Víctor Manuel Domínguez (Bayamo, 1955) escribe desde una "barbacoa" en Centro Habana. Cuando se asoma a la calle y se asegura que un día la ciudad se puede desplomar del todo, empina un vaso de ron ("cuando aparece"), fuma largo y quedo y se vuelve a meter en esa cueva: A escribir poesía, a hacer periodismo para criticar a opositores y dictadores. Dice que no puede dejar de leer un solo día de su vida y que en raras ocasiones contesta entrevistas, como ésta que le puso Martí Noticias en el buzón hace unas semanas.
Después de más de veinte años escribiendo narrativa te apareces con un poemario Café sin Heidy frente al mar (NeoClub Ed., 2014). ¿Un giro en el lenguaje? ¿Una búsqueda formal o un sin remedio de casi todos los escritores?
En parte tienes razón. Fueron más de 20 años de escrituras sin tener esperanza de publicar. Pero el orden de los géneros fue al revés. Comencé escribiendo poesía. Mi poema "Que nadie me diga vine", ganó el premio municipal, provincial y el segundo en el Encuentro Nacional de Talleres Literarios celebrado en el Hotel Jagua, Cienfuegos, bajo la hoz y el martillo cultural de Armando Hart.
Comencé en los tiempos de la entonces Brigada Hermanos Saíz de Escritores y Artistas Jóvenes, el Contingente Cultural Juan Marinello y el Movimiento de la Nueva Trova, que luego se fusionaron en la que es hoy Asociación Hermanos Saíz (AHS). También fueron tiempos de La Brigada Artística 4 de Abril, que reunía a los creadores "más destacados" de cada provincia del país, bajo la égida de la tenebrosa Unión de Jóvenes Comunistas (UJC).
En esa época, mi poemario Puntos de vistas, ganó el Premio Mangle, con derecho a publicación, mil pesos y un viaje a un centro recreativo provincial, con una acompañante. Pero por mis ideas políticas, mi comportamiento social contestatario y otras flores del mal de mi condición humana de no aguantar imposiciones de nadie y siempre decir la verdad, al menos la mía, no me dieron ni una ni otra cosa. Mi venganza fue que dos años más tarde gané mención de poesía en el Premio Caimán Barbudo.
Ahí fue cuando comencé a escribir narrativa, cuentos fundamentalmente. El color de los muertos, un remedo de realismo socialista enmascarado en el realismo mágico y en el estilo del Manuel Cofiño de Y un día el sol es juez, me llevó a otro evento nacional otra vez. Aunque por similares causas absurdas volví a quedar fuera del pastel. Ahí rompí con todo lo gubernamental.
En cuanto al giro en el lenguaje, es real. No sólo entre la lírica y la narrativa, pues aquellos poemas de entonces, tenían menos elementos, experiencia y corazón que Café sin Heydi frente al mar. De ahí nace un sí a tu doble pregunta ¿Una búsqueda formal o un sin remedio de casi todos los escritores? Fueron 20 años que invertí en leer de todo, escribir, y sobre todo aprender.
20 años de periodismo independiente publicando la columna Crónicas de Nefasto en Cubanet afloraron en Revolución a la carta. ¿Cuánto te ayudó el periodismo? ¿Cuánto hay de Víctor Domínguez en Nefasto?
El periodismo es una escuela para cualquier escritor. Y no hay que ser Gabriel García Márquez, Ernest Hemingway o Mario Vargas Llosa para confirmarlo. El poder de síntesis, la rápida descripción, el verbo como un martillo y tantas cosas más que, sin embargo, en exceso, tienden a secar el caudal de humanizar imágenes para todos los gustos. Deja la palabra en la piel.
En cuanto a Nefasto, si Gustave Flaubert dijo que Madame Bovary soy yo, puedo considerar lo mismo y, salvando las distancias, de Nefasto. Él está hecho de mis vivencias y carácter. Juzga y vive con mi temperamento. No teme decir la verdad, usar la ironía y el sarcasmo. Respeta a quien merece respeto, pero tritura a cuanto farsante, hecho o situación presuma de lo que no es.
Nuestros bufos del siglo XIX, Eduardo Abela, Aníbal de Mar, Núñez Rodríguez, Guillermo Álvarez Guedes, Marcos Behemaras, Héctor Zumbado y demás parece te abrieron las puertas de casa. ¿Te sientes cómodo en la finca del humor? ¿Qué interacción has tenido con los destinatarios de tus crónicas humorísticas habaneras?
No hay dudas que todos esos maestros del humor que mencionas me ampliaron las puertas, pues desde niño comencé a empujarlas hacia el humor asomado a su ventana. No me considero simpático, pero siempre me han considerado ocurrente, cómico –qué palabreja– y muchos que me quieren bien, un humorista natural. A veces, al verlos reír sin ton ni son con mis cosas, me lo creo.
En verdad, me siento súper cómodo. Es algo que llevo dentro como el corazón, y me fluyen sus latidos con naturalidad, y aún más cuando siento taquicardias, es decir, estoy inspirado. La interacción es muy buena. Desde que Nefasto asomó un ojo en el semanario DDT y lo censuraron, Rosa Berre le abrió las puertas de Cubanet y lo promocionó, al igual que Juan González Febles en los últimos siete años en Primavera Digital, sólo me ha dado satisfacciones, incluidas las torcidas de ojos. Los seguidores de Nefasto son más de los que imaginaba, y no sólo dentro del país. Muy gratificante.
¿Cómo es escribir por años sin la esperanza de volver a publicar? ¿Sobre qué resorte estuviste para no desfallecer?
Te dije que soy testarudo e independiente hasta para conversar. Y cuando uno hace algo (en mi caso la escritura) y sabes que lo haces bien, o al menos no peor que los demás, pero te impide llegar la falta de sumisión, no ser adaptable ideológicamente, no dar el piojito a nadie y menos a un pelafustán con ínfulas de mando y sensibilidad de mandril, te crecen fuerzas para esperar por años. Esos resortes, más mi vocación de escribir a prueba de impublicable, me hicieron resistir.
Codiriges el Club de Escritores Independientes de Cuba, una especie de Pen Club. ¿Cómo funciona? ¿Qué hacen?
Soy el vicepresidente del Club de Escritores Independientes de Cuba. Lo preside mi hermano y colega Jorge Olivera Castillo. En cuanto a su funcionamiento, básicamente se centra en debatir las obras, luchar espacios, impartir talleres sobre todos los temas literarios a los integrantes, realizar trabajos comunitarios con los interesados, hacer campañas de lecturas, prestar libros, ayudar a quien necesite alguna orientación o corrección literaria. En fin, vivir y difundir la literatura.
Es enrevesado el camino de la censura. Los Estados totalitarios sorprenden a veces porque crean estigmas donde hay una válvula de escape. ¿Cómo definirías y describirías el proceso de lastrar la creación que ha existido en Cuba por más de 56 años?
Lo defino, como bien tú señalas, inherente al sistema totalitario. Según expresara el Premio Nobel de Literatura, el nigeriano Wole Soyinka, durante una intervención en la Casa de Las Américas: "Lo primero que hace un régimen totalitario es atacar a la intelectualidad". Y eso es lo que ha pasado en Cuba por más de medio siglo. Y lo dijo en medio de los comisarios, censores, correveidiles, burócratas culturales y otras pulgas del perro comunismo disfrazado de política cultural de la revolución cubana. Algo aberrante en un mundo abierto a la intercomunicación.
Si alguien desea ejemplo, ahí están en el olvido el suplemento cultural Lunes de Revolución, los negros y homosexuales de las Ediciones El Puente, los académicos de la Revista Pensamiento Crítico, las víctimas del Quinquenio Gris y de la parametración, los firmantes de la Carta de los Diez, los autores de Paideia, Bifronte, Cacharro(s), entre otros proyectos que llegarían al infinito, con sus dignos animadores condenados a la cárcel, al exilio o a la marginalidad cultural en Cuba.
Definitivamente los esfuerzos personales o los de pequeños grupos se han impuesto para que tú y tus colegas proscritos vuelvan a ver sus letras publicadas.
Gracias a personas como Darsi Ferrer, Idabell Rosales y Armando Añel; Joaquín Gálvez, Angelito Santiesteban, Alex Fonseca –recientemente fallecido–, Ángel Cuadra y otros que nos abrieron los brazos y las posibilidades cuando en el 2013 logramos al fin salir al exterior, hoy el Club... se visualiza, alcanza esplendor, renueva la fe.
Gracias a quienes ya mencioné y a otras manos amigas, el Club de Escritores muestra en sus vitrinas el Premio Nacional de Literatura Independiente de Cuba "Gastón Baquero" –otorgado en 2014 al escritor y ex preso político Jorge Olivera Castillo–, y unos cuantos libros publicados por Neo Club Ediciones, Aduana Vieja, Cadal y Fra, entre otras editoriales con sede en el exterior. Y gracias a ti por todo.