El Post Opinión, la sección de opinión en español de The Washington Post, publicó esta semana una columna del escritor Carlos Manuel Álvarez que legitima la condición de artista del activista encarcelado Luis Manuel Otero Alcántara.
En la pieza “En Cuba el arte resiste pese a ser encarcelado”, el escritor califica de “compleja, bella y contundente la obra de Otero” y denuncia la “premisa institucional que busca hundirlo y que intenta disfrazar el carácter político de su arresto” al decir que este creador autodidacta no es un verdadero artista.
Álvarez, director editorial de El Estornudo y reconocido entre los escritores más importantes de su generación en América Latina, observa que la obra de Otero es precisamente revelar "el teatro de operaciones del poder" y que la fabricación de un caso delictivo es lo que viene a confirmar su condición de artista "dado que lo que el juicio busca es otorgarle una identidad distinta, convertirlo en otro, incidir como un crítico perverso sobre el sentido último que el acusado ha logrado darse a sí mismo".
El escritor apunta que el hecho de que actúe a la vista de cualquiera ha merecido un escarmiento y Otero Alcántara ha sido el chivo expiatorio de la Policía Política “que aguanta el golpe y permite que la censura y la represión no se desparramen sobre otros actores de la sociedad civil, incluidos quienes lo desconocen”.
“Su cárcel paga nuestra libertad. Tal divisa convierte a Otero en un dilema general que, o bien te concede el regalo invaluable de la solidaridad, o te castiga con el refugio de la indiferencia”, escribe Álvarez.
El autor del libro de crónicas ‘La tribu’ y la novela ‘Los caídos’ indica que Otero ha trabajado “sin que ningún mecanismo de represión haya podido quebrarlo, con los dos elementos que más cela y donde más efectivamente trabaja un poder totalitario. El cuerpo y la calle. Sobre uno actúa el miedo, en el otro se practica el control”.
“Él solo se está liberando y educando a sí mismo, ensayando formalmente consigo mismo, borrando límites falsos entre arte y política para desplazarse con soltura, o reinventando constantemente los preceptos ideológicos que lo habrían convertido en otro individuo plano, apenas comprensible como alguien que se limita a negar la lógica de acción del poder. Otero entiende que todo poder ya incluye su negación elemental, y se escapa de ahí en la búsqueda de nuevas rutas. La multiplicidad de significados de sus apuestas, que se mueven sobre terrenos desconocidos y que, por tanto, en diversas ocasiones no sabríamos captar del todo, se debe a que están echadas hacia adelante por dos motores difíciles de encontrar en un mismo proyecto narrativo. Otero es, al unísono, un animal intuitivo y un sujeto crítico”.