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Libertad, a secas


El periodista independiente Boris González Arenas es arrestado en medio de la Marcha por los derechos LGBTI en La Habana, el 11 de mayo de 2019. Foto: AP.
El periodista independiente Boris González Arenas es arrestado en medio de la Marcha por los derechos LGBTI en La Habana, el 11 de mayo de 2019. Foto: AP.

La primera vez que participé en la celebración del Día mundial de la libertad de prensa fue el 3 de mayo de 1995. En aquel entonces, la atención de la opinión pública francesa estaba enfocada en una elección presidencial. Así que el éxito de público y de repercusión mediática fue limitado.

Junto a mí se encontraban, entre otros, un periodista vietnamita, una reportera argelina y representantes de medios de otros países. La joven argelina disertó sobre las amenazas que recibía a diario su publicación por criticar al poder en su país, que estaba en plena guerra civil entre el Gobierno del FLN, socialista y dictatorial, y los fanáticos islamistas. El vietnamita exiliado conocía una situación parecida a la cubana, sin posibilidad de publicar nada fuera de los periódicos oficiales. Él me entendió enseguida cuando mostré y comenté un ejemplar de Granma, «diario oficial del Partido comunista de Cuba», agregando que los demás tenían suerte, aunque ejercieran su oficio en condiciones angustiosas.

Una colega española me vino a ver al final, comentando lo que yo había planteado, diciéndome que era demasiado pronto para que la gente entendiera. ¡Demasiado pronto! 35 años de Partido (comunista) único, 30 años de diario prácticamente único (el ya mencionado Granma, con nombre de yate significando «Abuela» en inglés). Hoy día, seis décadas después, el periódico (si a ese panfleto se le puede llamar así) sigue existiendo y su circulación exclusiva no ha cambiado. ¿Hasta cuándo?

Esa celebración, una de las primeras, se produjo en pleno periodo especial, años después de la caída del muro de Berlín y del derrumbe de la Unión Soviética, que produjeron la desaparición de todas las Pravda, con excepción del Diario del Pueblo chino y pocos más.

Aunque el muro castrista del Malecón seguía (y sigue) en pie, soplaba sobre la isla un vientecito de libertad. O, más bien, de independencia. Por todas partes surgieron independientes de todo tipo, entre ellos periodistas. Y sus artículos y crónicas, que contaban la realidad cotidiana de la isla, a menudo en forma poética más que política, se empezaron a difundir por todas partes, en primer lugar en Radio Martí pero también en diarios y publicaciones de Estados Unidos, The New York Times o The Washington Post, España, El País, Encuentro de la cultura cubana, Revista hispano-cubana, Francia, Le Monde, Libération…

Ciertos de nombres, los de Raúl Rivero, Ricardo González Alfonso, Manuel Vásquez Portal, Tania Quintero, Iván García, Jesús Zúñiga, Miguel Fernández, Normando Hernández y muchos más (les pido perdón a los que no cito aquí, todos ellos dignos de infinito respeto), sonaban familiares en el exilio. Hasta hubo una revista alternativa, casi temeraria en la isla, De Cuba, que solamente pudo sacar unos pocos números.

Y en eso llegó la maldita «Primavera Negra» de 2003. En pocos días fueron detenidos 75 valientes y, casi inmediatamente, condenados hasta 27 años de cárcel (fue el caso del fotógrafo Omar Rodríguez Saludes). No eran solo periodistas independientes sino activistas en un sentido más amplio. Yo siempre me negué a establecer diferencias entre ellos, en oposición a la organización Reporteros sin fronteras, que solo defendía a los que consideraba como periodistas.

Sin embargo, esa organización, fundada y dirigida por Robert Ménard, un extraño personaje, hoy día alcalde de una ciudad del sur de Francia, que pasó de la extrema izquierda a la derecha extrema, organizó varios actos memorables: una protesta frente a la embajada de Cuba en París, que causó un ataque de los esbirros que se encontraban dentro, provocando serias heridas al cineasta exiliado Ricardo Vega, y varios actos más, el 3 de mayo de 2003, denunciando a los predadores de la libertad de prensa, entre ellos una mesa redonda en la que participaban los antiguos corresponsales en Cuba, expulsados luego, Corinne Cumerlato y Denis Rousseau, autores de La isla del doctor Castro, la escritora cubana Zoe Valdés y el que esto escribe.

Recuerdo sobre todo, esa tarde, las lágrimas de Corinne Cumerlato al evocar la figura de su amigo Raúl Rivero, que fue encarcelado durante cerca de año y medio antes de ser liberado y enviado al exilio en Madrid. También un mitin, multitudinario, en un teatro, en el que intervinieron estrellas del cine y de la televisión, más espectacular que eficaz, a mi parecer.

Mientras tanto, me encargué de traducir y publicar poemarios de Raúl Rivero, Ricardo González Alfonso escritos en la prisión, así como otros poemas de una de sus antecesoras, María Elena Cruz Varela. Y, cada semana, a iniciativa del activista Laurent Muller y de una diputada francesa, Françoise Hostalier, un grupo de exiliados y de amigos franceses nos reuníamos frente a la embajada para protestar contra el fusilamiento de tres jóvenes candidatos al exilio y reclamar la liberación de los «75», intentando popularizar las marchas de las Damas de Blanco en La Habana.

A pesar de que intentaran cubrir nuestras voces con altoparlantes que difundían a todo volumen canciones de los ya viejos nuevos trovadores Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, seguimos yendo allí, junto con un grupo importante de diputados y de políticos franceses de todas las tendencias democráticas, durante años, hasta la liberación de los presos en 2010 y 2011. No sé si nuestra presencia fue eficaz o no, pero resultó ser un testimonio de las injusticias que se producían en Cuba. Los que sí lograron su liberación fueron Orlando Zapata Tamayo, fallecido tras una huelga de hambre en la prisión, y Guillermo Fariñas, que llevó otro ayuno hasta lograr su meta: la excarcelación de todos ellos.

Los tiempos han cambiado desde entonces. A los periodistas independientes les sucedieron los blogueros, Yoani Sánchez, Reinaldo Escobar, Claudia Cadelo y otros muchos, que podían hacer llegar más directamente, y con mayor difusión, sus textos al extranjero. Y a pesar de las amenazas no se ha abatido una represión terrible sobre ellos (aún no, por suerte, y esperemos que nunca), sino una «de baja intensidad».

Ya no necesitaban intermediarios para conseguir llegar a un extenso público en todos los países. Pero a veces, cuando pudieron por fin, a partir de 2014, ir de gira por otras tierras, les organizaron «mítines de repudio», como fue el caso con Yoani en Brasil o en Italia. Sin embargo, su palabra ya se escucha más que la de Raúl Castro, a través no solamente de su blog sino también de su diario digital 14 y medio. Y la palabra circula, casi sin trabas, entre las publicaciones de adentro y las del exilio, Diario de Cuba, Cubaencuentro, El Nuevo Herald, Cubanet, Martí Noticias…

Por otro lado, el periodismo independiente ya se ha extendido, con la generalización de las nuevas tecnologías, a otros sectores: los de la cultura, en un sentido más amplio. Todos juntos protestan por la muerte de Oswaldo Payá en 2012, manifiestan contra la represión ejercida sobre la «artivista» Tania Bruguera, el artista Luis Manuel Otero Alcántara, o contra las injusticias que atañen a los hermanos Omara y Ariel Ruiz Urquiola y el imprescindible José Daniel Ferrer, junto con los militantes de la UNPACU.

Todos ellos, ahora, pueden ser considerados como periodistas, informadores o «lanzadores de alerta» independientes, iguales, a los que desde el exilio los apoyan sin descanso. Y el Día de la libertad de prensa, aun en las extrañas circunstancias inducidas por la pandemia, puede volverse un reclamo por una Cuba sin partido único, sin periódico único. Por la libertad, a secas.

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