El 4 de diciembre se llevarán a cabo los funerales de Fidel Castro en La Habana. La muerte de una de las grandes figuras del siglo XX, el ‘padre del pueblo cubano’, anunciada el 25 de noviembre pasado, suscitó múltiples reacciones.
Tras la figura romántica del revolucionario Fidel Castro se esconde la de uno de los peores predadores de la libertad de prensa. La represión de las voces disidentes es una de las marcas de sus 49 años de gobierno; también la parte más oscura de su legado.
La situación actual en Cuba es una muestra de ello. En 2016, Cuba fue de nuevo el país peor calificado de América Latina en lo que respecta a la libertad de prensa; ocupa el lugar 171, entre 180 países, en la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa de RSF. En 2007 Raúl Castro remplazó en el poder a su hermano Fidel y en 2016, como él, se convirtió en uno de los predadores de la libertad de prensa.
En Cuba la Constitución sólo autoriza la prensa oficial, que se encuentra bajo el control directo del Estado. Agencias de prensa, medios independientes y blogueros siguen oponiéndose a que el Estado monopolice la información, por lo que padecen intimidaciones, detenciones arbitrarias y una censura feroz.
Frente a esta gran represión, los miembros de estos medios independientes a menudo no tienen otra opción que exiliarse y difundir su información desde el extranjero. El acceso a Internet, que en la isla sigue siendo muy limitado, no ayuda mucho (solamente 5% de los domicilios tienen acceso a Internet).
Asimismo, en Cuba hay dos periodistas encarcelados, lo que convierte a este país, junto con Venezuela y Panamá, en uno de los pocos del continente donde aún hay reporteros en prisión.
Bajo el poder de Fidel Castro la situación era aún peor. El padre de la revolución cubana instauró este clima de censura e impidió la circulación de información diferente a la proporcionada por la prensa oficial, a través de métodos a menudo violentos.
En el año 2003 esta represión estuvo en su apogeo: en marzo más de 75 disidentes fueron detenidos por las autoridades cubanas. Entre ellos, 27 periodistas independientes, que fueron sentenciados a penas que iban de los 14 a los 27 años de prisión; fueron condenados en juicios sumarios, por haber hablado de democracia en su país.
El corresponsal de RSF en esa época, Ricardo González Alfonso, era uno de ellos y pasó siete años en prisión. Durante ese periodo, conocido como la “primavera negra”, las olas de arrestos se sucedieron una tras otra. Los periodistas no autorizados eran acusados de colaborar con Estados Unidos y eran perseguidos por el régimen cuando señalaban en sus textos su oposición al castrismo, las violaciones a los derechos humanos o cuando hablaban de la vida cotidiana de los cubanos.
Esta persecución a las voces disidentes continuó los siguientes años. En 2007, cuando Fidel Castro se preparaba para pasar las riendas del poder a su hermano, Cuba se convirtió en la segunda prisión del mundo para los periodistas; en la isla 25 de ellos se encontraban tras las rejas.
Las condiciones en que se encuentran detenidos son catastróficas y las torturas que padecen en prisión han sido denunciadas constantemente por las familias de estos periodistas y opositores políticos en Cuba.
Detenciones arbitrarias, golpizas, interceptación de comunicaciones… La lista de ataques y agresiones contra los actores de la información en Cuba es demasiado larga. Esta censura permanente, antes y después de la “primavera negra”, es definitivamente una de las constantes de los años de Castro.
Desde su creación, en 1985, Reporteros sin Fronteras no ha dejado de denunciar esta situación a través de campañas de sensibilización, operaciones shock, movilizaciones internacionales, etc. Algunos de nuestros colaboradores y corresponsales han sufrido amenazas y han sido encarcelados, como Roberto Jesús Guerra Pérez, condenado en 2005 a dos años de prisión por alterar el orden público y puesto en libertad en 2007. Valientemente, Roberto continuó su lucha por la libertad de prensa a través de la agencia independiente Hablemos Press, creada en 2009, de la que era director. Él y sus colaboradores han sido acosados y numerosas veces la policía cubana les ha impedido trabajar. Desde octubre de 2016, tras haber recibido amenazas de muerte anónimas, Roberto no tuvo otra opción que el exilio, para garantizar su seguridad y la de su familia.
Para que el exilio ya no sea una fatalidad, esta lucha emprendida por RSF y por muchas otras organizaciones locales e internacionales debe continuar. La vida cotidiana de los periodistas cubanos aún está marcada hoy en día por el miedo y la autocensura. A la muerte del ‘padre de la revolución’ no debe seguirle una nueva ola de represión, como lo temen los periodistas cubanos. Por el contrario, debe comenzar una nueva era: la del pluralismo y la libertad de opinión, sencillamente.