“Gracias a Dios estamos vivo”, dice entre sollozos un cubano que acaba de pasar la espesa selva de El Darién, frontera natural entre Colombia y Panamá.
El hombre de barba rala y unos 40 años forma parte de un diluvio de rostros tristes marcados por la desgracia que habitan los campamentos para inmigrantes en la selva panameña. No dio su nombre, simplemente es uno de los 91.300 extranjeros de vidas inconclusas que han cruzado El Darién este año desde Colombia en tránsito a Estados Unidos, Canadá o México, según el Servicio Nacional de Migración del país centroamericano.
La cifra de los primeros nueve meses triplica el récord anterior de 30.000 personas en la misma ruta durante todo 2016.
Tapón de El Darién, puerta de la muerte
“El río se lleva a las personas, se mueren ahí. Muchas no pueden cruzar la selva, mujeres embarazadas mueren. Cruzas el río y te encuentras los cadáveres. No lo deseo a nadie. Es muy difícil”, expresó el cubano que, junto a su esposa y dos hijos menores, hembra y varón, llegó a un campamento en Lajas Blancas, en el corazón de la selva panameña.
En su andar por caminos tortuosos, trochas y ríos se alimentaron de sopas de paquete y cocinaron en un pequeño fogón que les regaló un cubano que encontraron en la travesía. Escaparon a los asaltos de elementos que, sin esperarlo, salen armados de entre la maleza, pero conocieron de historias terribles reveladoras de la anarquía darienita y la vulnerabilidad de los migrantes.
“A dos cubanas que venían en un grupo detrás de nosotros las violaron, llegaron sangrando, desgarradas por el recto y la vagina igual que una niña haitiana de 13 años. Son indios que andan con armas largas y si te resistes, te matan”, describió con pesar su esposa Liseydis Martínez.
Su esposo asegura que tuvo razones políticas para salir de Cuba hacia Brasil y a su vez entrelaza relatos de avatares en la cotidianeidad de una vida que en medio de una pandemia se hace aún más difícil.
“Salí por comunismo”, dijo el hombre, “ha sido la razón que luego me hizo tomar la difícil decisión de lanzarme a la travesía, la familia no tiene medicamentos, no hay comida, no hay nada”, expresó con pena.
Estafa en Necoclí
La pequeña localidad costera de Necoclí, en Antioquia, Colombia, antesala de El Darién, se ha convertido en foco de migrantes como consecuencia del desplazamiento de personas que van rumbo a Panamá en su recorrido hacia el llamado 'Sueño americano'.
Fue en ese poblado que la familia fue víctima de robo, más bien, de un acto de estafa perpetrado, según la denuncia, por un militar colombiano que prometió hacer las gestiones y coordinar la transportación en lancha hacia Panamá.
“Me robó 1,500 dólares”, dijo exaltado al tiempo que su esposa interrumpía la conversación para mostrar una foto del uniformado a quien identificó como Alan, residenciado en Turbo, Colombia.
Varados en Lajas Blanca y sin dinero, la esperanza de la familia era el padre de ella que desde Cuba movía mar y tierra para conseguir algún dinero y enviárselo.
“Mi plan es llegar a Costa Rica y empezar a trabajar. Yo soy pintor, electricista, plomero y carpintero”, dijo.
Pero la historia cambió abruptamente cuando una mano amiga y solidaria entregó 80 dólares a la familia para costear el transporte que los llevaría a Planes de Gualaca, región de Chiriquí, cerca de la frontera con Costa Rica. Enmudecieron, lloraron y sin consuelo. A esta hora ya deben haber llegado a territorio tico.