Los cubanos tienen mucho en su historia para sentirse orgullosos, pero es una vergüenza, a pesar de los grandes sacrificios de un sector de la nación, que una misma generación haya padecido la muerte en la cama de un dictador al que poco le faltó para arribar a las cinco décadas en el mando, y seguidamente presenciar la jubilación de su sucesor dinástico.
Raúl Castro -dictador designado por el Faraón, su hermano, y acatado por la corte- dejó el poder nominal el 19 de abril, coincidencia o soberbia, pero en esa fecha se cumple el aniversario 57 de los combates que protagonizó la heroica Brigada Expedicionaria 2506 en Playa Girón, demostrándose una vez más que no siempre triunfan las causas justas.
Raúl, a lado de Fidel Castro, era una especie de patito feo. Fue su sombra más fiel. El verdadero intérprete y hacedor de los pensamientos del caudillo. El acusador en los procesos más relevantes como fueron los casos de Huber Matos, la Micro-fracción y el Ochoa-La Guardia, y la defenestración de dirigentes que en su opinión podían descarrilar el régimen.
Tan antipático que todos lo distinguieron como el malo de la tragedia cubana. Amigos y enemigos lo señalaban como el más cruel y sanguinario de la familia. Hasta sectores de la propia oposición afirmaban que Raúl era el único comunista; que su meta, junto a Ernesto Guevara, era entregar el país a los soviéticos. Repetían que Fidel estaba sometido a su maligna influencia, que era su víctima, una ficción, porque ambos formaron una yunta que victimizó al pueblo cubano hasta conducir la nación al desastre que la embarga hoy día.
Un sujeto completamente subordinado a su hermano, refiere José Pardo Llada en uno de sus libros. Un individuo discreto, convencido de hacer lo necesario para que la “colonia” esté bajo control. Nada ingenioso, incapaz de seducir a su interlocutor, pero un eficiente burócrata, suficientemente hábil para asumir la responsabilidad de conducir al país al postotalitarismo, bajo la égida de la voluntad de su clan.
Pero con independencia de lo que depare el futuro, es indiscutible que en el tránsito del totalitarismo carismático -personificado por Fidel Castro- al burocrático encarnado por Raúl, no se produjeron cambios importantes, solo se modificó lo imprescindible para que todo siguiera igual.
No se produjo una sola medida sustancialmente innovadora al interior del país, sin embargo, hacia el exterior, si hubo cambios importantes, como la disminución de la injerencia castrista en política internacional y el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Estados Unidos, aspectos que en alguna medida los moncadistas y la familia real castrista consideraron necesarios para fortalecer el blindaje de la dictadura.
La era épica, la lírica revolucionaria, la personificó Fidel Castro. Inventó para su provecho una falsa epopeya en la Sierra Maestra, mientras proyectaba un proceso basado engañosamente en una equidad social estrechamente asociada a la soberanía popular. Castro interpretó a cabalidad su fraudulento rol de hombre justo. Montó una pieza teatral en la que se presentó como un caballero sin tacha. Desgraciadamente, muchos la aceptaron y defendieron fanáticamente.
Con más suerte que verdades y justicia, Fidel y Raúl Castro han desgobernado a Cuba por casi sesenta años. Destrucción, represión, presidio y muertes es el legado de ambos. Promovieron y defendieron su utopía a sangre y fuego, convencidos que su proyecto se sostenía sobre una fina y ruda carpintería que exigía de sus artífices una crueldad extrema para no desmoronarse.
Ambos construyeron, con la asistencia de numerosos sicarios, un andamiaje de cuyo funcionamiento se encargó Raúl, mientras Fidel dirigía el espectáculo. La responsabilidad primera del hermano era conocer y manejar el mecanismo con precisión para el día que el caudillo tropezara con su mortalidad, asumir el papel de maquinista principal.
El día llegó y el fiscal mayor, el verdugo preferido del Soberano, agarró el timón, apretó las clavijas y demostró que aunque distinto a Fidel, acataba el compromiso de seguir nutriendo el régimen con la sangre de sus siervos. Cumplió su cometido.
Ahora, al frente del Partido Comunista de Cuba, órgano rector del país, Raúl Castro hará todo lo posible para que la maquinaria siga funcionando, confiando en que el siervo seleccionado sea absolutamente fiel al clan.