Los convencieron de que masacrar inocentes era un acto patriótico, y los convirtieron en terroristas, como a la joven estudiante Urcelia Díaz Báez, que murió cuando la bomba que iba a colocar en el Teatro América le explotó en las manos.
Fidel y Raúl Castro envenenaron de odio a muchos jóvenes cubanos