Esta semana contamos en “Dile que pienso en Ella…” con la participación del escritor cubano Amir Valle quien, desde Berlín, con "Las palabras de un desterrado", nos hace partícipes de sus experiencias como creador y como ser humano obligado a continuar existiendo y escribiendo en un nuevo contexto.
¿Cuál fue el detonante que te impulsó a marcharte de Cuba?
No me marché de Cuba; como diríamos en cubano “me fueron”. Soy, literalmente, un desterrado. Si quisiera resumir para el hipotético lector de esta entrevista lo que fue para mí y mi familia un momento terriblemente traumático diría que las autoridades cubanas aprovecharon uno de mis viajes a Europa en 2005, en esa ocasión para una gira de presentación en España de mi novela Santuario de sombras, y me impidieron entrar a mi país cuando llegó el momento de regresar al final de esa gira. Como dato curioso agregaría que cierto comisario cultural, cuya única originalidad en el mundo de la alta política cultural cubana ha sido su negra melena, dijo en una reunión: “Amir es una papa podrida y ya sabemos lo que debe hacerse con esas papas para evitar que contamine al resto de las papas”. Curiosa anécdota, repito, no sólo por la jugarreta que contra mí se tramó de modo oficial sino porque ha sido una de las ocasiones en que este funesto y rastrero personaje mostró más claramente el verdadero “respeto” que siente por sus colegas del “gremio” de la cultura.
Ese lector hipotético se preguntaría: ¿y por qué esa jugada sucia, en vez de lanzarlo tras las rejas como han hecho con otros escritores, artistas e intelectuales críticos? Y llegado este punto me toca ser pedante y hablar de cosas que creo son necesarias para entender esta situación: llegué a gozar de un protagonismo en el universo cultural cubano y europeo que me daba una visibilidad nacional e internacional que, en cierto modo, me blindaba, así que reprimirme tan burdamente sería un error. También, ya algunas prácticas gubernamentales comenzaban a relajarse y la represión, después de la repulsa internacional que recibió la dictadura por los encarcelamientos durante la Primavera Negra de 2003, les hizo replantearse algunas estrategias de control de la intelectualidad que distaban mucho de la torpeza y la prepotencia de los horrores que, en los noventas, por ejemplo, te hicieron a ti, o a Manuel Vázquez Portal, o a Raúl Rivero, como le habían hecho a tantos otros, años antes. Pese a que en esos años los comisarios decían públicamente que las únicas “papas podridas” que seguían moviéndose en los escenarios oficiales de la cultura eran Antonio José Ponte, José Prats Sariol, Rafael Almanza y yo, realmente nosotros la tuvimos más fácil, pues alguien en las alturas había logrado convencer al Líder Supremo de que había que apelar a la sutileza para reprimir, ya que se corría el riesgo de seguir perdiendo el apoyo de la intelectualidad internacional de izquierda, que llegó a horrorizarse con los ensañamientos oficiales contra ustedes en la “Carta de los Diez” primero y, después, con la razzia contra la prensa independiente en 2003. Yo no era en lo absoluto un opositor, pero sí lo eran mis ideas, y siempre dejé claro que no pertenecía a ningún partido ni grupo opositor y eso les impedía encasillarme como “mercenario del imperio”, “miembro de grupúsculos” y esas etiquetas que siempre utilizan.
Tanto fue así, que cuando el antes mencionado melenudo Comisario Cultural dio una reunión nacional donde prohibía oficialmente mi nombre (y el de otros colegas) en el escenario de la cultura (no podía publicársenos, invitársenos a eventos, mencionársenos en estudios y publicaciones, etc.) la excusa que dio fue: “Amir trabaja para esa señora (hacía referencia a Patricia Gutiérrez Menoyo y el proyecto Colección Cultura Cubana) y de esa señora no sabemos sus intenciones”. Por otro lado, gran parte de mi generación, básicamente los narradores, me consideraban una especie de líder generacional; gracias a los talleres de escritura que gratis y fuera de las instituciones impartí durante años en La Habana y en otras partes de la isla, la mayoría de los escritores de las nuevas generaciones eran mis alumnos y me profesaban un respeto incluso reverencial; otros muchos escritores jóvenes estaban agradecidos a mi labor promocional, pues los había publicado por primera vez en revistas extranjeras con las que yo colaboraba o en antologías que preparé; el impacto social que tuvo la circulación clandestina de mi libro sobre la prostitución en Cuba, Habana Babilonia, me había convertido en un nombre muy conocido más allá del escenario cultural y, aunque sólo logré publicar en Cuba una novela porque ganó un premio de literatura erótica y no publicarlo sería una evidencia muy abierta de censura, mi serie de novelas negras sobre casos criminales en La Habana me había abierto las puertas de Europa y varias de ellas habían ganado premios importantes, además del favor de la crítica española y alemana. Era menos torpe lanzarme al destierro que reprimirme, pues también curiosamente muchos de mis promotores en Europa y América Latina eran importantes intelectuales de izquierda, amigos de la Revolución Cubana, que conocían mis ideas pero siempre me respetaron y defendieron porque me consideraban una voz independiente que podía ser muy crítica hacia la realidad nacional de mi país, pero que no se había vinculado a lo que ellos llamaban “el gran enemigo de Cuba: Estados Unidos”.
Una vez que impidieron mi regreso a Cuba, mi editor alemán me consiguió una beca de seis meses en la Fundación Heinrich Böll y esa estancia en el sur de Alemania fue como un bálsamo simbólico: estuve viviendo seis meses en la que fue la casa de campo de ese premio Nobel alemán, a quien había leído casi completamente en Cuba, y allí dormí en la misma dacha donde vivió y escribió Alexander Solzhenitzin, otro premio Nobel a quien también, pero en este caso a escondidas, había logrado leer en la isla. Todo ese tiempo, y durante casi un año, estuve reclamando regresar a mi país, y la prensa internacional dio una gran cobertura a mi caso, pero jamás las autoridades cubanas dieron respuestas. Después, al ver que la dictadura me había desterrado lanzándome a la ilegalidad en Europa, el PEN Club Internacional, en su capítulo alemán, me acogió en una beca por tres años en el programa “Writers in Exile”. Hasta hoy sigo en una lista negra de cubanos que no pueden entrar a Cuba.
¿Qué esperabas encontrar del “otro lado”?
Aunque, como he dicho, mi salida fue forzada, siempre tuve el sueño de ser un ciudadano del mundo. Es raro, pero jamás me llamó la atención vivir en Estados Unidos y cuando visité el país ratifiqué que no quería vivir allí. Mi sueño, quizás por mi amor a la cultura antigua, era vivir en algún país árabe. Sentía afinidad por Palestina que, como se sabe, no es vivir en el paraíso, así que conmigo no iba eso de querer emigrar para vivir mejor. Soñaba, desde que descubrí tempranamente el periodismo, con viajar por el mundo como corresponsal de guerra. En fin, que el mundo para mí antes de verme lanzado al destierro no era ese espacio donde hay más posibilidades, sino un ámbito de aventuras en busca de culturas que siempre soñé conocer.
Llegar a Alemania, lo confieso, sólo fue algo traumático en el sentido de la expulsión y la lejanía de mi familia. Pero recuerdo que cuando mi editor me dijo que ya tenía la beca para mí, me dije que aquello era una línea escrita en el libro de Dios sobre mi vida. ¿Por qué? Porque yo sentí desde muy joven pasión por la literatura y la filosofía alemanas, porque me sabía al dedillo todo lo referente a la Segunda Mundial incluso a nivel de las estrategias militares empleadas por Zhukov y Voroshilov en la grandes batallas contra las tropas hitlerianas. Y por eso la cultura alemana no me era en lo absoluto desconocida. Pero ciertamente siempre me había preguntado cómo era posible que un país con tanto pensamiento humanista hubiera engendrado dos de los más grandes horrores del siglo XX: el nazismo y el comunismo de la RDA. Por ello esperaba encontrar gente culta, sí; gente bien formada, sí, pero gente fría, rara, con un espíritu de inferioridad que los haría sentirse superiores, como había pasado en los tiempos que desembocaron en el holocausto nazi.
¿Qué encontraste?
Pues eso: gente aparentemente fría, rara; gente organizadísima (“cuadrada” diríamos nosotros), orgullosa de su inteligencia y de lo que conquistaron después que el país fue arrasado por la Segunda Guerra Mundial. Pero una nación consciente, como pocas, de la necesidad de evitar ese espíritu de inferioridad que los hizo sentirse superiores en los tiempos del nacionalsocialismo primero, y del comunismo, después. Una nación de gente solidaria, a quienes les cuesta abrirse y son muy estructurados en sus relaciones, pero que son capaces de una fidelidad asombrosa. Aunque para el lector nada signifiquen, cuando pienso en Alemania no pienso en un espacio geográfico; pienso en caras, en seres humanos que hicieron por mí sacrificios impensables que desmienten ese esquema mental de “gente fría, rara, encartonada” con el que muchos en el mundo etiquetan “lo alemán”. Intelectualmente, al caer en un país con una cultura tan poderosa, el destierro ha sido un verdadero aprendizaje, un proceso de crecimiento en todos los ámbitos.
¿Qué has aprendido durante el proceso?
Que existen sitios donde eres lo que te esfuerces en ser, sin que las ideologías condicionen o frenen tu éxito personal o profesional. Que adversario y enemigo son dos cosas muy distintas, así que tu adversario político no tiene que ser tu enemigo. Y, aunque suene feo, que los cubanos debemos aprender a zafarnos de las inyecciones letales que nos inoculó la dictadura, pues sólo así el cubano dejará de ser el lobo del cubano, como hoy sucede en todas partes donde vive nuestra diáspora. Y que, pese a todos los muros que se han levantado contra nosotros, la diáspora cultural cubana es una de las más grandes proezas de resistencia cultural que ha existido en la historia de la humanidad, pues ha producido una obra poderosísima, cubana y universal a la vez, logrando vencer ese atolladero que es “dejar de ser cubano” tanto para quienes desde la isla deciden qué es y que no es cultura cubana, como para quienes fuera de Cuba consideran que hemos perdido todas nuestras raíces y por eso nuestro aporte no es relevante.
¿Qué es para ti La libertad?
Ver a mis hijos cumplir sus sueños sin tener que afiliarse a una ideología para lograrlo. Poder hacer, a mi cuenta y riesgo, mis proyectos. Y poder decir, sin cortarme, mis opiniones sobre cualquier tema, por conflictivo y delicado que sea. Actuar, en definitiva, con esa libertad con la que mis personajes se me rebelan para cumplir sus sueños, sin que me pase por la cabeza que deba castigarlos por su rebeldía.
¿Las experiencias vividas han cambiado en ti el concepto Patria? ¿Piensas a menudo en “Ella”?
Obviamente. No se equivocó quien dijo que la patria está allí donde eres feliz. Y descubrir eso luego de haber crecido y vivido 40 años en un país donde te hacen creer en un concepto encorsetado por conveniencias políticas, es un fabuloso acto de iluminación y liberación personal.
No es que piense en la patria; es que trabajo con la patria. Soy periodista en la más grande agencia de prensa alemana, la Deutsche Welle, en su división para América Latina, y el tema Cuba obviamente está siempre sobre el tapete. Pero analizar la patria desde lejos, desde otras perspectivas que no son únicamente “las cubanas”, me ha hecho desintoxicarme de esos venenos de rabia, odio, molestias diversas del espíritu que provocan en uno ver cómo todo se ha ido perdiendo, especialmente y más allá de la depauperación económica y social, esos valores que alguna vez nos caracterizaron como nación. Pero, aunque sea duro, la patria que dejé cuando me desterraron en 2005 sólo existe ya en mis recuerdos, o en el recuerdo de casi toda mi generación literaria que hoy habita el exilio; allá, en ese espacio geográfico que llamamos Cuba, hay una patria que cada vez me suena más extraña, más lejana, más arisca ante los también cada vez más escasos sentimientos que su existencia me provoca. Y sinceramente prefiero esa Cuba que va conmigo a todas partes; esa Cuba donde aún ética, decencia y humanismo son modos de vida más que palabras; esa Cuba amasada por ciertos momentos imborrables en mi vida, por las caras de ciertos amigos, por el dulce reverberar de la pasión de ciertos amores, por rincones idílicos que en la realidad cubana ya no existen…, esa Cuba única, íntima, con la que cada uno de nosotros carga allí donde vaya. En esa patria pienso a menudo, sí, mientras observo, con lástima y desesperanza, esa otra patria que en la isla, entre coletazos agónicos, se hunde día a día más en las aguas pútridas de su forzado y asumido abismo.