Hasta hace pocos años las elecciones en un país latinoamericano eran foco de atención exclusiva de la ciudadanía convocada, en el presente, como consecuencia de la interdependencia entre las naciones del hemisferio y el desarrollo de las comunicaciones, el sufragio en una sociedad plural y abierta es punto de interés para todo el continente, el mundo, por suerte, ha dejado de ser ancho y ajeno, al menos, en lo que respecta a la información y a las consecuencias de las decisiones del vecino.
Los recientes comicios en Colombia han atraído más atención hemisférica que ningún otro en la historia de ese país y es que existe la percepción de que en alguna medida los resultados van afectar a todo el continente. Colombia se ha convertido en el foco del debate hemisférico establecido entre quienes quieren aumentar y distribuir mejor los progresos alcanzados, y los que son partidarios de socializar las riquezas para compartir la miseria.
Antes que votar hay que pensar. Uno y todos los sufragios son importantes, en consecuencia, es significativo que cada elector se informe de la conducta de los candidatos, estilo de vida y carácter. El conocimiento de los antecedentes de los aspirantes, así como el cumplimiento de los compromisos públicos contraído con anterioridad, deben ser factores de importancia en la decisión del votante, tan o más relevante que las propuestas y promesas electorales.
Candidatos mesiánicos, cargados de promesas a cumplir solo con su acceso al poder, tienden destruir lo establecido dejando solo ruinas a su paso. Un empleador antes de contratar a alguien averigua lo más posible sobre el individuo, así qué lo menos que se debe hacer para elegir un político, máxime si es candidato a la presidencia, es conocer todo sobre el postulante porque el futuro va a estar influenciado por sus decisiones.
Muy pocas personas tienen dudas de que Fidel Castro y Hugo Chávez fueron los arquitectos de las destrucción de sus respectivos países pero los obreros y capataces de esas devastaciones fueron amplios sectores de sus gobernados, fue irracional que un amplio sector del pueblo cubano recorriera campos y ciudades gritando elecciones para que, al igual que no tiene sentido que el electorado venezolano votara a favor de un militar golpista, pero todavía tiene menos sentido que muchos colombianos estén a favor de un candidato cuyas propuestas se aproximen penosamente a la de los modelos de gobierno antes mencionados.
El humanismo de Gustavo Petro se parece mucho al que promovió Fidel Castro en los dos primeros años de su dictadura, y sus antecedentes y personalidad de Iluminado con la verdad absoluta, descrita por Antonio Caballero en su columna, le igualan mucho, mucho, a Castro y a Hugo Chávez.
Por suerte sus propuestas no calaron en la mayoría del electorado colombiano. Recetas mágicas como las suyas destruyeron la economía de Cuba y Venezuela y el mesianismo que exhala solo fue productivo en esos países en lo que atañe a la generación de miedo, inseguridad y la eliminación de los derechos ciudadanos.
El programa de gobierno de Petro es en realidad una propuesta de refundación nacional semejante a las del socialismo del siglo XXI. Es un proyecto basado en la voluntad del caudillo, más que en el compromiso de crear riquezas.
Desgraciadamente aunque la mayoría del sentir popular se expresó en su contra, se aprecia que no pocos periodistas, intelectuales y hasta estudiantes le respaldan. Alcanzó un notable endoso, lo que significa que un amplio sector social favorece un cambio radical, lo que debe alertar a quienes le enfrentan, a crear oportunidades a la que todo ciudadano pueda optar.
Sin embargo la realidad es que la victoria del modelo que propone solo es productiva en la creación de déficits, por eso es conveniente evocar otro colombiano, Gabriel García Márquez, amigo de los Castro, quien en "Crónica de una muerte anunciada", va notificando el futuro y eso es lo que hacen los que se oponen a Petro cuando afirman que su victoria significaría el fin de la democracia colombiana, tal y como ocurrió con la vecina Venezuela.