Después de 35 años como arzobispo de La Habana, el cardenal Jaime Lucas Ortega Alamino recibió este martes la aceptación de su renuncia por parte del papa Francisco.
Mons. Ortega había presentado su renuncia al papa Benedicto XVI el 18 de octubre de 2011, tal y como estipula el Canon 401 párrafo 1 del Código de Derecho Canónico, que establece la presentación de la renuncia al cumplir 75 años, pero desde entonces le fue pospuesta hasta hoy.
"El Cardenal Jaime Ortega Alamino establecerá su residencia en el Centro Cultural P. Félix Varela (antigua sede del Seminario San Carlos y San Ambrosio), donde, con la oración y su experiencia, continuará sirviendo a la Iglesia; además de las funciones que le son propias como Cardenal de la Iglesia al servicio del Papa", expresó un comunicado firmado por Mons. Juan de Dios Hernández Ruiz, obispo auxiliar de La Habana.
Resumir el legado de Ortega como arzobispo de La Habana no es posible sin mencionar también su trayecto hasta la silla episcopal habanera y el capelo cardenalicio que le otorgó el papa Juan Pablo II.
Algo más de cinco décadas de un peregrinaje religioso, en una sociedad signada por el comunismo, hacen casi imposible separar el legado de su quehacer pastoral en la Iglesia cubana de su accionar en el ámbito sociopolítico donde esa Iglesia ejerce su ministerio.
Unos y otros, en la mayoría de los casos, van de la mano y en ese camino han levantado tanto aplausos como críticas.
Nacido en el poblado de Jagüey Grande, provincia de Matanzas, el 18 de octubre de 1936, Ortega creció en el seno de una familia modesta. Su padre era obrero suplente del Central Australia.
De la UMAP al Vaticano
Su niñez y juventud transcurrió en la ciudad de Matanzas, donde cursó la primaria y se graduó de bachiller en el Instituto de Segunda Enseñanza. Luego, ingresó en el Seminario diocesano para cursar sus estudios de sacerdote. En 1960 comenzó sus estudios teológicos en el Seminario de las Misiones Extranjeras de Montreal, Canadá, y fue ordenado sacerdote el 2 de agosto de 1964, en Matanzas.
En 1966, Ortega tuvo su primera gran experiencia con la realidad cubana. Fue llevado a los campamentos de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) donde permaneció internado siete meses.
El papa Juan Pablo II lo nombró Obispo de Pinar del Río en 1978.
Ese año comenzó el llamado diálogo entre la comunidad cubana residente en el exterior y el Gobierno cubano, que condujo a la liberación de miles de presos políticos y a que Estados Unidos y Cuba intercambiaran sus primeros acuerdos diplomáticos desde 1960.
Fue un período en el que la Iglesia Católica cubana comenzaba a salir gradualmente del ostracismo y la postración a la que quedó reducida durante los primeros años del gobierno comunista cubano.
Su ordenación episcopal se produjo el 14 de enero de 1979. Fue nombrado Arzobispo de La Habana el 20 de noviembre de 1981, tras el éxodo del Mariel y sus repercusiones en las relaciones entre Estados Unidos y Cuba.
En ese contexto, junto al resto de los obispos cubanos, celebró los acuerdos migratorios de 1986 entre Estados Unidos y Cuba, pidiendo que "en el futuro habría que quitarle aquella condición de definitiva que ha tenido hasta ahora toda partida de Cuba" y destacando el derecho de todo hombre o mujer a vivir y morir en su patria.
Como arzobispo de La Habana, Ortega se pronunció en contra de la pena de muerte cuando en julio de 1989 se produjo el fusilamiento de cuatro altos militares en el proceso conocido como el Caso Ochoa.
"El Papa Juan Pablo II pidió, en el caso que nos ocupa, clemencia para los acusados. Estos son también mis sentimientos personales", subrayó Ortega en el Boletín Mensual No.23 Aquí la Iglesia, La voz del obispo.
La voz de Mons. Ortega también se hizo escuchar a propósito del hundimiento del remolcador 13 de Marzo, el 13 de julio de 1994:
"Los acontecimientos violentos y trágicos que produjeron el naufragio de un barco donde perdieron la vida tantos hermanos nuestros son, según los relatos de los sobrevivientes, de una crudeza que apenas puede imaginarse", dijo Ortega en un mensaje público.
"Que los hechos se aclaren, que se establezca la verdad con la justicia; pero que el odio resulte perdedor", afirmó entonces.
El 26 de noviembre de 1994, fue designado Cardenal por Juan Pablo II. A esa ceremonia en Roma lo acompañó una delegación de aproximadamente 200 personas, entre laicos y religiosos, procedentes de Cuba.
En el ejercicio de esa función cardenalicia, ha visto desfilar por Cuba a tres Papas, en apenas 18 años: Juan Pablo II (1998), Benedicto XVI (2012) y Francisco en 2015.
Durante su ejercicio pastoral al frente del Arzobispado de La Habana, Ortega ha consagrado a cinco obispos y ordenado 43 sacerdotes. Ha logrado la renovación de varios templos, la fundación de varias obras misioneras y logrado un dinámico impulso en las parroquias de las arquidiócesis.
Como cardenal y arzobispo de La Habana, Ortega ha sido una figura relevante en las relaciones Iglesia-Estado y ha jugado un rol importante en la liberación de presos políticos, en especial en la liberación del Grupo de los 75, de la llamada Primavera Negra.
Igual papel se le atribuye en la normalización de las relaciones diplomáticas EEUU-Cuba, anunciada en diciembre de 2014. El 20 de marzo de este año, Ortega fue anfitrión del presidente Barack Obama durante su visita a la Catedral de La Habana.
Apuesta por la reconciliación de los cubanos
Esta presencia en la vida sociopolítica, en la que como mediador ha parecido también complaciente con las autoridades, le ha ocasionado fuertes críticas en amplios sectores del exilio cubano y, en menor medida, dentro de la oposición interna.
En abril de 2012, el cardenal Ortega reconoció las críticas de que ha sido objeto, al hablar en el evento "El rol de la Iglesia Católica en Cuba", realizado en Boston y auspiciado por la Universidad de Harvard y el Centro David Rockefeller para los estudios Latinoamericanos.
"No voy a atacar a los que piensan de otra manera, sólo quiero decir que es un gran papel que están desempeñando, algunos corriendo muchos riesgos personales de ser enjuiciados con dureza. De esto nosotros lo sabemos, la Iglesia en Cuba y mi persona es atacada de todos los modos posibles, pero creo que sería un bien que pudiera darse un proceso de reconciliación entre cubanos", afirmó.
El Cardenal dijo, entonces, que "esto quizás lleve un tiempo y una especie de martirio al cual todo cristiano, y lo considero yo como pastor, tiene que someterse. Este es el dar la vida por las ovejas. Tenemos que someternos a esos sufrimientos, porque no hay resurrección sin cruz, y yo he aceptado que con eso tengo que cargar, y tenemos que cargar para llevar adelante esa reconciliación entre cubanos".
En su más reciente declaración pública sobre el tema, el 27 de marzo, durante la homilía del Viernes Santo, el cardenal Ortega dijo que la reconciliación en Cuba debe basarse en el perdón y no en el olvido de la historia.
"Entre los países, entre nosotros hace falta el perdón. ¿Por qué? Porque la historia no se olvida fácilmente, hay agravios que no se olvidan, no se pasa una página fácilmente, porque hay que perdonar agravios", dijo Ortega, en lo que pareció ser una alusión al discurso pronunciado por Obama días antes en el Gran Teatro de La Habana, donde el mandatario estadounidense dijo que "ha llegado el momento de que dejemos atrás el pasado".
"En esto hay una gran dificultad, no se pasa la página y no se deja atrás la historia, porque la historia es necesaria, y la historia es maestra de la vida, como dijo el pensador griego, y hace falta tenerla siempre presente, y sin embargo tenemos que vivir reconciliados", subrayó Ortega, quien explicó que la reconciliación entre cubanos dentro y fuera de la isla, es una "palabra que no se ha entendido ni en esta orilla ni en la otra orilla por muchos de nuestros hermanos, (aunque) por otros sí".
"No se tiene que olvidar la historia, tenemos que sobreponernos a la historia por el perdón", concluyó el Cardenal.