La Habana - Ni siquiera Luis Almagro, secretario general de la OEA, se salvó de la represión. Almagro, quien fue galardonado con el Premio Oswaldo Payá, disidente fallecido en un accidente de tránsito el 22 de julio de 2012, y que su familia y un ala de la oposición cubana sospecha fue un crimen de Estado, esperaba asistir al evento convocado por Cuba Decide, organización que preside Rosa María Payá, hija de Oswaldo, quien vive a caballo entre La Habana y Miami.
Pero el gobierno de Raúl Castro le vetó la entrada al país. En la jornada anterior la autocracia verde olivo impidió el acceso del presidente mexicano Felipe Calderón y a la ex parlamentaria y ex ministra de Estado Mariana Aylwin, hija de Patricio Aylwin, quien gobernó en Chile de 1990 a 1994, tras el retiro de la política del dictador Augusto Pinochet.
La ceremonia del evento tuvo lugar en la casa de la familia Payá, cita en la calle Peñón No. 221, entre Ayuntamiento y Monasterio, en el municipio Cerro, La Habana.
Fuerzas combinadas de la PNR, contrainteligencia y paramilitares de la Asociación del Combatiente del Cerro, desde horas tempranas desplegaron un intenso operativo para impedir el acceso de activistas de derechos humanos, periodistas independientes y opositores locales.
Iván Hernández Carrillo, ex prisionero político y sindicalista independiente, uno de los nominados al Premio Oswaldo Payá, contaba a Martí Noticias que “al menos cincuenta opositores y activistas fueron detenidos por la Seguridad del Estado. A pesar de eso la actividad no se suspendió. Acudieron alrededor de veinte corresponsales extranjeros, dos reporteros de Diario de Cuba y diplomáticos de las embajadas de Suecia y Estados Unidos”.
Por los alrededores de la casa de Rosa María, los vecinos aparentaban normalidad, pero se notaban tensos y de reojo miraban el fuerte dispositivo policial.
“Esa gente (Seguridad del Estado) no cree en la lluvia ni en la madre de los tomates. Cuando se trata de prohibir que los disidentes hagan sus actividades movilizan cualquier cantidad de carros, motos y personal. Ellos no tienen que rendir cuenta por el gasto del combustible”, comentaba un vecino en las inmediaciones del Parque Manila, a tiro de piedra de la casa de la familia Payá.
Alrededor de sesenta agentes de la policía política participaron de la redada. “Estos tipos llegan como si fueran los dueños del país y se ponen a dar órdenes a todo el mundo. Cogieron un local de una institución para parquear sus motos Suzuki”, cuenta una enfermera que trabaja en el hospital pediátrico conocido como Católicas Cubanas, ubicado dentro del perímetro de vigilancia.
El miércoles 22 de febrero amaneció lloviendo en La Habana. Salí de mi casa a las nueve de las mañana, con la intención de cubrir como periodista el evento para Martí Noticias. Me bajé de un taxi colectivo en Calzada del Cerro y Monasterio.
Cuatro agentes vestidos de civil me miraron sin suspicacia. En cada esquina había entre tres y cuatro represores. Cuando me dirigía hacia la calle Peñón, un mulato fornido, me pidió el carnet de identidad.
¿Quién es usted?, le pregunté. El hombre se identificó y me dijo: “Para allá no puede pasar nadie”.
Intenté explicarle que era una visita privada. Pero el agente fue tajante: "Tienes dos opciones: o te marchas o llamo a una patrulla para que te conduzca a la unidad policial”.
Eran las once de la mañana. Di una vuelta por el barrio. En una cafetería privada, contigua al politécnico Osvaldo Herrera, un grupo de alumnos que se ausentaron a clase charlaban de fútbol y reguetón.
Varias jubiladas hacían cola en una carnicería. “Es que llegó el pollo por pescado. Ahora por la tarde le preparo un estofado de pollo a mi nieta. Lo único que me falta es conseguir el puré de tomate”, comentó una señora que dijo residir en la calle Tulipán.
Joel, ponchero de un garaje situado en Boyeros y Ayestarán, opina sobre la disidencia: “Sí, la muela de la democracia y los derechos humanos es muy linda, pero cada vez que los disidentes se reúnen, todo el mundo tiene que estar quieto en base. No se puede vender por la zurda combustible o un cigarro de marihuana. Ni siquiera jugar a la bolita”.
Precisamente la organización que lidera Rosa María Payá aspira a materializar una iniciativa ciudadana sin fines de lucro, no partidista, conformada por todos los que apoyen el derecho a decidir de los cubanos.
Pero hay una pregunta en el aire. ¿Cómo se puede convocar a una masa de personas temerosas e indolentes? Ojalá que Rosa María Payá pueda lograrlo. Por ahora, el miedo triunfa.