LA HABANA, Cuba.- No es la típica promoción de turismo que solemos encontrar en las agencias de viaje que venden estancias en París o en New York. Aunque está dirigida a las personas de mejores ingresos en la isla, a esos “nuevos ricos” que han ido saliendo a la luz más antes que durante los ensayos de actualización del modelo económico cubano, para nada se les seduce con cenas en restaurantes de alta cocina o con visitas a tiendas regentadas por Chanel, Armani o Dior.
No paseos en yate, no balnearios, no clubes nocturnos, no casinos, no viajes al espacio ni aventuras en submarinos. Tampoco se los invita a las célebres galerías de arte de Moscú ni a una función de ballet en el Bolshoi porque eso es demasiado aburrido para el concepto de viaje o de vacaciones que maneja una buena parte de los cubanos y tal vez la totalidad de nuestros “macetas” (gente adinerada).
El paquete turístico, creado por la empresa cubano-rusa Ancontur, está diseñado para ocho jornadas que, al parecer, se adecuan perfectamente a las preferencias de los más de dos mil viajeros que hasta la fecha han probado la ruta Habana-Moscú-Habana.
Describamos brevemente el paseo: llegada al aeropuerto Sheremetevo de Moscú, instalación en habitaciones triples, siempre en un hotel de bajos estándares o, para mayor economía, en casas de renta que exhiben precios diarios similares a los de La Habana (vamos, como si estuvieras en ella) y, el plato fuerte, lo que ha convertido la oferta de Ancontur en súper tentadora para nuestros “millonarios en germen”: largas horas de compras en los mercadillos Sadovov, Saviolovskiyo, Mitinskiy y “Puerto Sur” donde abunda la ropa y el zapato al por mayor, más las piezas para autos y motocicletas de la era soviética.
“No hay más que pedir. Es como ir al paraíso”, dice muy en serio Juan Carlos, el dueño de un taller automotriz que, junto a su esposa, ha disfrutado de la experiencia en dos ocasiones. Para él, la promoción de Ancontur se ajusta a sus necesidades al fusionar “placer y negocios”.
Para el próximo viaje Juan Carlos planea incluir en la expedición a su hija, que ya ha cumplido la mayoría de edad, no solo para que realice los sueños de “cruzar el charco” (viajar al extranjero), tomarse un centenar de fotos en la nieve y “especular” (hacer ostentación) con los amigos “pobres” en el barrio donde viven, sino, además, para agregar más kilogramos de peso en el equipaje de retorno a La Habana.
“Así puedo traer más piezas de carros y más ropa porque seríamos tres y todo lo pagaríamos en moneda nacional (al ser la primera importación del año)”, es más o menos lo que razona Juan Carlos, de modo recurrente, mientras me explica cómo intentarían acomodarse tres en una habitación de 2 metros por 4 y lo que comerían para ahorrar dinero.
“Mucho laterío (comida en lata) y pan con esto y pan con aquello, con lo que sea. Idania (su esposa) lleva arroz, frijoles, azúcar y eso nos ahorra bastante, además que yo no soporto la comida rusa”, afirma Juan Carlos, que clasifica en los estándares económicos de Cuba como un “hombre de éxito” y, en la barriada, es considerado un verdadero magnate.
Gladys, de 50 años y dueña de un próspero servicio de lavado de autos en Arroyo Naranjo, es otra turista cubana que desea repetir la experiencia rusa con su esposo. En su caso, dice haber ahorrado mucho dinero habiendo compartido un apartamento con otros viajeros “a la criolla”, a quienes no importa en absoluto tener momentos privados con su pareja.
“Éramos diez en un apartamentico de dos piezas, sin ventanas a la calle. Pero una semana la pasa un sapo bajo una piedra. Yo y mi esposo dormíamos en un sofá cama. Otro matrimonio dormía en el piso. Era como una escuela al campo (se refiere a los campamentos escolares de trabajo agrícola obligatorio donde los estudiantes dormían hacinados en barracones durante los años 70 hasta principios de los 90) (…). No cabíamos ni de pie (…). Habíamos comprado tantas cosas que el dueño (del departamento) tuvo que poner los bultos en otro apartamento que estaba vacío”, cuenta Gladys.
Ella es considerada, por los vecinos, entre las personas más adineradas de su barrio, incluso se autodescribe como “de gustos muy refinados” y siempre tiene una frase a flor de labios: “Primero muerta que sencilla”.
Sin embargo, es una realidad que los grupos de turistas cubanos no siempre están integrados por quienes buscan matar los dos mismos pájaros con un solo tiro. Más allá del raro placer y el negocio están los nostálgicos que con tan solo escuchar la palabra Moscú se regresan a la era soviética, a lo anterior a la Perestroika, y van en busca de lo que ya existe tan solo en los recuerdos.
Casi siempre son exmilitares o antiguos estudiantes de los programas de intercambio Cuba-URSS que, nadie sabe por qué insondables misterios de la mente humana, recuerdan la época con sospechosa melancolía.
No obstante, han sabido nadar bien durante estos años de crisis económica y reordenamiento, tanto como para lograr pagar los más de 3 mil dólares que necesita una sola persona para realizar la aventura Habana-Moscú-Habana de Ancontur y hasta de otras agencias que comienzan a proliferar, según se advierte en las páginas del sitio de clasificados Revolico.com.
Este otro tipo de viajero nostálgico es de los que, usualmente, va con la esperanza de contemplar la extinta Unión Soviética pero que, contradictoriamente, regresa alabando la prosperidad y los avances de la actual Rusia capitalista como si fuesen logros del comunismo, una continuidad de este, y no los efectos económicos y políticos de un necesario y oportuno derrumbe.
Para estos, tanto Ancontur como su competencia, han reservado unas jornadas de paseos por el Kremlin y un par de horas de duelo frente al cadáver momificado de Lenin. Aunque solo unos instantes, porque también sus itinerarios han sido ajustados para que vayan de compras a los mercadillos, junto a aquellos de la cuadrilla “placer-negocios”, un prototipo de “hombre nuevo” cubano para el cual viajar es sinónimo de comprar barato y en cantidades para revender, lo que constituye la mejor fórmula del éxito en Cuba.
Cerradas las puertas de Ecuador, habiéndose puesto muy difícil la entrada a Trinidad y Tobago, al no ser demasiado atractivos los demás países que no solicitan visado a los cubanos, Rusia se ha convertido en el principal destino de viaje para aquellos que, no pudiendo obtener visa para Estados Unidos o México, han logrado acumular dinero suficiente para comprar un pasaje a Moscú, en un país donde esas cantidades pudieran representar más de diez años de salario para un profesional con grado universitario.
Aunque parezca ridículo, el itinerario Habana-Moscú-Habana es la oferta turística más sofisticada con que cuentan los cubanos más selectos y, en estos tiempos difíciles, paradójicamente, todo apunta a que será todo un negocio próspero y, si continúan cerrándosele las puertas a los cubanos en otros lugares, hasta pudiera llegar a ser sostenible.
(Este artículo se publicó originalmente en CubaNet)