LA HABANA- En sus buenos tiempos, cuando el Kremlin giraba un generoso cheque en blanco a Cuba, en la mastodóntica Escuela Vocacional Vladimir Ilich Lenin, al sur de La Habana, inaugurada en el otoño de 1974 por Leonid Brezhnev y Fidel Castro, sus alumnos comían pollo tres veces a la semana, tomaban helado Coppelia y contaban con los mejores laboratorios escolares de América Latina.
El centro fue el orgullo de Castro. Un alto segmento de los estudiantes eran hijos de funcionarios del Partido Comunista o adolescentes que destacaban por sus brillantes rendimientos académicos.
“La escuela era como una antesala del paraíso. Los albergues tenían aire acondicionado y agua fría y caliente. El comandante enviaba los quesos que producía en su fábrica de Punto Cero. Tenía un anfiteatro con capacidad para más de 4,500 personas. Y varias piscinas, entre ellas una de dimensiones olímpicas. La calidad pedagógica no era muy diferente a la de un colegio privado”, recuerda Ricardo, ex profesor de la Lenin.
El resto de los escuelas, aunque no tenían esos privilegios, contaban con un profesorado de nivel, almuerzo escolar y dos meriendas diarias en la enseñanza primaria.
“Los muchachos no tenían que cargar, como ahora, mochilas con comida. En la escuela te daban almuerzo y merienda gratis. El claustro docente contaba con una excelente formación profesional. Y los salarios eran aceptables en aquella etapa, cuando el peso tenía poder adquisitivo”, cuenta Elsa, maestra jubilada del antiguo Instituto Edison, en el barrio de La Víbora, hoy transformado en el preuniversitario Francisco de Miranda que, como la mayoría de las escuelas del país, pide a grito una mano de pintura y una reparación general.
En los años de la 'edad de oro' de la autocracia castrista, los cubanos recibían media libra de carne de res cada quince días por la libreta de racionamiento, pero ya el fraude escolar era un grave problema.
“Es verdad que en aquella época cualquier centro de enseñanza contaba con todos los recursos materiales. No faltaba el tejido para confeccionar los uniformes, ni el calzado escolar o deportivo. Tampoco cuadernos y libros. Pero el engaño, de cierta forma amparado por las autoridades, comenzó a deformar los principios que siempre sustentaron la educación cubana”, destaca Osvaldo, ex funcionario del Ministerio de Educación.
En su opinión, "la calidad de un maestro se parametraba por la cantidad de alumnos que promovía y se comenzó a practicar el timo consentido. Cuando un profesor veía a los alumnos en aprietos, descaradamente, permitía que copiaran de otro estudiante o copiaban las respuestas de los exámenes en la pizarra. Mientras más estudiantes promovía, más reconocimiento tenía el profesor y la escuela. Había nacido el fraude generalizado”.
Cuarenta y tres años después que Fidel Castro y Brezhnev inauguraron la escuela Lenin, el centro presenta condiciones precarias. Han cerrado dos bloques del edificio por problemas constructivos. “Debido a la falta de mantenimiento ninguna de las piscinas funcionan. En la mayoría de los albergues los alumnos tienen que cargar cubos de agua, hay un montón de filtraciones en los techos y la deserción de profesores es incesante”, señala un maestro.
Mientras la élite histórica de la burguesía verde olivo celebraba en Miramar, en el otrora Teatro Blanquita, rebautizado Karl Marx, el centenario de la revolución bolchevique, se rumoró el cierre de la Vocacional Lenin.
La viceministra de educación, Margarita McPherson, públicamente desmintió el rumor y argumentó que debido al descenso de la matrícula, cerrarían solo dos bloques del gigantesco inmueble para reparación total.
Los problemas constructivos de las escuelas en la Isla son habituales. Si usted recorre la Universidad Tecnológica José Antonio Echevarría, antigua CUJAE, en Marianao, al oeste de La Habana, observará paredes ennegrecidas por la filtración, escaleras sin pasamanos y laboratorios mal equipados. En una casa de estudio donde, supuestamente, se graduará la crema y nata de la futura ingeniería cubana.
El acceso a internet de los estudiantes está racionado. “Nos dan determinado números de horas mensuales de navegación. La conexión, por lo general, es lenta y las computadoras son de segunda o tercera generación. La mayoría de los alumnos aprovechan el tiempo de máquina para actualizar su muro de Facebook y contactar con amigos y parientes en el extranjero”, indica un alumno de tercer año.
Ahmed, profesor de electrónica, cuenta que el siglo de la revolución digital “es penoso ver cómo en cada curso llegan alumnos a estudiar carreras técnicas sin conocer las nuevas tecnologías. He tenido estudiantes que apenas saben manejar una computadora. Los ingenieros que salgan de esta escuela no los recomendaría a ninguna empresa”.
A ETECSA, la única empresa de telecomunicaciones en el país, le gusta presumir que presta un servicio social al país. Pero tengo mis dudas. Aunque desde el 4 de julio de 2013 se comercializa internet en pesos convertibles en salas y parques con redes wifi, la enseñanza pública en Cuba no tiene conexión a internet.
“Es inadmisible. Pero es la realidad. El gobierno se jacta de que todas las escuelas tienen laboratorios de computación, pero lo que no dicen es que la mayoría de las computadoras están rotas, desfasadas y sin conexión a internet. Hace dos años se habló de repartir tabletas a los estudiantes. Pero todo se quedó en eso: un cuento para engañar a bobos”, dice un profesor de computación de una escuela secundaria en la provincia Artemisa.
Una funcionaria de educación en el municipio Diez de Octubre, reconoce que el retroceso cualitativo en la enseñanza cubana es alarmante. "La mayoría de las escuelas están en regular o mal estado constructivo. Pero lo peor es la deficiente preparación del claustro de profesores, que obliga a los padres a pagar a maestros jubilados para que le repasen a sus hijos. No hay rigor. Porque un estudiante tenga excelentes notas, es un espejismo creer que las cosas marchan bien. Hay demasiada corrupción. Profesores que aceptan regalos y dinero de los padres para que les otorguen la nota máxima a sus hijos. Esa conducta no se puede justificar con el pretexto del bajo salario. La sociedad lo va a pagar en un futuro no muy lejano, cuando reciba en centros productivos o científicos a las próximas generaciones de profesionales”.
En la escuela secundaria Eugenio María de Hostos, en La Víbora, es frecuente que profesores cobren dos pesos convertibles, equivalente al salario de dos días, por repasar a los alumnos incluso en el propio centro. Las materias repasadas luego aparecen en los exámenes.
“Además de un fraude flagrante, hemos llegado a la falta de ética y moral. Es inaceptable que un maestro del Estado, por el motivo que sea, cobre por dar repasos. Eso es un delito”, indica Antonio, ex profesor jubilado. Pero la permisividad y ausencia de valores dentro de la sociedad cubana los apaña.
“Los pobres, a mí me dan pena los maestros, ganan un salario miserable y tienen que buscar la manera de ganarse un dinerito extra. Yo pago los repasos, así garantizo que mi hijo siempre obtenga notas altas”, confiesa la madre de un alumno.
Es un fenómeno generalizado y ocurre en escuelas de cualquier provincia. “Estamos formando monstruos, profesionales con serias carencias. Y lo peor es que sucede en todos los niveles de enseñanza”, opina un profesor universitario.
Si antaño el fraude académico era esencialmente para vender una imagen de sociedad con un alto grado de instrucción -el mejor del mundo, como le gustaba alardear a Fidel Castro- la actual estafa escolar es un negocio para miles de maestros mal pagados.
El bajón cualitativo en la educación pública es aterrador. Ninguna de las universidades cubanas figura entre las primeras 200 de América Latina. Y el sistema de enseñanza en Cuba, con elevado porcentaje de adoctrinamiento político y metodología desfasada, no clasifica entre los mejores de 70 naciones del mundo.
Sin embargo, el Banco Mundial, destaca que por per cápita de habitantes, Cuba es la nación que más dinero destina a la educación. Como todas las estadísticas cubanas tiene una doble lectura. El país destina un 13% del PIB a la enseñanza pública, alrededor de 8 mil 278,4 millones de pesos, equivalente a 375 millones de dólares.
Pero, ¿cómo se gasta ese dinero? Resulta evidente que no es en el salario de los maestros, en las reparaciones de escuelas y una base material de estudio de calidad.
Una de dos: o se reforma el sistema de enseñanza nacional o a la vuelta de una década los niveles de instrucción serían comparables a los de un país atrasado de África. Ya vamos por ese camino.