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"Celebro no haber claudicado", escribe Quiñones Haces desde prisión


El manuscrito de la carta remitida desde la cárcel por el abogado, periodista independiente y ahora preso político cubano Roberto de Jesús Quiñones Haces (Foto: Cubanet).
El manuscrito de la carta remitida desde la cárcel por el abogado, periodista independiente y ahora preso político cubano Roberto de Jesús Quiñones Haces (Foto: Cubanet).

El periodista y abogado Roberto Jesús Quiñones Haces dijo en una carta desde prisión publicada este martes que celebra haber puesto su dignidad primero ante el chantaje de las autoridades cubanas, “no haber claudicado” a pesar de la injusticia y los horrores que vive en la cárcel.

Encarcelado en el Combinado Provincial de Prisiones de Guantánamo desde el 11 de septiembre, Quiñones Haces fue condenado a un año de cárcel por los supuestos delitos de "resistencia" y "desacato" durante un arresto, el pasado 22 de abril, cuando intentaba cubrir un juicio público contra una pareja de pastores evangélicos procesados por educar a sus hijos en casa.

“No existe ningún barrote que pueda contra mi alma”, afirma el periodista en la misiva que detalla las condiciones de la prisión donde pasó su cumpleaños 62 el pasado 20 de septiembre.

Organizaciones defensoras de los derechos humanos como Amnistía Internacional y Civil Rights Defenders han pedido al régimen de La Habana la excarcelación de Quiñones Haces, a quien consideran un prisionero de conciencia.

A continuación, el texto íntegro de la carta publicada por Cubanet:

GUANTÁNAMO, Cuba. – Hoy 20 de septiembre cumplo 62 años.

Sentado en el piso y apoyado el papel sobre una carpeta colocada en la litera, escribo estas líneas. Estoy en el cubículo 4 del destacamento de reclusos 1-A de la Prisión Provincial de Guantánamo, Cuba. El local –de aproximadamente 15 metros de largo por 9 de ancho-- tiene 10 literas dobles, dos “servicios” para orinar y defecar, conocidos como “turcos”, y un tanque de metal, sucio y oxidado, del cual obtenemos el agua para beber y bañarnos.

El agua es bombeada directamente hasta la prisión desde un río cercano. Hoy está extremadamente turbia. Ahora hay 20 reclusos en el cubículo y escribo estas impresiones rodeado de un grupo que juega al dominó, otro de ajedrecistas y de las interminables conversaciones de los presos.

Fui detenido el pasado miércoles 11 de septiembre sobre las 5 p.m. A las múltiples violaciones del debido proceso cometidas por la policía y el Tribunal Municipal Popular de Guantánamo –denunciadas puntualmente en mi Recurso de Apelación-- el órgano judicial añadió otra. Inicialmente, el viernes 30 de agosto, me citó para que me presentara en la prisión el 12 de septiembre. Posteriormente, el día 3 de septiembre, me citó nuevamente para que me presentara el día 5, pero sin anular la anterior citación. Aunque había anunciado públicamente que no me presentaría, no debí haber sido detenido el 11 de septiembre, sino después del día 12.

Sabía que iba a ser detenido en cualquier momento, y en la sala de mi casa tenía preparado un maletín con lo imprescindible. Así que cuando mi esposa me despertó de una plácida siesta para decirme que frente a la casa había un auto patrullero con tres policías, no me sorprendí.

Salí de mi casa escoltado por los tres agentes, que no me esposaron y me trataron respetuosamente. Algunos vecinos estaban mirando. Sentí impotencia, rabia, pero al pasar frente a las tenebrosas instalaciones de la Seguridad del Estado y acercarme a la prisión, ambos sentimientos fueron sustituidos por una inmensa calma.

El auto llegó a la cárcel y fue directamente hacia el portón metálico de la entrada. Ya dentro, me impactaron los rostros agresivos, desesperanzados, de algunos presos y recordé un poema de César Vallejo. El habla vulgar de algunos presos resuena en el pasillo central de la prisión. Desde la reja de la solera, uno me grita: “Ya estás en zona, puro”. Y otro lo acompaña con sorna, afirmando: “Carne fresca”.

Veinte años atrás estuve preso aquí y pensé que nunca más regresaría. Si ahora estoy de vuelta es por no haber cedido al chantaje del castrocomunismo. El jueves 12 de septiembre me pasaron para el cubículo 4 donde había 7 reclusos pendientes de clasificación. La clasificación es un proceso durante el cual los oficiales determinan el piso al que deben enviar los reclusos para que comiencen a cumplir sus sanciones una vez que la sentencia es firme.

Desde mi llegada solicité hacer una llamada a mi casa, pero en mi caso este derecho debe ser ejercitado previa autorización de la jefatura de la unidad. Se trata de un derecho incorporado al reglamento penitenciario en Cuba luego de conocerse las condiciones que disfrutaron los cinco espías cubanos de la red Avispa en las prisiones norteamericanas, donde intercambiaron correspondencia libremente con miles de personas y hasta ofrecieron entrevistas a los medios de prensa.

Al pasar la inspección, este viernes 20 de septiembre, volví a insistir en mi derecho a hacer la llamada. Finalmente podré hacerla mañana sábado 21.

Roberto de Jesús Quiñones Haces, periodista independiente, Guantánamo.
Roberto de Jesús Quiñones Haces, periodista independiente, Guantánamo.

Además de las chinches, de la mala calidad del agua y la comida, de las cucarachas y los mosquitos, otros reclusos me han asegurado que la prisión de Guantánamo tiene mejores condiciones que las de Mar Verde, Boniato y Aguadores, las tres de Santiago de Cuba, y me aconsejaron que no me quejara porque aquí castigan a quienes reclaman sus derechos.

De almuerzo nos dieron arroz blanco, plátano hervido, frijoles negros aguados y morcilla negra con olor y sabor desagradables. De comida dieron arroz congrí, plátano hervido, pasta cárnica y sopa. A pesar de la mala calidad de los alimentos, agradecí a Dios, como siempre hago, por ellos y por mi aniversario, a pesar de las circunstancias en que lo celebré.

Y uso el verbo celebrar con pleno sentido de lo que afirmo. Porque celebro estar aquí por haber puesto primero mi dignidad ante el chantaje. Celebro no haber claudicado a pesar de la injusticia que sufro y del dolor que causo a mis seres más queridos. Celebro poder compartir el dolor con otras personas sufridas, excluidas y olvidadas. Y agradezco a Dios por darme fuerzas, porque como ya escribí en un poema de mi libro Los apriscos del alba, “no existe ningún barrote que pueda contra mi alma”.

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