El presidente Donald Trump se propone modificar y endurecer la política de Barack Obama con relación a Cuba. Obama, que acertó en ciertos aspectos sociales de su política interna, erró totalmente en su estrategia cubana. Me parece, pues, razonable cambiarla. No todo lo que Trump hace es equivocado. A veces, entre twitters insomnes, acierta.
Si hay algo que el jefe de cualquier Estado debe tener muy claro, es precisar quiénes son los amigos y los enemigos de la nación a la que le toca proteger. Trump sabe o intuye que los Castro, desde hace décadas, intentan perjudicar a su país por cualquier medio. En 1957 Fidel Castro le escribió una carta a Celia Sánchez, entonces su amante y confidente, explicándole que la lucha contra Batista (la carta está firmada en Sierra Maestra) era sólo el prólogo de la batalla épica que libraría contra Washington durante toda su vida.
Fidel Castro, que fue un comunista convencido, cumplió esa promesa, luego reiterada docenas de veces oralmente y por la naturaleza de sus acciones. Por eso, cuando Fidel murió, Donald Trump, que había sido electo presidente pocas semanas antes, pero todavía no había tomado posesión, tras calificarlocomo un “dictador brutal”, aseguró que: "A pesar de que las tragedias, muertes y dolor causados por Fidel Castro no pueden ser borradas, nuestro Gobierno hará todo lo posible para asegurar que el pueblo cubano pueda iniciar finalmente su camino hacia la prosperidad y libertad".
En consecuencia, Trump, a los pocos meses de iniciar su andadura, ha retomado el propósito de cambiar el régimen cubano, irresponsablemente cancelado por Barack Obama en abril del 2015, como anunció el expresidente durante la Cumbre de Panamá, aunque, contradictoriamente, tuvo la solidaria cortesía de reunirse con disidentes cubanos que habían viajado desde la Isla, gesto simbólico que hay que agradecerle.
¿Por qué Trump ha retomado la estrategia de “contener” a Cuba, como se decía en la jerga de la Guerra Fría? Porque Trump y sus asesores, guiados por la experiencia del senador Marco Rubio y del congresista Mario Díaz-Balart, verdaderos expertos en el tema, piensan que Raúl Castro no ha renunciado a la confrontación, lo que aconseja privarlo de fondos.
Muy en consonancia con la impronta que Fidel le dejó a su hermano y a su régimen, la revolución cubana continúa siendo enemiga de los ideales e intereses de Estados Unidos, como si la URSS continuara existiendo y el marxismo no se hubiera desacreditado totalmente hace ya más de un cuarto de siglo. Para Cuba la Guerra Fría no ha concluido. Para ellos, “la lucha sigue”.
Eso se demuestra en la alianza cubana con Corea del Norte, que incluye suministros clandestinos de equipos bélicos, prohibidos por Naciones Unidas, incluso mientras negociaba el “deshielo” con Washington. Es evidente en el respaldo a Siria, a Irán, a Bielorrusia, a la Rusia de Putin, y a cuanto dictador u “hombre fuerte” se enfrenta a las democracias occidentales. Se prueba en la permanente hostilidad contra el Estado de Israel, pero, sobre todo, queda clarísimo en la actuación de Raúl Castro en el caso venezolano.
Si Obama creía que la dictadura cubana, a cambio de buenas relaciones, ayudaría a Estados Unidos a moderar la conducta de la Venezuela de Chávez y Maduro, se equivocó de plano. La Cuba de Raúl Castro se dedica a echar gasolina al incendio que devora a ese país, con el objeto de no perder los subsidios que le genera la enorme colonia sudamericana.
Los militares cubanos son el sostén esencial de la dictadura de Nicolás Maduro, personaje formado en la Escuela de Cuadros del Partido Comunista cubano llamada “Ñico López”. Leproporcionan inteligencia y adiestramiento a sus colegas venezolanos para que repriman cruelmente a los demócratas de la oposición. Los muy hábiles operadores políticos cubanos, formados en la tradición del KGB y la Stasi, asesoran a los chavistas y le dan forma y sentido a la alianza de los cinco gobiernos patológicamente “antiyanquis” de América Latina: la propia Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador.
Tiene razón el presidente Trump cuando afirma que Barack Obama (pese a su hermoso discurso en defensa de la democracia pronunciado en La Habana) no debió haber entregado todas las fichas norteamericanas sin que Raúl Castro hiciera concesiones fundamentales en beneficio del pueblo cubano y de su derecho a la libertad y la democracia. Eso es lo que Trump ahora intenta corregir.