Claudia Ramírez, propietaria de una cafetería, comparó el peso cubano con una tableta de chocolate en sus manos en un caluroso día en La Habana.
"Se ha derretido cada vez más rápido y ahora está casi sin valor, lo que hace que mi negocio sea casi imposible", dijo Ramírez haciendo alusión a una devaluación del peso cubano.
En julio, un peso valía cuatro centavos de dólar y actualmente está valorado oficialmente en menos de un centavo. La tasa informal de la moneda local se ha disparado desde entonces a 200 por 1 dólar, una caída histórica que ha recortado el ahorro y el poder adquisitivo de los cubanos.
Este problema económico se ha convertido cada vez más en tema político para el asediado gobierno de Cuba, que lucha por mantener la credibilidad a medida que empeora una crisis de tres años y no logra traer alivio a sus ciudadanos.
El gobierno de Miguel Díaz-Canel ha prometido controlar la inflación, mejorar el servicio de electricidad y el suministro de bienes básicos. Ha luchado para cumplir esas promesas, que han desencadenado inusuales protestas en La Habana y en varias ciudades en las últimas semanas.
A principios de agosto, el gobierno cubano, que anteriormente había fijado el dólar en 25 pesos, anunció una nueva tarifa para residentes y turistas de 120 pesos, a la par del próspero mercado negro. El ministro de Economía, Alejandro Gil, dijo que el cambio ayudaría a estabilizar la moneda local.
Y desde ese anuncio, el 3 de agosto, el valor del peso se ha desplomado más del 50% en el mercado informal.
Pavel Vidal, un ex economista del Banco Central de Cuba, dijo que la caída se debe a algo más que la demanda usual de dólares para emigrar o para comprar suministros en las tiendas de divisas del Estado.
"Esta debacle ha llevado a que la gente no confíe en el Gobierno que no puede controlar el tipo de cambio, ni la inflación, por lo que los cubanos están comprando dólares más que nunca como una herramienta para mantener el valor", dijo.
El Gobierno no respondió a una solicitud de comentarios.
El Estado ha culpado de la crisis a las sanciones aplicadas durante el mandato del expresidente Donald Trump, dirigidas a obstaculizar la entrada de divisas, clave para el turismo y las remesas, así como el embargo comercial de larga data de Estados Unidos y el efecto de la pandemia de coronavirus.
Los contratiempos se han fusionado también con una economía ineficiente dominada por el Estado.
Más problemas
Pero la mala suerte también es parte de los problemas.
En septiembre, el huracán Ian arrasó en el extremo occidental y especialmente en la provincia de Pinar del Río, dejando sin energía eléctrica a parte del país.
Y dos meses antes, un gran incendio causado por un rayo destruyó casi la mitad de la capacidad de almacenamiento de combustible del país en el puerto de superpetroleros en
Matanzas.
Los cubanos, frustrados y cada vez más impacientes con el aumento de precios, la escasez y los apagones, han golpeado ollas desde sus ventanas y balcones y recorren las calles en raros disturbios para exigir al Gobierno que haga algo mejor.
Díaz-Canel salió en televisión el 15 de junio a decir que los apagones en provincias se habían vuelto diarios y que no terminarían en el verano, como había prometido inicialmente.
En agosto, agregó que las soluciones se retrasarían hasta fin de año.
Pero no hay solución fácil debido que las centrales eléctricas cubanas están obsoletas y en urgente necesidad de mantenimiento, dijo Jorge Piñón, un investigador en política energética de la Universidad de Texas, en Austin.
"El presidente no puede sacar un conejo de su sombrero. No hay tiempo ni dinero para cubrir el déficit de generación, que se encuentra al 33% de la capacidad instalada", añadió.
La jubilada Anaida González, de la provincia central de Camagüey, dijo que los cortes de electricidad se extienden al menos 11 horas diarias.
"Por supuesto, el gobierno está perdiendo credibilidad. Promete y promete, y nada cambia", señaló.
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