Este miércoles es el Día Internacional en Apoyo a las Víctimas de la Tortura, y la organización Amnistía Internacional publicó el breviario “Cinco instrumentos de tortura que deben prohibirse”.
“Lamentablemente, en muchos países la tortura continúa siendo una práctica extendida”, apunta el grupo con sede en Londres.
Luis Almagro, secretario general de la OEA, se ha expresado de forma similar, diciendo que es una obligación moral luchar contra este mal.
Un grave problema, señaló Amnistía, es que “más de sesenta años después de su prohibición internacional, en todo el mundo se siguen comercializando y vendiendo abiertamente espantosos instrumentos de tortura”.
A continuación algunos ejemplos expuestos por Amnistía:
Cinturones paralizantes (de electrochoque)
¿Qué son?: Los cinturones paralizantes administran descargas eléctricas de alto voltaje a través de electrodos situados cerca de los riñones, causando un agudo dolor. La persona que lleva el cinturón, en ocasiones durante muchas horas seguidas, está bajo la amenaza constante de que lo activen por control remoto. Otros efectos físicos pueden ser debilidad muscular, pérdida del control sobre la micción y la defecación, irregularidades del ritmo cardíaco, convulsiones y ronchas en la piel.
¿Quién los vende?: Los cinturones paralizantes y otros dispositivos corporales de electrochoque (esposas, chalecos) son fabricados por empresas de todo el mundo. Se sabe que existen fabricantes de este tipo de artículos en Estados Unidos, Sudáfrica y China, y proveedores en India e Israel, entre otros países.
¿Quién los compra?: Estos dispositivos se han utilizado para controlar a la población reclusa en ciertos países, como Sudáfrica, y en algunos estados de Estados Unidos. En Estados Unidos, un preso describió el dolor producido por la activación de su cinturón paralizante diciendo que era “tan intenso que pensé que me estaba muriendo”.
Porras paralizantes
¿Qué son?: Son porras que administran potentes descargas eléctricas. Las porras paralizantes y otras armas de electrochoque, como las pistolas paralizantes y los escudos de electrochoque, permiten que los agentes administren fácilmente descargas eléctricas muy dolorosas en zonas muy sensibles del cuerpo con sólo pulsar un botón, y que lo hagan repetidamente sin dejar señales físicas duraderas. Esto las convierte en un instrumento de tortura muy apreciado, cuyo uso Amnistía ha documentado en todas las regiones del mundo.
¿Quién las vende?: Las porras paralizantes se fabrican y utilizan ampliamente en China, pero Omega Research también ha documentado la existencia de varias empresas en la UE que fabrican estos instrumentos de tortura. Omega halló que una empresa rusa cuenta con una lista de distribuidores y representantes en muchos Estados, como Bielorrusia, Kazajistán, Ucrania, Uzbekistán, Irán, Israel, Arabia Saudí, Sudáfrica y Vietnam.
¿Quién las compra?: Amnistía y otros han documentado el uso de porras paralizantes en países de todo el mundo, como Kirguistán, Filipinas, Rusia y China.
Recientemente, Amnistía documentó el uso reiterado de porras paralizantes por la policía italiana contra personas refugiadas y migrantes recién llegadas, sobre todo para obligarlas a registrar sus huellas dactilares en las comisarías. Un muchacho de 16 años de Sudán declaró a Amnistía:
“Tres días después [...] me llevaron a la ‘sala de electricidad’ [...]. Luego me dieron corrientes con una barra, muchas veces en la pierna izquierda y luego en la derecha, el pecho y el estómago. Estaba tan débil que no pude resistirlo”.
Porras con púas
¿Qué son?: Porras o garrotes provistos de púas de plástico duro o de metal y diseñadas para causar dolor y sufrimiento. Algunos modelos tienen púas en toda su longitud, otros sólo en la punta.
En manos de los agentes encargados de hacer cumplir la ley, estas armas no tienen más uso práctico que el de infligir tortura u otros malos tratos.
¿Quién las vende?: China es el principal fabricante de estos artículos de tortura.
La Unión Europea ha prohibido la importación, exportación o promoción de porras con púas, afirmando que, además de estar diseñadas para causar sufrimiento, no son más eficaces como instrumento antidisturbios o de autodefensa que las porras ordinarias.
[Con información de Amnistía Internacional y redes sociales]