LA HABANA- Pregúntele a Enrique, 66 años, jubilado, si piensa proponer a algún vecino del barrio como candidato a las elecciones a celebrarse en los próximos días, y luego de hacer un gesto de desaprobación, suelta un rosario de quejas contra lo que considera una pésima gestión gubernamental.
Escuchémoslo. “Desde hace más de diez años, el Estado no le aumenta las pensiones a los jubilados. Los viejos son los que peor la pasan con las supuestas reformas económicas. Trabajamos de custodio, recogiendo latas en la calle o vendiendo jabas de nailon para poder sobrevivir”.
Enrique, vendedor de libros de uso en la Calzada de Diez de Octubre, al sur de La Habana, asegura que los delegados del Poder Popular no resuelven nada. "Son figuras decorativas. Yo antes participaba en las reuniones, pero la gente planteaba problemas y jamás se solucionaban. Ya estoy muy viejo pa’que me cojan pa'ese trajín. Esas elecciones son solo cháchara. Pura demagogia”.
Cuarenta y un año después de iniciado en la Isla un proceso electoral participativo y con algunos guiños supuestamente democráticos, que comienzan con la nominación y elección de los delegados de circunscripciones y culminan con la conformación de un calco de Parlamento, donde en cuatro décadas todas las decisiones se votan unánimemente, los cubanos que desayuna café sin leche apenas le prestan atención al 'poder del pueblo', como desde su funcionamiento a nivel nacional, en 1976, le dicen al Poder Popular.
Lidia, empleada bancaria y madre de dos hijos, considera que “esas elecciones se celebran porque el gobierno quiere guardar la forma. La gente ya ni asiste. Al menos en la de mi circunscripción solo vi un papel pegado en el cristal de una librería. Pero no fui. ¿Tú crees que tengo tiempo para esa bobería? Mi lucha es atender a mis hijos y zapatear por toda La Habana, porque después del ciclón hay tremendo desabastecimiento en las shoppings, parece que la comida se la llevó el viento. Nadie está pa’ esa matraca de elegir a candidatos”.
Daniel, dueño de un negocio de reparación de sombrillas y mochilas, cuenta que el pasado 17 de septiembre en su circunscripción se efectuó “la asamblea para elegir a los candidatos a delegados, y de más de doscientos vecinos, solo asistieron veintidós. El tipo de la presidencia espero cinco minutos a ver si llegaba más gente. Luego de una muela corta (breves palabras), se pasó a elegir a los candidatos. Los dos que eligieron como primera opción se negaron, utilizando como pretexto que tenían mucho trabajo. Un señor mayor, medio tarado él, que siempre anda vestido de miliciano, aceptó. La asamblea duró veinte minutos, menos que la novela. Fue matando y salando”.
¿Por qué esa apatía generalizada de la población con el único mecanismo electoral donde la gente puede elegir a su representante?, le pregunté a Carlos, sociólogo.
“Porque nunca el Poder Popular ha funcionado. No se puede ver como eficaz un proyecto que ha demostrado su inutilidad en cuatro décadas. Ese experimento estilo soviet, donde un delegado gestionaba las preocupaciones de la comunidad y después los mejores, elegidos por el voto popular, conformaban un congreso, fue algo inédito en los países que apostaron por el socialismo marxista. Pero la democracia solo existe en teoría. La realidad es que los delegados de las circunscripciones no cumplen ninguna función, y luego de pasar por un filtro selectivo de una comisión estatal, los seleccionados al aburrido Parlamento están completamente domesticados”, subraya el sociólogo habanero.
Según José Fernando, profesor universitario, "la vida política en Cuba es muy limitada, no deja opciones para que a los ciudadanos se les tome en cuenta. Los gobernados apenas tienen canales participativos y no existen mecanismos auténticos donde las personas puedan influir en la estrategia económica, social o política del país".
Con ese punto de vista concuerda, Ana María, ama de casa de 78 años que antes de 1959 militó en el Partido Socialista Popular. Ella es más incisiva: "Es que desde hace más de medio siglo, todas las decisiones y proyectos llegan a golpe de ucases dictados desde el Palacio de la Revolución. Por simple automatismo se celebran reuniones relámpagos en centros laborales donde los sindicatos no cumplen ninguna funcionan, se retocan mínimamente unos pocos detalles y al final todos levantan las manos y se aprueba por unanimidad. Con la Asamblea Nacional del Poder Popular pasa lo mismo".
Los cubanos de a pie, como buenos actores de reparto, cumplen al pie de la letra el guión trazado por la gerontocracia del Consejo de Estado. Por frustración, indiferencia o miedo, o las tres cosas juntas, no aprovechan esos espacios para criticar abiertamente el estado de cosas y transformar la sociedad.
"El Poder Popular es una opción real, probablemente la única, que tenemos los cubanos. No hemos sabido sacarle partido a la opción de poder decidir. El cubano se ha vuelto indiferente a la política. Pero luego, en sala de la casa, en la esquina del barrio o en los taxis colectivos se la pasan criticando al gobierno y a los gobernantes", me dice un señor en la cola del carnicería donde varias personas esperan la llegada del camión con los huevos, la principal proteína consumida por las familias cubanas.
"La realidad es que cuando llega la hora cero, la gente opta por no asistir a las asambleas de elección de candidatos, y los pocos que asisten, hacen silencio o votan masivamente por cualquiera, para salir del paso. Se debiera aprovechar esa tribuna para exigir un gobierno responsable, democracia real y un futuro diferente al de los discursos trillados y las consignas seudo patrióticas", argumenta el sociólogo Carlos.
Pero no se aprovecha. La mayoría de los cubanos seguimos apostando por la simulación al mejor estilo norcoreano. Las voces del cambio en la Isla somos nosotros mismos. Debiéramos empezar a creérnoslo.