Que la candidatura del presidente Donald Trump para el premio Nobel de la Paz suscrita esta semana por 18 legisladores estadounidenses se materialice en 2019 (las nominaciones para 2018 cerraron en febrero) es solo una posibilidad considerando las tendencias del comité noruego y la volátil conducta del régimen nocoreano.
Un premio al mandatario podría ser también mal visto entre muchos activistas por la paz, quienes señalarían el lenguaje de "furia y fuego" de Trump hacia el dictador norcoreano Kim Jong-un, a quien apodó "cohetico" y advirtió que estaba en una "misión suicida" en 2017.
Pero los partidarios dicen que las tácticas de Trump fueron parte de un enfoque de "paz " del tipo que resultó exitoso para el presidente Ronald Reagan cuando se enfrentó a la Unión Soviética.
En la práctica la política de máxima presión y paz a través de la fuerza del presidente estadounidense, aunque no comulgue con los patrones históricos del Nobel, parece haber rendido los mejores frutos hasta la fecha de la política de Washington hacia el peligro norcoreano, mucho más prometedores que los de una política de concesiones y apaciguamiento.
El ejemplo clásico de los resultados de la inutilidad del apaciguamiento frente a un régimen soberbio y totalitario fue el Pacto de Münich mediante el cual los jefes de gobierno de Gran Bretaña y Francia, Arthur Neville Chamberlain y Édouard Daladier, aprobaron en 1938 la anexión a Alemania de los Sudetes (pertenecientes a Checoslovaquia) debido a que la mayor parte de sus habitantes eran de habla alemana. Ningún representante de Checoslovaquia estuvo presente ni fue consultado.
El Pacto solo sirvió para envalentonar a Hitler, quien no solo se anexó los Sudetes, sino toda Chequia, y luego llevó las fronteras del Tercer Reich por el oeste hasta la mitad de Francia y por el este hasta Stalingrado.
No es la primera vez que Pyongyang manifiesta un compromiso de poner fin a su programa de armas nucleares y misiles de largo alcance. Incluso con Estados Unidos. En 1994 el expresidente Jimmy Carter, Premio Nobel de la Paz 2002, acreedor a los acuerdos de Camp David para la paz entre Egipto e Israel, se ofreció al presidente Bill Clinton para mediar con Pyongyang.
Carter no vaciló en endulzarle el oído al Gran Líder Kim Il Sung, abuelo del actual Kim. Dijo que era un hombre vigoroso e inteligente, reverenciado por su pueblo, y que no veía en Corea del Norte ninguna nación fuera de la ley.
Al final, el presidente número 39 logró un compromiso del Gran Líder y Glorioso Camarada. O más bien, lo compró. Kim cerraría su programa nuclear a cambio de unos $ 4 mil millones de EE.UU. en reactores nucleares de agua ligera, $100 millones en combustibles y ayuda alimentaria. A Clinton le pareció un buen acuerdo. ¿Resultado? Dinero de los contribuyentes estadounidenses que se fue por el caño.
Al llegar a la Casa Blanca Trump encontró un programa nuclear norcoreano mucho más avanzado y un líder joven y ensoberbecido.
La víspera de Año Nuevo Kim había asegurado que su país estaba en las etapas finales del desarrollo de un misil balístico intercontinental (ICBM) capaz de portar una ojiva nuclear miniaturizada y alcanzar territorio estadounidense.
El cohete fue ensayado en julio de 2017, y no casualmente, el Día de la Independencia de los Estados Unidos (Uno más perfeccionado fue lanzado el 28 de julio; la instalación exitosa de la miniojiva fue reportada en agosto por el Washington Post).
Mientras tanto, las escaramuzas verbales fueron subiendo de tono y las maniobras militares de ambas partes tornándose más amenazantes para la paz global, con una excepción: en mayo, Trump le lanzó un par de zanahorias al ego de Kim, indicando durante el programa Face the Nation de CBS que le parecía un tipo inteligente, y luego en una entrevista que sería un honor reunirse con él en las condiciones apropiadas.
Cuatro días después del primer ensayo norcoreano de un ICBM, en la cumbre del G20 en Hamburgo, Trump dio un paso clave: persuadir al presidente chino, Xi Jinping, de que Beijing tenía que incrementar sus esfuerzos para frenar el programa atómico norcoreano, y no solo en el ámbito político y diplomático. Como rezaba uno de los lemas de campaña de Bill Clinton: “Es la economía estúpido”.
Aunque la diplomacia estadounidense y la testarudez y la belicosidad de Kim consiguieron que en agosto los 15 miembros del Consejo de Seguridad de la ONU, incluyendo a Rusia y China ─protectores tradicionales de Corea del Norte─ acordaran nuevas sanciones financieras, estas continuarían siendo poco más que simbólicas a menos que Beijing, vecino y patrocinador histórico de la dinastía, se decidiera a aplicar a fondo su palanca económica sobre un régimen que depende del gigante de al lado para varias necesidades básicas, entre ellas las energéticas.
Un reportaje publicado este año por el diario británico Financial Times detalla cómo Beijing excedió incluso los límites de las sanciones de la ONU:
“Las estadísticas oficiales chinas muestran que el promedio mensual de exportaciones de petróleo refinado a Corea del Norte en enero y febrero fue de 175,2 toneladas, apenas el 1,3 por ciento del promedio de 13,552.6 toneladas enviadas mensualmente en la primera mitad de 2017. Las sanciones de la ONU marcan como límite una reducción del 89 por ciento”.
“Las exportaciones de carbón chinas a Corea del Norte también se redujeron a cero por tres meses hasta fines de febrero, luego de alcanzar un promedio mensual de 8.627 toneladas en el primer semestre de 2017”.
“La media mensual de envíos de acero en los primeros dos meses de este año fue de 257 toneladas, muy por debajo de un promedio de 15.110 toneladas por mes en el primer semestre de 2017”.
“Asimismo, el flujo de vehículos de motor chinos se secó, con solo una unidad exportada al país aliado en el mes de febrero, según muestran los datos oficiales”.
Más que todas las gestiones diplomáticas, el cambio de retórica y la disposición de Trump a reunirse con Kim, los auspicios estadounidenses de la “fraterna” cumbre intercoreana en Panmunjom (el presidente de Corea del Sur, Moon Jae in fue el primero en proponer el Nobel de la Paz para Trump) fue la “palanca económica china” la que motivó la súbita epifanía de Kim: su viaje en tren a Beijing; su estrechón de manos con Moon; su propuesta de verse las caras con Trump; su entrevista con el jefe de la CIA y ahora Secretario de Estado, Mike Pompeo; sus garantías de que la clausura de las instalaciones nucleares y de misiles será internacionalmente supervisada y, al cierre de esta nota, la inminente liberación de tres estadounidenses presos en el Gulag norcoreano.
Por primera vez en décadas, Corea del Norte realmente está moviendo ficha.
Todavía es muy temprano para saber si Trump ganará el Nobel de la Paz. El Washington Post cree que el comité noruego podría concedérselo para enviar un mensaje, como lo hizo con su antecesor Barack Obama en 2009, a menos de nueve meses de su investidura. Una firma investigadora de probabilidades británica le otorga dos de tres. Además, nadie confiaría en alguien que es capaz de mandar a envenenar a su medio hermano.
Pero lo que sí parece evidente es que los “imperios del mal” de este mundo solo se aprovechan de las blandenguerías, y solo buscan la paz ─o explotan─ bajo máxima presión.