El 5 de Marzo de 1953, a las 9 y 50 p.m., en una dacha en las afueras de Moscú, murió Josef Visarionovich Dzhugasvili, alias Stalin, a los 74 años de edad. Falleció tras permanecer sin conocimiento por 5 días, hace ya este lunes 65 años.
Los comunistas rusos llevaron flores a la tumba de Stalin, en la muralla del Kremlin, como hacen todos los años. Ellos organizaron el homenaje, con entusiasta participación de los miembros del grupo de acción “Dos claveles para el camarada Stalin”. Ese club de fanáticos le lleva dos claveles a la tumba lo mismo el 21 de diciembre, en su fecha de nacimiento, que en marzo, y no les importa la nevada.
Hoy día, el 38% de los rusos consideran a Stalin el personaje más extraordinario de todos los tiempos, según una encuesta realizada el año pasado, informa la prensa rusa. Disminuye también el porcentaje de los que repudian los crímenes estalinistas.
En el pasado mes de febrero, el ministerio de cultura de Rusia prohibió la exhibición de una producción inglesa con el título de "La muerte de Stalin", alegando que la película contiene material prohibido por la legislación rusa y en el país es considerada como una “provocación planificada para crear revueltas en Rusia”.
Igual homenaje se realizó en su ciudad natal de Gori, en Georgia, donde vivió Stalin hasta los 16 años de edad. Los acólitos de Stalin comenzaron la parranda en la casa-museo, en el centro de la ciudad, y finalizó en una iglesia ortodoxa local, con una misa por el alma del dictador.
En medio de iconos, velas, inciensos y cantos, los asistentes portaban también banderas de la URSS, con la hoz y el martillo, y besaban con pasión la imagen del georgiano. Los partidarios locales están enfrascados en la misión de restaurar de nuevo la estatua de Stalin que se eliminó de la ciudad en el 2010, bajo una legislación que prohibía la simbología soviética.
La noche de la muerte, en 1953
Según sus biógrafos más autorizados, como Dimitri Volgagonov, la noche del 28 de febrero al 1 de marzo, de sábado para domingo, Stalin estuvo reunido con cuatro de sus más fieles e incondicionales subordinados, Lavrentia Beria, Nikita Jruschev, Gueorgui Malenkov y Nikolai Bulganin.
Se retiró a dormir a las 4 de la madrugada, y sólo a las 10 de la noche del día primero uno de sus guardaespaldas le encontró en el suelo, sin poder mover piernas y brazos, sin poder decir una palabra, y orinado en los pantalones de faena, como relata Jruschev en sus memorias.
Horas más tarde, ante la alarma de la escolta, llegaron Beria y Malenkov a la dacha donde Stalin descansaba desde el 17 de febrero. Los dos secuaces pidieron no molestar al dictador. Por casi 8 horas estuvo sin ayuda médica uno de los seres más poderosos de su época. Nadie estaba a su lado para darle la asistencia necesaria.
Ante la imposibilidad de Stalin para hablar y moverse por sus propios medios, el día 2 de marzo por la mañana se llamó, por decisión de los miembros del Politburó, a los nuevos médicos que lo atendían. Los miembros del equipo de galenos habituales, con el académico Vinogradov a la cabeza, habían sido detenidos durante las primeras semanas de enero de ese año, y se preparaba un proceso judicial en Moscú, al estilo de los años 30, contra los llamados “asesinos de batas blancas”.
Los nuevos galenos temían al moribundo paciente y temían además que, en caso de muerte, les culparan de esta. En la casa de campo, en medio del helado invierno moscovita, en un sofá, agonizaba Stalin. A su alrededor, los miembros del Politburó sesionaban, y sus hijos Svetlana y Vasili intentaban despedirse del progenitor, que no fue pródigo en cariños paternales.
Tres boletines médicos fueron publicados en la prensa soviética antes del fallecimiento, como si fueran partes de guerra, que describían el desarrollo de la enfermedad, anunciando la muerte, que llegó en horas de la noche.
Su funeral fue apoteósico, con muertes y heridos, como en las grandes celebraciones rusas, sin faltar el llanto de millones de soviéticos que creían que la felicidad emanaba del Gran Líder, del Padre de todos los Pueblos.
Lo embalsaron y colocaron junto a Lenin en el Mausoleo de la Plaza Roja, hasta el 31 de octubre de 1961, cuando fue expulsado de allí. Su cadáver permanece al pie de los rojos ladrillos de la muralla del Kremlin.
Han pasado 65 años desde aquel 5 de marzo. Y los familiares de las víctimas del estalinismo recuerdan a los suyos, y los seguidores de Stalin también lo hacen, e intentan recuperar su imagen.