La primera pregunta que uno se hace mientras lee el diario de Wendy Guerra es si ella todavía sigue allí. Cabe la posibilidad de que se haya marchado, teniendo en cuenta que casi todos nos hemos ido. Es muy sugerente la perspectiva de alguien que anhela abandonar su país y no puede. Crea asfixia la situación estática del personaje que narra su vida con grandes saltos en el tiempo y todo sigue igual, excepto que sus amigos han emigrado.
Ella está en una isla, lo cual, sicológicamente, agrava las emociones. Si ese libro hubiera caído en mis manos cuando yo vivía allí y comencé a pensar en salir, probablemente me hubiera hecho mucho daño. Lo pude leer mucho tiempo después entre reproches de mi mujer, que se afecta por extensión cuando leo testimonios sobre Cuba. Mi mujer me ha dicho que a esta casa no entra más un libro sobre mi país, porque no es menos cierto que me pongo serio mientras duran esas páginas, y decaen las posibilidades de desembarco en su cuerpo.
Es egoísta mi mujer cuando está en juego el sexo. Yo debería hacerle caso, pero prefiero torturarme con mis viajes astrales, desencajarme la cara por culpa del regodeo con mis memorias.
Wendy Guerra me lo ha puesto fácil con Todos se van, su diario que primero fue premio Bruguera de Novela en 2006, luego publicado en Barcelona por la editorial Círculo de Lectores. Lo curioso es que esta es la editorial preferida de mi mujer, a la que ha estado suscrita toda su vida, la que le enviaba a casa, mediante un mensajero de carne y hueso, los más recientes títulos, los libros de tapa dura y cómoda edición.
Todos se van se lee rápido, porque tiene intriga y poca letra. Es un decir. Descubrí que en el diario de Wendy Guerra hay dos libros en uno: el que se cuenta y el que hay que leer entre líneas. Los dos me gustaron. Los dos me emocionaron. Es verdad que uno nunca sabe para quién trabaja. Yo volví a recorrer las calles de La Habana con la autora. Más que eso, viví otra vez gran parte de ese tiempo que se fue sin darnos cuenta, que nos fue robado por la censura oficial que aún hoy embarga la isla.
Las páginas del diario de Wendy se basan también en la desestructura familiar. Ese ámbito es el primer círculo de referencia de un niño, y ella lo utiliza descarnadamente en su narración como eje paralelo de la asfixia provocada por el Estado. Su personaje, Nieve Guerra, nació en Cienfuegos en 1970, solo diez años después de la llegada de Castro al poder. Este volumen continúa censurado en Cuba y por tal motivo se ha convertido en un libro de culto.
Afortunadamente, la autora no cae en el morbo, lo cual es bastante difícil de conseguir. Su narración utiliza el estilo cortado y ahí está su carta de triunfo: que el interlineado vaya diciendo lo que todos suponemos pero que, escrito, desbordaría el lenguaje. Un libro autobiográfico engancha por el cuello al que vivió esos años en aquella isla y no la suelta, pero este diario es mucho más que una nación y que un contexto histórico: es la memoria existencialista de una niña, primero, y una joven, luego, cuya sensibilidad la atormenta.
Es un clásico femenino universal que aquí está matizado por una fina ironía que se burla, sin ofender, de todo y de todos. Me encantó lo bien balanceados que están los tintes superdotados de la autora con respecto a la otra cara de la moneda que es el matiz directo, elemental. El libro es una bofetada elegante a la represión. Se sirve de la aparente ingenuidad para denunciar el acoso político. Hay muchos nombres que me recuerdan momentos, nombres que incluso cualquiera de nosotros que somos de la segunda generación afectada conocemos de cerca.
Wendy sabe eludir la chismografía. Creo que por razones estéticas y, de paso, éticas. Se agradece inmensamente. Un nombre mal puesto o puesto con pelos y señales sería venganza, y creo que no se trata de eso, por mucho que los episodios la provoquen. En España se diría que la autora es una chica lista. En Cuba se hablaría de que es “un filtro”. Y nunca mejor dicho: lo que ha procesado en Todos se van es el dolor de la adolescencia que a todos nos pesó tanto, por imaginar que escapábamos desde fechas tan tempranas. Escapar fue un juego que terminó siendo verdad.
Yo sé que Wendy Guerra aún vive en la isla porque en este planeta todo se sabe. Aunque le he pasado el libro a mi mujer, puntualizando que hay capítulos eróticos interesantes, no dejo de entender que lo que mi mujer hace es protegerme. Pero somos suicidas vocacionales. El diario censurado de “Nieve Guerra” te puede estropear un domingo. Esta lectura me ha provocado el viaje al revés, hacia la isla, y ahora, por muchas razones ajenas a mi voluntad, mi cuerpo no puede regresar.
Nota: Esta crónica fue publicada originalmente en el blog del autor, Segunda Naturaleza, en marzo de 2007.