Encapuchados, cubiertos por completo y en ocasiones fuertemente armados, los paramilitares y parapolicías nicaragüenses han hecho su aparición en la crisis sociopolítica del país, una "caravana por la paz", como se definen, cuya presencia siembra el terror en las ciudades por las que pasa.
"La caravana de la paz, el amor y la reconciliación solamente hicimos acto de presencia", comenta uno de los líderes de estas "fuerzas combinadas" en la ciudad de Diriamba, a unos 50 kilómetros de Managua.
Vestido de riguroso negro y enmascarado, el hombre de complexión fuerte asegura que no fueron ellos los que comenzaron los ataques en Diriamba, sino "la ciudadanía organizada", a la que "se le quitó el miedo".
Sin embargo, es imposible comprobarlo, ya que el ataque comenzó el pasado domingo de madrugada y las carreteras estuvieron cerradas al paso de vehículos durante toda la jornada.
En los numerosos vídeos que circularon por redes sociales se aprecian ráfagas de disparos, ataques que los vecinos aseguran, cuando los "paras" (paramilitares y parapolicías) no están cerca, que fueron sin piedad.
No obstante, el discurso es muy diferente en estos hombres que no dejan de grabar en ningún momento a los inesperados periodistas que aparecen cuando, por centenares, rodean la basílica de San Sebastián.
Allí se han reunido los últimos opositores de Diriamba que se habían unido a las protestas que comenzaron el pasado 18 de abril y en cuya represión murieron al menos 320 personas, según varias organizaciones de derechos humanos.
Al menos nueve de ellos murieron en el ataque contra Diriamba y Jinotepe, cabeza departamental de Carazo y localidades vecinas.
El "para" asegura que los últimos opositores se vieron acorralados y "se metieron en la iglesia" donde "tenían armas de guerra".
Pero el que parecía iba a ser el último ataque se pospuso por razones que nunca se conocieron, dando tiempo a que llegara una caravana de la Iglesia Católica que consiguió acceder hasta el lugar y sacar a un grupo de refugiados.
Dentro de la iglesia, jóvenes paramilitares y parapolicías abordaron a los sacerdotes que consiguieron que los opositores salieran de la basílica.
Estaban fuera de sí y desobedecían a sus superiores, algo poco frecuente en grupos armados con jerarquía que cumplen a rajatabla instrucciones.
Como el discurso que repiten: "Vivimos muchas emociones el día de ayer (durante la ocupación de Diriamba), había un pueblo que tenía meses de estar oprimido sin derechos", asegura a Efe otro hombre enmascarado y cubierto también de negro.
"Todos los derechos civiles los perdieron, no podían salir a las calles, esto era un desierto, todos los derechos se violaron a esta población", asegura, mientras decenas de teléfonos celulares no paran de grabar y hacer fotos a los periodistas, una amenaza velada que a ninguno pasa desapercibida, igual que la complicidad policial.
A su alrededor comienzan a salir los policías que habían abandonado la ciudad progresivamente, conforme los opositores se hacían fuertes en Diriamba.
El comisionado mayor Javier Antonio Martínez, segundo jefe de la policía de Carazo, camina a su alrededor, les saluda y recibe mensajes en forma de instrucciones, mientras asegura que "la gente enmascarada" son apenas "personas afines que defienden este proceso y lo hacen por su cuenta y propia iniciativa".
"Son jóvenes que tienen una simpatía por la revolución (sandinista) y sus logros, todo lo que aquí se ha logrado. Son jóvenes que se pusieron a liberar esta ciudad", justifica el oficial de la Policía, quien recibe todas las denuncias de los grupos defensores de derechos humanos y a la propia Iglesia.
Niega tener información acerca de si ellos portan o no armas, pese a la evidencia que puede verse a la simple luz del día, y subraya que apenas entraron "a liberar ciudades como un aporte especial, como gente que está de acuerdo con las políticas del Gobierno".
Poco después de dar sus opiniones, comienzan a aparecer casi una treintena de policías jaleada por los simpatizantes del presidente Daniel Ortega, a quienes les dan la bienvenida como héroes.
Ya con la comitiva de la Iglesia sobre el terreno, los simpatizantes, convertidos en turba y bajo la atenta mirada de los encapuchados, agredieron por igual a sacerdotes, activistas de derechos humanos y periodistas, muchos de los cuales sufrieron además el robo de sus equipos.
Fue cuando los encapuchados aparentemente más jóvenes perdieron el control, se lanzaron contra la comitiva y agredieron a quienes estaban en su camino, entre ellos el nuncio apostólico en Nicaragua, Stanislaw Waldemar Sommertag, el cardenal Leopoldo Brenes y el obispo Silvio Báez.
(EFE)