El autor demuestra, a partir de un hallazgo en Internet, la facultad adivinatoria del poeta cubano, y mezcla crustáceos y balseros
El animal de José Martí puede desdoblarse en artista plástico, y en uno tan indiferente a los arrumacos de la posteridad que no objete realizar su obra donde las posibilidades de que ésta perdure sean nulas:
Bordan la arena sutilísimos encajes, correcta y pulidamente trabajados, en su marcha nocturna, por los caracoles y cangrejos. Es admirable la perfección y simetría de esas largas y trenzadas huellas que las numerosas patas y el ancho carapacho de los cangrejos hacen en la arena. La cruzan en todas direcciones, formando caprichosos dibujos: buscan de noche su alimento, y así labra esta nimia belleza el pueblo cangrejuno.
No puedo visualizar este Nazca marítimo sin entrever otro posterior a Martí, pero más cercano en esencia. Los cubanos ávidos de libertad, que durante décadas han desandado las costas de la isla arrastrando caparazones como balsas, deben de haber dejado en la arena húmeda de la noche insular algún rastro de su inquietud, de ese ir y venir angustiosos por la orilla desolada y por sí mismos, presos entre la necesidad de escapar y el aliento de la muerte. La tecnología que permite detectar la presencia de sangre donde el ojo fracasa, la que induce a las huellas dactilares ocultas a delatarse, la que Martí, perceptivo hasta lo inverosímil, parecía encarnar, ha de propiciar, algún día, la detección de esos garabatos humanos y su preservación mediante la fotografía aérea.
Percibir es una forma de adivinar: la más discreta. Martí no discriminó entre ambas. El 1 de marzo de 1895, a punto de abandonar República Dominicana e internarse en Haití, inicia una página de su diario con una frase tan cargada de futuro como admirable: Se pasa el río Massacre, y la tierra florece. No puede habérsele escapado el efecto que la contraposición del nombre terrible y la visión lozana del paisaje nuevo producirían en el ánimo del lector. La frase es, en realidad, un verso alejandrino (las aguas del río corren más aprisa por ella gracias a su musicalidad) y por venir de Martí, sugiere un trasfondo moral: el camino al paraíso no sortea el horror, lo cruza: Se pasa el río Massacre, y la tierra florece.
El don adivinatorio: quien consulte Internet en busca de información sobre este río descubrirá, perplejo, que más de una fuente atribuye su nombre a una matanza de haitianos decretada por Rafael Leónidas Trujillo en 1937. Cuarenta y dos años antes de que esa matanza se perpetrara y a punto, él mismo, de morir, Martí tuvo noticia de ella y utilizó el nombre que sólo más tarde recibiría el río.*
El animal de Martí puede ser solitario o vivir en grupo. Ningún rincón del arca donde sobrevive más concurrido que éste: De sobremesa se habló de animales: de los caos negros, y capaces de hablar, que se beben la leche, - de cómo se salva el ratón de las pulgas, y se relame el rabo que hundió en la manteca,- del sapo, que se come las avispas, - del murciélago, que se come al cocuyo, y no la luz. Un cao bribón veía que la conuquera ordeñaba las vacas por las mañanas, y ponía la leche en botellas: y él, con su pico duro, se sorbía la primer leche, y cuando había secado el cuello, echaba en la botella piedrecitas, para que la leche subiera. El ratón entra al agua con una mota de algodón entre los dientes, adonde las pulgas por no ahogarse vuelan; y cuando ya ve la mota bien negra de pulgas, la suelta el ratón. El sapo hunde la mano en la miel del panal, y luego, muy sentado, pone la mano dulce al aire, a que la avispa golosa venga a ella: y el sapo se la traga. El murciélago trinca al cocuyo en el aire y le deja caer al suelo la cabeza luminosa.
No es un párrafo: es un cortometraje de dibujos animados. El sapo, más que cazar a la avispa, posa seguro de que alguien lo filma, y se luce. El algodón cubierto de pulgas náufragas y, de pronto, a la deriva, devuelve a un haiku de Kobayashi Issa (1763-1827):
una rama cubierta
de insectos. Cantan.
Los versos anticipan, a su vez, la entereza de los músicos y pasajeros resignados a su suerte en la cubierta del Titanic.
La reticencia del murciélago a comerse la luz pasma. Imposible discernir si lo cohíbe el temor o el demasiado amor a ella. La luz es el primer animal visible de lo invisible, advertía José Lezama Lima, un murciélago debió de revelárselo, y ante el más antiguo de los animales, aun el más hambriento de ellos se abstiene.
El murciélago recuerda el caos, es un retazo volandero de las tinieblas originales. Martí no abunda en su conducta pero debe de haber vislumbrado en él a un esteta, y a uno inconforme con la fealdad del cuerpo del insecto que porta la luz. El murciélago trinca al cocuyo en el aire y le deja caer al suelo la cabeza luminosa, es decir, atrapa el insecto al vuelo y, ávido de contemplar una belleza exenta, libre de todo rasgo cucarachero, separa el día de la noche.
El día es la cabeza de un cocuyo que un murciélago parte en dos y echa a rodar sobre la Tierra.
*El lector escéptico o amigo de restarle méritos a José Martí puede recurrir a sus dotes de internauta y hacer una búsqueda a partir de las palabras masacre, río y República Dominicana. Comprobará que no fantaseo ni desatino. Se recomienda una pizca de buen humor.