidad irresistible por los dictadores y tiranuelos tercermundistas. Lo ha mostrado, en un magnífico artículo, Maite Rico ("Fascinación eterna por el déspota", El País, 17/1/2016), quien recuerda los ditirambos del actor (y de Michael Moore y Oliver Stone) a Fidel Castro y a Hugo Chávez: "Una de las fuerzas más importantes que hemos tenido en este planeta", "líder fascinante", "le tengo amor y gratitud", etcétera.

¿Cómo explicará el actor, entonces, que en los últimos comicios el 70% de los electores venezolanos haya repudiado de manera tan categórica al régimen chavista? Probablemente, ni se ha enterado de ello.

Y agrega Vargas Llosa: Qué cómodo es para estos personajes, desde Hollywood, es decir, desde la seguridad jurídica –nadie irá allá a despojarlos de sus casas, negocios, inversiones, ni a tomarles cuenta por lo que dicen y escriben–, el confort y la libertad de que gozan, jugar a ser "progresistas", aceptando invitaciones de sátrapas ineptos, que los tratan como reyes y los adulan, halagan y regalan, y a defender regímenes opresores y brutales, que hacen vivir en el miedo, la escasez y la mentira a millones de ciudadanos a los que han quitado la palabra y los más elementales derechos.

Ahora, además de a dictadores, los "progresistas" de Hollywood defienden también a delincuentes comunes y asesinos en serie, como el Chapo Guzmán, pobre hombre que, según Sean Penn, llegó al delito porque era la única manera de sobrevivir en un mundo atrofiado por la injusticia y los oligarcas, agrega el autor de paradigmáticas novelas como La casa verde.

El periodismo, por desgracia, es también una de las víctimas de
la civilización del espectáculo de nuestros días, donde aparecer es ser y la política, la vida misma, se ha vuelto mera representación. Utilizar esta profesión para promoverse y difundir ideas frívolas, banalidades ridículas y mentiras políticas flagrantes es también una manera de agraviar un oficio y a unos profesionales que hacen verdaderos milagros para cumplir con su función de informar la verdad por salarios generalmente modestos y corriendo grandes peligros.

Gentes como Sean Penn, Oliver Stone y congéneres ni siquiera advierten que su actitud revela un desdeñoso prejuicio hacia Venezuela, Cuba, México y, en general, el tercer mundo, con esa duplicidad de que hacen gala cuando elogian y promueven para esos países sistemas y dictadores que no tolerarían jamás en su propio país, muy parecidos en eso a un Günter Grass, que, en los años 80, pedía que los latinoamericanos siguiéramos el "ejemplo de Cuba", en tanto que, en Alemania, él defendía la socialdemocracia y combatía el modelo comunista.

Las razones por las que Sean Penn no preguntara nada incómodo al Chapo Guzmán nosotros las sabemos de sobra: él fue a entrevistarlo con las respuestas del asesino ya fabricadas por su propia frivolidad o cinismo: presentarlo como la víctima de un sistema (un héroe, en cierta forma) económico y político que sus admirados Fidel Castro y Chávez han comenzado a liquidar. Y apuntalar con ello su bien ganada fama de "progresista", además de actor famoso y millonario, concluye Mario Vargas Llosa en El País.

Pero Vargas Llosa no es el primero en puntualizar el amor de los millonarios del espectáculo por atroces dictaduras, así el escritor estadounidense Humberto Fontova se pregunta en su libro
Fidel: el tirano favorito de Hollywood ¿cómo es posible que cientos de madres desesperadas prefieran meterse con sus hijos a bordo de una balsa en un mar infestado de tiburones a permanecer en el paraíso castrista?

Y cómo es posible que, al mismo tiempo, determinadas celebridades afirmen:

–El socialismo funciona. Creo que Cuba podría demostrarlo (Chevy Chase).
–Castro es muy moral y desinteresado […] uno de los hombres más sabios del mundo (Oliver Stone).
–Fidel, te quiero. Los dos tenemos las mismas iniciales. Los dos tenemos barba. Ambos tenemos poder y queremos usarlo con buenos propósitos (Francis Ford Coppola).
–El régimen de Castro ha sido un ejemplo que constituye una enseñanza para todos (Kofi Annan).

Fontova nos descubre y recuerda verdades sobre la Cuba de Castro demasiado incómodas para ciertas élites intelectuales que, ni por asomo, se atreverían a vivir bajo la égida de los dictadores y asesinos en serie que con denuedo y sin pudor defienden.

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