Este sábado 1ro de junio se inicia la temporada de huracanes en el Atlántico. Todo un semestre de incertidumbre y estrés para los que estaremos al final de esta especie de pista de bolos que corre de las costas africanas al Golfo de México y el Caribe.
Pequeñas ondas tropicales, en su mayoría originadas cerca de la costa occidental de Africa, pero también en las cálidas aguas del Caribe, suelen crecer como bolas de nieve y se desplazan a lo largo de trayectorias inciertas y sólo parcialmente previsibles dentro de un cono de probabilidades, amenazando con sus vientos y sus lluvias torrenciales sobre todo a las Antillas, Centroamérica y los países con costas en el Golfo.
Pero no sólo: en la temporada 2012 el huracán Sandy, después de pasar como un arado y destruir o desarbolar a su paso más de 170 mil viviendas en el oriente de Cuba, tomó un rumbo norte paralelo a la costa oriental de EE. UU. para terminar girando a la izquierda, arrasando las costas de Nueva Jersey, y rompiendo los cristales de los rascacielos e inundando los túneles del Subway en Nueva York. Una ciudad situada en el lejano paralelo 40, preparada para capear tormentas de nieve, no forasteros torbellinos del trópico.
Estos seis meses en vilo prometen este año ser más agónicos que en los anteriores. La Administración Nacional para los Océanos y la Atmósfera de Estados Unidos (NOAA, por sus siglas en inglés) ha previsto para el Atlántico en 2013 una temporada de huracanes "activa o muy activa".
En su pronóstico, NOAA afirmó que hay un 70 por ciento de probabilidades de que se presenten entre 13 y 20 tormentas (con vientos de 62 kph o más), de las que entre 7 y 11 podrían convertirse en huracanes (con vientos de 120 kph o más), incluyendo de 3 a 6 grandes huracanes (categorías 3, 4 ó 5, con vientos de 178 kph o más).
Muy por encima del promedio estacional de 12 tormentas, 6 huracanes y 3 grandes huracanes, las cifras asustan.
¿DEBAJO DE UNA YAGUA?
Cierto es que en muchos casos los anticiclones formados por zonas de altas presiones empujan a las tormentas de origen africano a desviarse lejos de las tierras habitadas del Nuevo Mundo, hacia el Atlántico Norte; pero ese es otro albur que no controlamos. Como lo es la fuerza destructiva con que estas trombas pueden irrumpir en los hábitats humanos.
En 1992 se esperaba el paso por la Florida del huracán Andrew. Después de convertirse en huracán el 22 de agosto y alcanzar categoría 5 el 23, Andrew se había debilitado a su paso por las Bahamas y se encaminaba al sur de la Florida. Recuerdo que los meteorólogos locales, todos menos uno, bajaron entonces el tono de sus pronósticos.
Yo estaba en Washington y mis editores en Radio Martí me habían pedido que consiguiera por teléfono “soundbites” desde las zonas de evacuación. Una de las personas que entrevisté fue mi padre, que vivía en un edificio para personas de bajos recursos en Cutler Ridge, al sur de Miami. Por estar cerca de la costa había que evacuar. Mi viejo se resistía a ser evacuado, y repetía confiado: “Eso es un viento platanero que se pasa debajo de una yagua”. Finalmente decidió pasar la noche en la casa de mi hermana en el reparto Fountainebleu, unas 15-20 millas más al norte.
Al día siguiente gran parte de la primera plana de El Nuevo Herald la ocupaba una foto del edificio donde hasta entonces vivió mi padre. Andrew había recuperado la categoría 5 poco antes de tocar tierra, y el edificio había quedado como una casa de muñecas, con los muebles de los apartamentos visibles en triste exposición. En otras fotos tomadas desde el aire, Cutler Ridge parecía una ciudad bombardeada.
Pero mi viejo recibió enseguida ayuda: del gobierno condal, de organizaciones caritativas y de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias, FEMA. Alimentos, agua, medicinas, dinero en efectivo, créditos para muebles, un nuevo apartamento provisional y luego uno permanente. Una realidad muy diferente de la que padecieron decenas de miles de cubanos del oriente del país, damnificados por el huracán Sandy.
SANTIAGO, HACE DOS MESES…
Según cifras oficiales, en Cuba Sandy dañó severamente 171,389 viviendas, de las cuales 15 mil 889 fueron derrumbes totales, la mayoría en la ciudad de Santiago de Cuba.
A principios de abril, nuestro colega Pablo Alfonso dedicó un reportaje a la situación de los damnificados en Santiago casi seis meses después del paso de Sandy. Los cubanos dicen que hay dos Cubas, la real y la del “Granma”, y en esta última todo era una maravilla: “Renace la vida en sus calles y avenidas limpias y ordenadas, y un nuevo arbolado extrae savia de las entrañas de la tierra para alcanzar rápido las alturas”, poetizaban dos trabajadores ideológicos.
La verdad de la Cuba real la contaba el capítulo británico de una prestigiosa ONG internacional.
"Una gran cantidad de personas siguen viviendo en refugios temporales e improvisados, o con familiares y amigos", alertaba en una entrevista publicada en la web de la Cruz Roja Británica María Clara Attridge, una de sus asesoras que recién había regresado de la isla para ver en qué estado se encontraban las labores de auxilio.
Citando cifras del régimen cubano, Attridge precisó que “sólo el 14 por ciento de los techos han sido reparados. La destrucción es grave y sigue siendo muy visible, sobre todo en la ciudad de Santiago de Cuba, donde muchos edificios no tienen techo; el huracán destruyó todo lo que tenían en su interior", indicó.
En Cuba la Defensa Civil a cargo de las evacuaciones suele verse obligada a lidiar con evacuados que se quieren llevar con ellos cuanto más puedan de sus pertenencias, porque si el huracán las daña o se las roban, no tienen cómo reemplazarlas.
"La Cruz Roja ha estado distribuyendo artículos como utensilios de cocina, conjuntos de higiene y materiales para techos. Inicialmente, entregamos lonas para ser utilizadas como materiales para techos; pero ahora, como estamos entrando en la fase de recuperación, estamos distribuyendo planchas de zinc y clavos para la reconstrucción de los techos dañados por el huracán", explicó Attridge.
… Y AHORA MISMO
Esa situación no ha cambiado mucho desde entonces, nos confirma desde Santiago el periodista independiente Walter Clavel, de la Agencia de Prensa Libre Oriental.
El comunicador señala que en los centros de venta de materiales para reconstruir hay largas colas y a menudo disputas, porque las cantidades que sacan a la venta –a pagar en efectivo o a crédito—son insuficientes, y esto promueve la corrupción, en la que salen perdiendo personas muy necesitadas pero sin dinero para pagar sobornos a los expendedores.
La reconstrucción tampoco promete un techo muy seguro la próxima vez, pues lo que vende el Estado son planchas de fibrocemento, zinc o cartón embreado, y palos o viguetas de zinc galvanizado para sostenerlas.
Aun así, la situación de los que pueden reconstruir es mejor que la de los que lo perdieron todo en derrumbes totales, unas 12,600 familias en la ciudad, según el periodista. Muchas se han cansado de recurrir a los canales oficiales y no les han resuelto. Mientras, han tenido que improvisar un pequeño cuarto sobre las ruinas del derrumbe para hacinarse allí cinco o seis personas, incluidos niños, y enfermos.
Unas pocas de estas familias han sido llevadas a albergues del Estado, pero según Clavel la mayoría ha buscado refugio en casa de parientes o amigos, o se ha alojado clandestinamente en locales desocupados del Estado como almacenes y consultorios. Sin embargo, ahora mismo muchos de ellos están siendo desalojados y lanzados de nuevo al desamparo.
El colega enumera algunos de los distritos santiagueros donde el gobierno hace leña de estos árboles caídos: Altamira, Maceo, Mariana La Torre, Gallo, la zona baja de la ciudad donde están los almacenes (vacíos) de la Alameda.
“La policía viene, junto con el partido, los saca a todos a la fuerza, les tiran sus cosas para afuera y sellan el local. No importa que ellos digan que son damnificados de Sandy, y que se metieron allí de manera provisionall porque su casa se les cayó y nadie les ha resuelto. Van para la calle”.
Walter Clavel no quiere imaginar lo que pasaría si a Santiago le toca en suerte otro desastre en la ruleta rusa de los huracanes del 2013: “Algunos, los que resolvieron los materiales, empeñándose con el gobierno, acaban de poner el techo como pudieron, por sus propios medios. Otros apenas han armado algo para guarecerse, con recortes de zinc, con pedazos de madera… Imagínese que venga algo así ahora mismo y se lo desbarate. Santiago todavía está en la fase recuperativa del huracán Sandy. No está preparada para otro evento así”.
El Instituto de Meteorología de Cuba, que dirige el eminente doctor José Rubiera, también ha pronosticado para esta temporada ciclónica un "comportamiento activo". Su cálculo es, empero, más conservador: formación total de 17 tormentas, de las cuales nueve alcanzarán la categoría de huracán. De ellos, Cuba debería esperar al menos el paso de uno.
Como los hebreos cuando untaron con sangre de sacrificios sus puertas para que pasara de largo la plaga que acabó con los primogénitos de Egipto, los santiagueros deben estar rezando, o al menos cruzando los dedos, para que --si los meteorólogos cubanos están en lo cierto-- ese solitario torbellino se vaya por otro lado.
Pequeñas ondas tropicales, en su mayoría originadas cerca de la costa occidental de Africa, pero también en las cálidas aguas del Caribe, suelen crecer como bolas de nieve y se desplazan a lo largo de trayectorias inciertas y sólo parcialmente previsibles dentro de un cono de probabilidades, amenazando con sus vientos y sus lluvias torrenciales sobre todo a las Antillas, Centroamérica y los países con costas en el Golfo.
Pero no sólo: en la temporada 2012 el huracán Sandy, después de pasar como un arado y destruir o desarbolar a su paso más de 170 mil viviendas en el oriente de Cuba, tomó un rumbo norte paralelo a la costa oriental de EE. UU. para terminar girando a la izquierda, arrasando las costas de Nueva Jersey, y rompiendo los cristales de los rascacielos e inundando los túneles del Subway en Nueva York. Una ciudad situada en el lejano paralelo 40, preparada para capear tormentas de nieve, no forasteros torbellinos del trópico.
Estos seis meses en vilo prometen este año ser más agónicos que en los anteriores. La Administración Nacional para los Océanos y la Atmósfera de Estados Unidos (NOAA, por sus siglas en inglés) ha previsto para el Atlántico en 2013 una temporada de huracanes "activa o muy activa".
En su pronóstico, NOAA afirmó que hay un 70 por ciento de probabilidades de que se presenten entre 13 y 20 tormentas (con vientos de 62 kph o más), de las que entre 7 y 11 podrían convertirse en huracanes (con vientos de 120 kph o más), incluyendo de 3 a 6 grandes huracanes (categorías 3, 4 ó 5, con vientos de 178 kph o más).
Muy por encima del promedio estacional de 12 tormentas, 6 huracanes y 3 grandes huracanes, las cifras asustan.
¿DEBAJO DE UNA YAGUA?
Cierto es que en muchos casos los anticiclones formados por zonas de altas presiones empujan a las tormentas de origen africano a desviarse lejos de las tierras habitadas del Nuevo Mundo, hacia el Atlántico Norte; pero ese es otro albur que no controlamos. Como lo es la fuerza destructiva con que estas trombas pueden irrumpir en los hábitats humanos.
En 1992 se esperaba el paso por la Florida del huracán Andrew. Después de convertirse en huracán el 22 de agosto y alcanzar categoría 5 el 23, Andrew se había debilitado a su paso por las Bahamas y se encaminaba al sur de la Florida. Recuerdo que los meteorólogos locales, todos menos uno, bajaron entonces el tono de sus pronósticos.
Yo estaba en Washington y mis editores en Radio Martí me habían pedido que consiguiera por teléfono “soundbites” desde las zonas de evacuación. Una de las personas que entrevisté fue mi padre, que vivía en un edificio para personas de bajos recursos en Cutler Ridge, al sur de Miami. Por estar cerca de la costa había que evacuar. Mi viejo se resistía a ser evacuado, y repetía confiado: “Eso es un viento platanero que se pasa debajo de una yagua”. Finalmente decidió pasar la noche en la casa de mi hermana en el reparto Fountainebleu, unas 15-20 millas más al norte.
Al día siguiente gran parte de la primera plana de El Nuevo Herald la ocupaba una foto del edificio donde hasta entonces vivió mi padre. Andrew había recuperado la categoría 5 poco antes de tocar tierra, y el edificio había quedado como una casa de muñecas, con los muebles de los apartamentos visibles en triste exposición. En otras fotos tomadas desde el aire, Cutler Ridge parecía una ciudad bombardeada.
Pero mi viejo recibió enseguida ayuda: del gobierno condal, de organizaciones caritativas y de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias, FEMA. Alimentos, agua, medicinas, dinero en efectivo, créditos para muebles, un nuevo apartamento provisional y luego uno permanente. Una realidad muy diferente de la que padecieron decenas de miles de cubanos del oriente del país, damnificados por el huracán Sandy.
SANTIAGO, HACE DOS MESES…
Según cifras oficiales, en Cuba Sandy dañó severamente 171,389 viviendas, de las cuales 15 mil 889 fueron derrumbes totales, la mayoría en la ciudad de Santiago de Cuba.
A principios de abril, nuestro colega Pablo Alfonso dedicó un reportaje a la situación de los damnificados en Santiago casi seis meses después del paso de Sandy. Los cubanos dicen que hay dos Cubas, la real y la del “Granma”, y en esta última todo era una maravilla: “Renace la vida en sus calles y avenidas limpias y ordenadas, y un nuevo arbolado extrae savia de las entrañas de la tierra para alcanzar rápido las alturas”, poetizaban dos trabajadores ideológicos.
La verdad de la Cuba real la contaba el capítulo británico de una prestigiosa ONG internacional.
"Una gran cantidad de personas siguen viviendo en refugios temporales e improvisados, o con familiares y amigos", alertaba en una entrevista publicada en la web de la Cruz Roja Británica María Clara Attridge, una de sus asesoras que recién había regresado de la isla para ver en qué estado se encontraban las labores de auxilio.
Citando cifras del régimen cubano, Attridge precisó que “sólo el 14 por ciento de los techos han sido reparados. La destrucción es grave y sigue siendo muy visible, sobre todo en la ciudad de Santiago de Cuba, donde muchos edificios no tienen techo; el huracán destruyó todo lo que tenían en su interior", indicó.
En Cuba la Defensa Civil a cargo de las evacuaciones suele verse obligada a lidiar con evacuados que se quieren llevar con ellos cuanto más puedan de sus pertenencias, porque si el huracán las daña o se las roban, no tienen cómo reemplazarlas.
"La Cruz Roja ha estado distribuyendo artículos como utensilios de cocina, conjuntos de higiene y materiales para techos. Inicialmente, entregamos lonas para ser utilizadas como materiales para techos; pero ahora, como estamos entrando en la fase de recuperación, estamos distribuyendo planchas de zinc y clavos para la reconstrucción de los techos dañados por el huracán", explicó Attridge.
… Y AHORA MISMO
Esa situación no ha cambiado mucho desde entonces, nos confirma desde Santiago el periodista independiente Walter Clavel, de la Agencia de Prensa Libre Oriental.
El comunicador señala que en los centros de venta de materiales para reconstruir hay largas colas y a menudo disputas, porque las cantidades que sacan a la venta –a pagar en efectivo o a crédito—son insuficientes, y esto promueve la corrupción, en la que salen perdiendo personas muy necesitadas pero sin dinero para pagar sobornos a los expendedores.
La reconstrucción tampoco promete un techo muy seguro la próxima vez, pues lo que vende el Estado son planchas de fibrocemento, zinc o cartón embreado, y palos o viguetas de zinc galvanizado para sostenerlas.
Aun así, la situación de los que pueden reconstruir es mejor que la de los que lo perdieron todo en derrumbes totales, unas 12,600 familias en la ciudad, según el periodista. Muchas se han cansado de recurrir a los canales oficiales y no les han resuelto. Mientras, han tenido que improvisar un pequeño cuarto sobre las ruinas del derrumbe para hacinarse allí cinco o seis personas, incluidos niños, y enfermos.
Unas pocas de estas familias han sido llevadas a albergues del Estado, pero según Clavel la mayoría ha buscado refugio en casa de parientes o amigos, o se ha alojado clandestinamente en locales desocupados del Estado como almacenes y consultorios. Sin embargo, ahora mismo muchos de ellos están siendo desalojados y lanzados de nuevo al desamparo.
El colega enumera algunos de los distritos santiagueros donde el gobierno hace leña de estos árboles caídos: Altamira, Maceo, Mariana La Torre, Gallo, la zona baja de la ciudad donde están los almacenes (vacíos) de la Alameda.
“La policía viene, junto con el partido, los saca a todos a la fuerza, les tiran sus cosas para afuera y sellan el local. No importa que ellos digan que son damnificados de Sandy, y que se metieron allí de manera provisionall porque su casa se les cayó y nadie les ha resuelto. Van para la calle”.
Walter Clavel no quiere imaginar lo que pasaría si a Santiago le toca en suerte otro desastre en la ruleta rusa de los huracanes del 2013: “Algunos, los que resolvieron los materiales, empeñándose con el gobierno, acaban de poner el techo como pudieron, por sus propios medios. Otros apenas han armado algo para guarecerse, con recortes de zinc, con pedazos de madera… Imagínese que venga algo así ahora mismo y se lo desbarate. Santiago todavía está en la fase recuperativa del huracán Sandy. No está preparada para otro evento así”.
El Instituto de Meteorología de Cuba, que dirige el eminente doctor José Rubiera, también ha pronosticado para esta temporada ciclónica un "comportamiento activo". Su cálculo es, empero, más conservador: formación total de 17 tormentas, de las cuales nueve alcanzarán la categoría de huracán. De ellos, Cuba debería esperar al menos el paso de uno.
Como los hebreos cuando untaron con sangre de sacrificios sus puertas para que pasara de largo la plaga que acabó con los primogénitos de Egipto, los santiagueros deben estar rezando, o al menos cruzando los dedos, para que --si los meteorólogos cubanos están en lo cierto-- ese solitario torbellino se vaya por otro lado.