El autor invita a ver bailar a una artista a quien el escritor cubano aplaudió en 1890.
Esto no es un artículo sino un pretexto para compartir el cortometraje de menos de un minuto de duración que lo acompaña, filmado en 1894 por William Heise, en Nueva York, para la compañía de Thomas Alva Edison, el gran inventor norteamericano. El cine vestía pañales y las imágenes en movimiento deslumbraban al más indolente.
El valor del corto radica, según los historiadores del cinematógrafo, en mostrar a la primera mujer que actuó ante una cámara del célebre inventor y, quizás a la primera, también, en protagonizar una película en Estados Unidos. El escritor e investigador cubano Carlos Ripoll discrepa: El valor del corto radica en situar ante sus compatriotas a una de las bailarinas que José Martí vio y celebró públicamente en Nueva York, y en mostrarla ejecutando un fragmento de la misma rutina que Martí pudo verla ejecutar en 1890.
La labor desarrollada por Ripoll en torno a la vida y la obra de José Martí no ha culminado: Lo hará el día que una editorial cubana recoja en varios tomos el resultado de esa labor minuciosa y diversa que el autor publicó en libros y folletos que no siempre alcanzaron las librerías: Ripoll costeaba cada una de sus ediciones con dinero de su peculio y, asimismo, distribuía el número de ejemplares que ese peculio le permitía.
Algunos folletos acababan reunidos en libros; otros, no, y jamás estuvieron a la venta: Sus ejemplares eran enviados personalmente a un grupo de amigos al que sabía pendiente de su trabajo, capaz de disfrutarlo y hallar en él razones para iniciar nuevas pesquisas o difundir, más allá de las posibilidades del investigador, sus hallazgos.
De la diversidad de su legado dan cuenta los títulos de algunos de esos folletos: Enfermedades y médicos de José Martí incluye descripciones de los padecimientos del poeta y fotografías de los galenos en cuestión; José Martí: viaje y domicilios secretos ofrece una lista de direcciones neoyorquinas a las que éste tuvo que acogerse para eludir a los espías contratados por España; La niña de Guatemala no murió de amor demuestra cómo la leyenda de aquel romance (la niña tenía 17 años; Martí, 24) echó alas a partir de la publicación del poema de Martí, como si sus estrofas representaran una fuente de datos más fidedigna que la documentación que ponía al descubierto la historia verdadera. La gente, como bien señala Ripoll, prefirió la versión del poeta y, a partir de ella, como si lejos de tratarse de un poema se tratara de una narración puntual de los hechos, reelaboró el flirteo.
Entre los folletos que no tuvieron carácter venal se encuentra "Martí y las bailarinas de España", donde Ripoll examina la relación de Martí con el baile y reseña su admiración por tres artistas específicas: Antonia, una gitana a quien vio bailar en Madrid en 1880; Agustina Otero o "la bella Otero", musa del poema X de Versos sencillos, a quien admiró una década después, en Nueva York, y Carmen Dauset Moreno o Carmencita, a quien vio bailar a principios de aquel año (1890) en esa misma ciudad y a quien puede verse bailar en este cortometraje filmado cuatro años después. Que la rutina filmada es la misma que reseñó Martí lo sugieren los biógrafos de la artista y los historiadores del cine: In the film she is recorded going through a routine she had been performing at Koster and Bial's Music Hall in New York City since February 1890.
Aunque fue "la bella Otero", y no Carmencita, quien inspiró el famoso poema de Versos sencillos, Blanca Baralt, amiga de Martí, anotó a partir de la primera: Aunque nada despreciable, su arte era inferior en la técnica y en la gracia a la célebre bailarina andaluza Carmencita, que había arrebatado al público en general y a Martí en particular algún tiempo antes.
El folleto de Ripoll recoge los comentarios entusiastas que Martí dedicó a Carmen Dauset Moreno y subraya cómo, en más de un momento, esos comentarios recuerdan el poema que más tarde inspiraría el recuerdo de "la bella Otero", como si ambas artistas se fundieran en una sola. Martí describe a Carmencita con un jazmín al pelo, guiñando, revoloteando, taconeando, ofreciéndose y hurtando el cuerpo, jugando con la penumbra y la luz, y apunta: El teatro, ávido, aplaude, las mujeres se muerden los labios, los hombres se echan sobre el espaldar del vecino... Terminada la actuación, la describirá sentada a una mesa bromeando y lamentando que no la entiendan cuando baila triste, que sólo la alegría entusiasme a los espectadores, y luego, regresando a su casa, por las aceras de Nueva York, arrebujada en una manta roja, con los ojos como ascuas, y la nariz de muerta, y el talle abierto, para poderse palpar, del lado izquierdo, "el bulto por donde, de las puras contorsiones, se le está saliendo el corazón".
Lector, si algo de lo que aquí se cuenta te ha interesado, agradécelo a Carlos Ripoll. Nada he hecho que no sea escoger una mínima porción de su obra y trasladarla a un ámbito menos restringido que la página de uno de sus folletos. Tanto le entusiasmó la posibilidad de compartir su hallazgo fílmico, de que sus lectores vieran lo que vio Martí, que incluyó al final del folleto las instrucciones para que los internautas menos duchos tuvieran acceso fácil al cortometraje de Edison; fueran, por un instante, Martí.
Nota: Hay nombres propios que parecen empeñados en perseguir a algunas personas, como si buscaran algo que éstas rehúsan concederles y esa renuencia los forzara a adoptar más de un rostro. Carmen Zayas Bazán se llamó la esposa de Martí; Carmen Miyares de Mantilla, la mujer que lo acogió en su casa de huéspedes y acompañó en sus años más difíciles; Carmen Dauset Moreno, la bailarina española que más admiró. De las primeras sólo se conservan fotos sobre las que el tiempo se ensaña; de la última, esas imágenes vivas, prueba de que no hay antídoto más eficaz contra la enfermedad del tiempo que el arte.