El 20 de julio de 1969, hace hoy medio siglo, el gobierno de Fidel Castro hizo todo lo posible para que los cubanos de la isla no vieran cómo “los americanos” llegaban a la Luna.
Pero unos cuantos se las arreglaron para no perdérselo.
En Santa Clara, un grupo de amigos instaló una antena de televisión en el campanario de la Iglesia de la Divina Pastora, uno de los terrenos más altos de la ciudad, y se reunieron para captar la transmisión del alunizaje de la Apolo 11 por canales de Estados Unidos.
En La Habana, en pleno corazón del Vedado, una familia que tenía un televisor en colores alistó una antena en la azotea del edificio de tres plantas donde vivía, y allí se les unieron varios amigos dispuestos a compartir “un privilegio”.
“Hicimos una antena modelo Yagi con un diseño que nos dio el ingeniero de la Universidad Central de Las Villas Giraldo Valdés Pardo”, cuenta hoy desde su exilio en Miami el arquitecto Gastón Cruz. “La antena tenía cinco o seis directores [varillas metálicas] y un dipolo [el dispositivo que procesa la señal]. La instalamos en la parte de atrás del campanario; a lo mejor todavía el tubo está ahí”.
Fabricaron la antena en el patio de su casa en Santa Clara, dice.
“El mástil que la sostenía era un tubo galvanizado de tres cuartos de pulgada que alguien donó”, explica Cruz, “y el centro de la antena era de madera, donde estaban colocados los directores y el dipolo”.
Usaron un televisor Westinghouse con pantalla de 20 pulgadas en blanco y negro, detalla Cruz.
“Lo subimos al lugar donde se ponía el coro de la iglesia para que estuviera cerca del campanario; para que el cable de 300 ohms [medida de resistencia eléctrica entre dos puntos de un conductor] que se conectaba a la antena no tuviera pérdida” de la señal, indica el arquitecto cubano.
Entre el grupo de alrededor de 10 amigos que se reunieron a ver el acontecimiento estuvo un ingeniero de viales polaco que en aquel momento trabajaba en Santa Clara como asesor del Ministerio de la Construcción, específicamente en la Empresa de Proyectos de Vivienda, evoca Cruz.
No está seguro de si se les sumó alguien de la iglesia, pero lo que sí recuerda con claridad es que no tuvieron que pedirle permiso a nadie, porque no había sacerdote fijo en La Divina Pastora. El que iba allí, asegura, tenía que oficiar de recorrido por varias iglesias.
Del momento crucial de la transmisión, cuando Neil Armstrong pisó la Luna y dijo que era apenas un pequeño paso para un hombre, pero un gran paso para la humanidad, lo que le viene a la mente es la euforia.
“Saltábamos; saltábamos como la gente que estaba en Cabo Cañaveral, o en Houston”, relata ahora. “Éramos unos cuantos técnicos e ingenieros jóvenes que estábamos siendo testigos de algo increíble… el desarrollo. Fíjate que después que vine a este país, la primera vez que salí de Miami fue para ir a Cabo Cañaveral”.
Ya Cruz había cumplido casi cuatro años de prisión por “atentar contra los poderes del estado”, como se tipificaba el delito de querer escapar del país por mar en una “salida clandestina”. Por eso no le preocupaba mucho que lo acusaran otra vez de hacer algo indebido.
“Sentía que tenía derecho a hacerlo”, comenta ahora. “En el trabajo hubo un ingeniero que tomó represalias contra nosotros, porque hicimos el comentario de lo que habíamos visto y el tipo se enfureció”.
La habanera Dulce Márquez recuerda que a su pareja de entonces, a quien se refiere solo como “Rigo”, le gustaba buscar folletos de instrucciones técnicas para fabricar complejas antenas que ponía en la azotea.
Lo curioso, dice, es que “casi nunca entraba ningún canal, y los momentos en que se veía algo yo era feliz con un pedacito de anuncio [comercial], pero aquel día [20 de julio de 1969] todo se vio clarito, como una hora”.
Eran entre 10 y 15 personas, amigos cercanos, y no le parece que la reunión tuviera nada de clandestina, dice. Aunque muchos recuerdan que lo que publicó después el diario Granma fue una nota minúscula casi ahogada por el triunfalismo revolucionario, en su barrio, comenta Márquez, parecía una cosa natural que alguien quisiera ver la llegada de los americanos a la Luna.
A la pregunta de qué comentaban al verlo, inicia su respuesta con otra interrogante.
“Imagínate, en Cuba, ¿qué íbamos a decir? ¡Qué cosa más grande, qué clarito se ve, somos unos privilegiados de ver esto!”, cuenta Márquez.
Entonces era común usar la frase de que Fulana o Fulano “está en la Luna de Valencia” para referirse a los despistados.
“Lo que decíamos era: ¡Oh, qué maravilla, mira eso, estamos en la Luna! No en la Luna de Valencia, ¡en la Luna de verdad!”