Conozco a un joven de lánguidas maneras que se enfurece si alguien percibe bondades en el trabajo de Mariela Castro, y asegura que a ella le interesa más la marca de su champú que restablecer la dignidad de los homosexuales cubanos. Esta mañana me llamó temprano para anunciar el envío de una entrevista que diera “la princesa Castro” a un sitio digital en España.
Como sé que el chico es turbulento, y certero, atendí su recomendación. Y apareció, en la pantalla de mi PC, la entrevista que dio Mariela al periodista español Gorka Castillo, el mismo que recientemente publicó una conversación que tuvo hace unos cuantos años con Nati Revuelta, la mujer que trajo al mundo a Alina Fernández, la única descendiente directa de Fidel Castro que no se mantuvo a su lado.
Resulta que Mariela anduvo por Madrid, a donde viajó para asistir a un foro mundial contra las violencias urbanas, y allí mismo respondió a las preguntas de ese periodista, que la presenta como “una de las personas que mejor y más han contribuido al reconocimiento de los derechos del colectivo homosexual en Cuba”, y luego nos advierte que es hija de Raúl Castro y de la “añorada” Vilma y, como si hiciera falta el detalle, escribe que Mariela es sobrina de Fidel Castro.
Esa entrevista que le hiciera este adorador de genealogías debió estar entre las más cómodas que le hicieron a la presidenta del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX) durante su viaje. Al menos en esta no se vio obligada a ofender, como hizo con otro periodista que le preguntó: “¿Qué tal por España?”, a lo que ella respondió: “No es asunto tuyo”. Y como si fuera poco, la molesta “princesa”, pidió a sus acompañantes que le quitarán de arriba a aquel “moco pegado”. ¡Que fina ella!
En esta conversación, la “princesa” exhibió otros modales, se mostró sosegada. El periodista, asiduo colaborador de “Rebelión”, era uno de los suyos y le daría pie para borrar el anterior desplante. Él no la estuvo importunando ni se mostró interesado en las violencias urbanas que sufren los gays de la isla. El periodista no quiso saber si se habían resuelto algunos de esos crímenes de odio de los que fueron víctimas un montón de homosexuales en Cuba. Él no mencionó el nombre de ninguna víctima de odio, y ella tampoco.
Mariela respondió cómodamente cada pregunta que hiciera el español, y con cada respuesta el homosexual cubano se acercaba más al “paraíso”. Mencionó con discreción, para no buscarse líos con los rusos, los campos de concentración donde los chechenos encierran a sus “desviados”…, pero olvidó que el gobierno que regenta su familia fue un adelantado en esos menesteres. Mariela olvidó esos guetos cubanos que conocimos con aquel eufemismo de Unidades Militares de Apoyo a la Producción, y también las atrocidades que allí se cometieron.
Luego vendría un “gran momento”, digno de la mejor antología del cinismo. La hija de Raúl Castro aseguró que los culpables del lento andar hacia esas libertades eran los sistemas pluripartidistas; esos en los que, “dependiendo del gobierno de turno, se avanza o se retrocede en políticas sociales”. Sin dudas esta mujer nos cree tarados…, y hasta supone que debemos comulgar con el “monopartidismo”, y sobre todo con el hecho de que solo tuviéramos, en casi sesenta años, dos jefes de Estado pero muchos campos de concentración para recluir homosexuales.
Mariela Castro, quien tiene un discurso bien “nacionalista” a pesar de que se matrimoniara primero con un chileno y después con un italiano, no tiene claro —porque no está en sus esencias— lo difícil que resulta ser homosexual en este país. Ella nunca estuvo recluida en uno de esos guetos que creó la revolución triunfante. Por eso es capaz de decir que Fidel es “un hombre de su tiempo” y que por responder a su tiempo no le quedó más remedio que ser homófobo.
Así habla Mariela, quien debió escuchar muchas veces las advertencias que hiciera su tío a esos individuos que “ostentaban su desvergüenza en La Rampa o frente al Hotel Capri”. Mariela debe haber escuchado esos discursos que hicieron tan visibles a “esos elementos que atentan contra la dignidad del pueblo”. Ella debe conocer bien esos reclamos que despertaron el odio y la homofobia. “Después no digan que el pueblo es duro, no digan que no estaban advertidos”.
Y no se podrán negar las advertencias, y para no quedaran dudas de que se hablaba en serio, se abrieron los campos de concentración, y se legitimaron las peores atrocidades, y luego nadie pidió disculpas; pero Mariela no consigue entender la malintencionada rabia de Reinaldo Arenas, y por eso divaga, y hasta asegura a su entrevistador que el cine sobredimensionó la figura del escritor. La pobrecita no se enteró aún de la importancia de su obra. La infeliz no sabe todavía que El mundo alucinante es una de las más grandes novelas hispanoamericanas del siglo XX, por eso vuelve con el trasnochado discurso de que Arenas era un pervertido y no un gran escritor.
“Sobredimensionada es la labor del CENESEX, y Mariela la principal perpetradora”, así dice el lánguido, y enumera algunas de las “migajas” que ella consiguió para compararlas con lo que se hace en Europa y en América, “a pesar de sus sistemas pluripartidistas”. Creo que mi joven y lánguido amigo tiene mucho de razón cuando asegura que a Mariela le encomendaron que tendiera un manto de silencio sobre los estropicios que cometiera su familia.
(Publicado originalmente en Cubanet el 10 de mayo del 2017)