La relación entre Rusia y Venezuela representa la más significativa económicamente y la más robusta en términos militares dentro de las asociaciones latinoamericanas de Moscú. Su base se estableció durante la presidencia de Hugo Chávez, cuando Venezuela emprendió un programa de modernización militar sin precedentes, financiado por los crecientes ingresos petroleros.
Entre 2005 y 2013, Venezuela compró aproximadamente 4.000 millones de dólares en armamento ruso, incluidos 24 cazas Sukhoi Su-30MK2, 53 helicópteros Mi-17, Mi-26 y Mi-35, 100.000 fusiles Kaláshnikov AK-103 y una fábrica para producirlos, tanques T-72M1 y sistemas antiaéreos S-300.
En 2006, ambos países firmaron un acuerdo de armas por 1.000 millones de dólares, que permitió a Rusia vender aeronaves y helicópteros, marcando la transición venezolana de un ejército orientado a Occidente a uno altamente dependiente del equipamiento ruso.
Esta relación fue impulsada por dos factores clave: el embargo de armas impuesto por Estados Unidos en 2006 debido a los vínculos de Chávez con Irán, Cuba y grupos guerrilleros colombianos. La nueva capacidad financiera venezolana derivada de la nacionalización petrolera.
Entre 2008 y 2009, Venezuela adquirió 6.500 millones de dólares adicionales en equipos de defensa aérea y vehículos blindados. Rusia abrió una línea de crédito de 2.200 millones en 2009 para la compra de armas, seguida de otro préstamo militar por 4.000 millones en 2011. Estas operaciones consolidaron a Rusia como principal proveedor de armas de Venezuela y crearon una dependencia que persiste hasta hoy.
El eje Rosneft–PDVSA (2014–2020)
A medida que la economía venezolana se deterioraba tras el colapso de los precios del petróleo en 2014, el papel de Rusia evolucionó de proveedor de armas a salvavidas financiero.
La empresa estatal rusa Rosneft se convirtió en el prestamista de última instancia de Caracas, aportando fondos críticos cuando los acreedores internacionales se retiraban. Entre 2009 y 2017, Rusia invirtió y otorgó préstamos en el sector de hidrocarburos por un total aproximado de 19.000 millones de dólares. Rosneft concedió más de 6.500 millones en anticipos a PDVSA, respaldados por futuros envíos de crudo.
El episodio más polémico fue la transacción de noviembre de 2016, cuando PDVSA ofreció como garantía el 49,9 % de Citgo Petroleum Corporation —el activo más valioso de Venezuela en Estados Unidos— a cambio de un préstamo de 1.500 millones de dólares de Rosneft.
Este acuerdo generó serias preocupaciones de seguridad nacional en EE.UU., pues otorgaba a una empresa estatal rusa control potencial sobre infraestructura energética estadounidense estratégica, incluidas refinerías con una capacidad combinada de 749.000 barriles diarios.
La participación de Citgo quedó envuelta en disputas legales con otros acreedores y, finalmente, en junio de 2023 Rosneft devolvió el certificado a PDVSA controlada por la oposición venezolana. En noviembre de 2017, Rusia reestructuró 3.150 millones de dólares de la deuda bilateral venezolana, concediendo un plazo de pago de diez años con pagos mínimos durante los seis primeros.
Esta condonación parcial, anunciada en medio del default selectivo venezolano, demostró la disposición de Moscú a absorber pérdidas financieras con tal de mantener su posición geopolítica.
Sin embargo, en marzo de 2020, ante la presión de las sanciones de EE.UU., Rosneft anunció el cese de sus operaciones en Venezuela y la venta de sus activos a una entidad estatal rusa, lo que formalmente puso fin a su presencia directa, aunque el apoyo político y militar de Estado a Estado continuó.
Apoyo político y militar durante las crisis (2018–2025)
El respaldo ruso a Nicolás Maduro se intensificó en los momentos de mayor vulnerabilidad del régimen. Cuando el opositor Juan Guaidó se autoproclamó presidente interino en enero de 2019 —con el apoyo de Estados Unidos y decenas de países—, Rusia desplegó unos 400 contratistas del Grupo Wagner para reforzar la seguridad de Maduro y envió dos bombarderos estratégicos Tu-160, capaces de portar armas nucleares, como demostración de fuerza.
Asesores, técnicos y contratistas rusos mantienen una presencia continua en Venezuela, encargados de reparar y mantener el equipamiento militar ruso envejecido.
Rusia desplegó unos 400 contratistas del Grupo Wagner
Rusia también ha proporcionado asistencia crucial para evadir sanciones internacionales: a través de Rosneft Trading y TNK Trading, Moscú gestionó gran parte de las exportaciones de petróleo venezolano hasta que ambas entidades fueron sancionadas en 2020. La llamada “flota fantasma” rusa —una red de petroleros antiguos— ha sido esencial para ocultar el origen del crudo venezolano y sortear las sanciones occidentales. Esta infraestructura de evasión de sanciones constituye un componente clave de la estrategia rusa de “globalización alternativa”, ofreciendo a regímenes autoritarios un modelo para resistir la presión económica occidental.
Tras las elecciones presidenciales de julio de 2024, en las que Maduro se declaró vencedor pese a evidencias de fraude, Rusia fue el primer país en reconocer su victoria. El presidente Vladímir Putin felicitó a Maduro al día siguiente, describiendo la relación bilateral como una “asociación estratégica” e invitándolo a la cumbre del BRICS en Kazán.
En julio y agosto de 2024, buques de guerra rusos visitaron puertos venezolanos, una clara muestra de respaldo militar en medio de la condena internacional al proceso electoral.
El último Tratado de Asociación Estratégica (2025)
El 7 de mayo de 2025, Putin y Maduro firmaron en Moscú un Tratado de Asociación y Cooperación Estratégica Integral. El acuerdo, con una vigencia inicial de diez años y renovaciones automáticas cada cinco, establece un marco amplio de cooperación en sectores energético, de defensa, minero y financiero.
El tratado compromete a ambos países a promover iniciativas conjuntas en la OPEP+, el Foro de Países Exportadores de Gas y otros organismos energéticos, además de intensificar la coordinación en control de armas y oposición conjunta a las sanciones unilaterales. La Asamblea Nacional venezolana ratificó el tratado en septiembre de 2025, calificándolo como un paso hacia un “orden mundial multipolar”. El diputado Roy Daza lo describió como “un mensaje de paz y soberanía en el contexto geopolítico actual”, destacando la cooperación en energía, defensa y tecnología.
El presidente Maduro firmó el decreto de implementación el 7 de octubre de 2025 —fecha del cumpleaños de Putin—, poniendo oficialmente el tratado en vigor. En noviembre de 2024, ambos países firmaron 17 acuerdos bilaterales adicionales en materia de inteligencia y contraespionaje, tecnología de drones, exploración petrolera y cooperación energética. El vice primer ministro ruso Dmitri Chernyshenko prometió el suministro a Venezuela de “las armas y equipos militares más sofisticados”. Según los comunicados oficiales, estos pactos buscan “sellar y fortalecer el camino de unión y cooperación” hasta 2030 y más allá.
El compromiso ruso con Venezuela responde a varios objetivos estratégicos: proyectar su influencia geopolítica en el “extranjero cercano” de Estados Unidos como forma de reciprocidad simbólica ante el apoyo occidental a Ucrania; asegurar el acceso a recursos energéticos y a un entorno favorable para las empresas rusas pese a las sanciones internacionales; y reforzar la narrativa de un “orden mundial multipolar” liderado por Moscú, que desafía a Occidente y sirve de modelo para otros países interesados en alinearse con Rusia.
Para Venezuela, el respaldo ruso ha sido existencial.
Para Venezuela, el respaldo ruso ha sido existencial. Moscú ha proporcionado asistencia financiera cuando otros acreedores se retiraron, equipamiento y asesoría militar para sostener las Fuerzas Armadas, reconocimiento diplomático en momentos de crisis política y apoyo técnico para sortear sanciones.
No obstante, la relación también entraña riesgos considerables: primero es la deuda venezolana con Rusia (estimada en 1 500 millones de dólares en 2023) sigue siendo elevada. Hay además muchas promesas rusas que han quedado incumplidas o retrasadas y por último el alineamiento profundo con Moscú ha aislado aún más a Venezuela de los mercados e instituciones occidentales.
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