Como cada año desde 2006, velas, fotografías, silencio y un dolor antiguo que se renueva cada 29 de octubre toma la plaza en la que se erige el monumento conocido como La Piedra de Solovki, en un Moscú que, aunque no crea en lágrimas, continúa su llanto silencioso manifiesto en una ceremonia que los moscovitas bautizaron como “Devolución de los Nombres”, con la que el pueblo, obligado a callar durante décadas, rinde homenaje a las incontables víctimas de Josef Vissarionovich, alias Stalin, uno de los más grandes asesinos en serie de la historia moderna.
pero es ahí, en Moscú, frente al edificio de la KGB, emblemático símbolo del inútil martirologio humano a causa de una ideología fallida
En el memorial de la Piedra de Solovki, ubicada justo en la Plaza Lubyanka, sede de la dolorosamente célebre KGB, entiéndase policía política del régimen y desde donde, relatan vecinos del lugar durante la era del terror estalinista, se escuchaban durante las frías noches moscovitas los gritos de los torturados y los disparos de las ejecuciones sumarias, miles de ciudadanos dedican doce horas de sus vidas a desgranar, como un largo rosario en contra del olvido, los nombres, edades, oficios, profesiones y fechas de los asesinatos de más de un millón de seres humanos.
Este ritual casi sagrado se repite en otras muchas ciudades de la vasta, hermosa y aún herida extensión de lo que fuera la Unión de Repúblicas Socialistas Soviética, la antigua URSS, pero es ahí, en Moscú, frente al edificio de la KGB, emblemático símbolo del inútil martirologio humano a causa de una ideología fallida, donde la emoción de un dolor que demorará muchísimo en que pueda ser llamado antiguo por los moscovitas, donde se patentiza a través de las voces y el llanto lento de parientes y amigos, el dolor y la vergüenza de un mundo que, a pesar de todo el horror, se niega a aprender sus lecciones.