Otro opositor al castrismo, también en la cárcel, muere por la desidia de una dictadura de más de sesenta años. Es difícil entender cómo en Cuba, en pleno Siglo XXI, en tiempos de globalización y de redes sociales, sigan muriendo en huelga de hambre personas que solo reclaman que sus derechos sean respetados.
Tampoco es comprensible que ese mismo régimen tenga en prisión a más de un centenar de hombres y mujeres, en su mayoría nacidos después de la llegada al poder de los hermanos Fidel y Raúl Castro, que sin haber conocido y nunca disfrutado sus derechos fundamentales, estén en la cárcel por luchar por ellos.
Yosvany Aróstegui Armenteros, conocido como “El Cochero”, murió tras más de 40 días en huelga de hambre en la ciudad de Camagüey, había estado recluido en la cárcel Kilo 7 de esa localidad por su posición antigubernamental.
Yosvani era un cubano negro que apenas había cumplido los 41 años. Un hombre de carácter, porque su amigo Faustino Colás Rodríguez dice que desde su ingreso a prisión, la que siempre calificó de injusta, plantó en varias ocasiones, incluidas huelgas de hambre, si apreciaba que sus derechos le eran negados.
El régimen cubano tiene un récord inigualable en el número de prisioneros que se han visto obligados a recurrir al peligroso extremo de una huelga de hambre. Algunas han sido masivas, en las que han participado cientos de presos políticos, como recoge José Antonio Albertini en “Cuba y castrismo: Huelgas de hambre en el presidio político”, libro único, que recoge testimonios de sobrevivientes de huelgas de hambre.
El primer prisionero muerto en huelga de hambre bajo la mandancia de Miguel Díaz-Canel (término que se usa en las cárceles cubanas para identificar al preso de mayor autoridad y al ser Cuba una gran prisión es el vocablo que mejor se ajusta al jefe de gobierno) fue Yosvany Aróstegui Armenteros.
Así que es de esperar que la Comisión Internacional Justicia Cuba, que componen juristas y profesionales de varios países y que dirige el mexicano René Bolio, agregue este nuevo crimen al sucio prontuario del castrismo y lo cargue directamente al folio del dictador designado.
Es importante repetir que la dictadura castrista tiene el infame récord de haber encarcelado por motivos políticos a más de medio millón de personas de 1959 a la fecha y el no menos bochornoso privilegio de que en sus cárceles hayan muerto hasta el presente al menos 14 prisioneros políticos, incluido Arostegui Armenteros, por participar en huelgas de hambre individuales y colectivas.
Es indignante la indiferencia de tantas personas con lo que acontece en Cuba, apatía que incomprensiblemente también ha contagiado a numerosos cubanos, incluso propias víctimas de la dictadura, que actúan a favor de ese régimen con devoción masoquista.
Es difícil comprender a los políticos y dirigentes sociales que en países democráticos defienden el régimen de La Habana y muestran interés en tener con el totalitarismo castrista mejores relaciones y hasta asistirle como ha prometido más de un político.
José Martí, escribió, “La ignorancia mata a los pueblos, por eso es preciso matar a la ignorancia”, afirmación que en los tiempos de mayor ilustración de la humanidad sería innecesaria sino sobraran los idiotas útiles, siempre prestos a hacerle el trabajo sucio a los demagogos y populistas.
Es difícil entender qué motiva a jóvenes y a otros muchos no tan jóvenes, formados en una sociedad abierta como la estadounidense, a impulsar modelos políticos y económicos fracasados y que hasta crean que puedan ser recuperados y beneficiosos para la humanidad.
Raidel Aróstegui Armenteros, hermano de Yosvani dijo: “En Camagüey él era una piedra en el zapato de la policía política por sus acciones”, una actitud que las dictaduras no pueden soportar y buscan acallarla practicando sus habilidades más notables, la represión y el asesinato.