Varias generaciones de cubanos tuvieron a los muñequitos rusos y al payaso Oleg Popov en el disco duro de la recreación. El Circo Soviético fue por décadas la única ventana de los cubanos al mundo circense. Pero los muñequitos no eran alegres, y Popov estaba lleno de historias tristes.
Días atrás, de gira por Rusia, la muerte sorprendió a Popov. Vivía en Alemania, donde fijó residencia desde 1990. Estuvo casi 24 años sin regresar a su país.
Llevaba el recuerdo de un padre detenido en 1941, y muerto en la cárcel estalinista. El progenitor laboraba en la Segunda Fábrica de Relojes de Moscú y fue acusado de instalar una bomba en un reloj destinado a Iosef V. Stalin. Reconoce el propio Popov que la madre se casó de nuevo rápidamente para cambiar el apellido. Ella sufrió de parálisis por 10 años y dejaba de comer para darle al menor los alimentos, mientras Popov se dedicaba a vender en las calles jabones que hacía un vecino.
Al circo llegó no por inspiración, ni por inclinación artística, sino por hambre. Trabajaba de aprendiz en la planta tipográfica del periódico Pravda y le daban por la libreta de racionamiento 550 gramos de pan. Supo por amigos que en la escuela de circo los estudiantes obtenían por la libreta 650 gramos, y por esos 100 gramos de pan dejó la imprenta y entró al circo.
En 1950 terminó la escuela circense como equilibrista, su primer número en la arena no pasó la censura, tenía elementos “cosmopolitas, con olor occidental”, según la crítica. En vez de Moscú le enviaron a Tbilisi, la capital de Georgia, a miles de kilómetros, pero se detuvo en Saratov, para regresar a los pocos meses a la capital, como aprendiz de Karandash (Lápiz) el más famoso de los payasos soviéticos.
Recuerda que en los inicios su jornada más alegre fue volver a la arena, meses después de la muerte de Stalin, en marzo de 1953. Por casi un mes no le autorizaron a actuar. Y al hacerlo le pidieron que no hubiera mucha risa en el circo, pero al entrar, solo de verlo, las carcajadas inundaron la pista. Tambien el público añoraba al payaso, recuerda en entrevisa a Soverchenno Sekretno en 1997.
En la década de los setenta, mientras iba de gira por los países socialistas, tenía que ir a Petrovka 38, la sede de la milicia soviética en Moscú, porque investigaban al director de la empresa de circos soviéticos. A Popov le cuestionaban que regalara un tocadiscos al funcionario a cambio de viajar al extranjero. Así se vivía en la URSS.
Nunca militó el payaso en el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Y en 1990, un empresario argentino (militante comunista) le llevó de gira por Alemania, pero allí ló abandonó, sin dinero ni cobija. Gabriela Lehman, una alemana admiradora de su trabajo, fue su salvadora. Ella era fanática del circo y quería un autógrafo, y le ofreció ayuda a varios de los artistas que quedaron a la deriva. Decidido Popov a hacer su vida en Occidente, actuó por toda Europa, pero le cerraron las puertas en Rusia.
En el 2015 regresó a Rusia para actuar en Sochi, no en Moscú. En una de sus últimas entrevistas con el semanario Argumenti i Fakti dijo: “Yo no reniego de mi Patria, mi Patria me negó”.
Fue enterrado en Alemania, como era su deseo, y vestido de payaso.